Por: Diego Hernán Armesto
Esta fecha nos invita a reflexionar qué sucedió en estos treinta años ininterrumpidos de democracia.
Lejos estamos de las ideas de Mayo o del pensamiento de la Generación del ’37; nadie recuerda ya a Moreno, Belgrano, Alberdi, Echeverria, Sarmiento y Mitre, entre otros que desde las ideas pensaron en el progreso de la República.
Desde septiembre de 1930 hasta 1983, los argentinos no supimos entender qué es la democracia y cómo se construye una República. Las constantes idas y vueltas entre gobiernos democráticos y gobiernos de facto no permitieron generar así como tampoco comprender la importancia de la vigencia de las instituciones.
Asimismo, en los últimos años se sucedieron distintos acontecimientos que, al día de hoy, no nos permiten avizorar un futuro grande y promisorio para la República como los artífices de nuestra Nación vislumbraron en su momento.
Aún queda un saldo negativo en lo que respecta a “afianzar la Justicia”, por cuanto se busca democratizarla pero sin escucharla; “consolidar la paz interior”, puesto que se acentúa cada vez más el centralismo en detrimento del federalismo; “promover el bienestar general”, entendiendo que ésta debe ser la regla común para construir el verdadero progreso; y “asegurar los beneficios de la libertad”, que no es ni más ni menos que profundizar y consolidar cada uno de los derechos y garantías expresados en nuestra Constitución.
Estos 30 años de democracia nos deben llevar a reflexionar sobre la necesidad de cumplir con los objetivos del preámbulo de nuestra Carta Fundamental, y hacer mayor hincapié en dar al ciudadano las herramientas necesarias como lo es la educación, para el progreso de la Nación. Por ello, el compromiso con la democracia debe ser asumido por todos y uno de nosotros, para así vivir en un Estado Constitucional y Convencional de Derecho.