La verdad que abrir la boca no suele resultar fácil, muchas veces implica estar dispuesto a asumir ciertos riesgos.
¿Cuáles?
Bueno, diversos. Como por ejemplo que alguien se enoje porque no le gusta lo que decimos. Algo muy común por estos tiempos. Una persona dice algo, otra que escucha no comparte lo que dice.
Enfatiza lo que dice. Lo cual es peor.
Y genera un enojo limitante y perturbador en el interlocutor. Que inexplicablemente se irrita y suele mostrar el más enérgico de los repudios ante la palabra disidente.
Hasta atreverse a quitar el saludo.
En ese clima es entendible que mucha gente haya optado por la decisión de evitar abrir la boca y decir lo que piensa. Más aún cuando siente que abrir la boca no le reportaría ningún beneficio y sí muchos dolores de cabeza. Como bien puede observar que les ha ocurrido a quienes decidieron abrirla en determinadas circunstancias. Y recibieron un claro y llamativo ajusticiamiento.
A la vista de todos.
De manera que abrir o cerrar la boca se ha transformado en una decisión estratégica de algunos ciudadanos.
Es claro que es más fácil abrirla para opinar igual al mandamás de turno. Lo que resulta más complicado es cuando se opina diferente. Cosa que por suerte hacen muchos que están en las antípodas de la comodidad y la obsecuencia. Y solo se comprometen con la posibilidad de construir una mejor realidad. Por eso se atreven a decir con honestidad lo que piensan y a pagar los precios que tengan que pagar.
Y eso no es ni de izquierda, ni de derecha. Ni de centro.
Ni de diagonal.
Eso es de vocación y compromiso. De inteligencia y ejercicio de la libertad.
Es razonable opinar a favor de las cosas que están bien. Y en contra de las cosas que están mal. Sabiendo, por supuesto, que ni todo está tan bien. Ni todo está tan mal.
Entre los extremos del fanatismo, está la posibilidad del pensamiento.
El problema radica en que cerrar la boca, si bien tiene el beneficio de obviar los riesgos, conlleva también el perjuicio de evitar incidir en la realidad para que las cosas queden como están. Por eso la cobardía, si bien preserva y evita problemas, a futuro no ofrece soluciones.
Convalida.
Y quizás no es buen plan estar en la vida para convalidar lo que sabemos que está mal. Estamos para animarnos a contribuir con aquello que es necesario cambiar.
Cosa que ocurre solo si nos atrevemos a abrir la boca.
*Que tengas un excelente día. Hasta la próxima!
Libros de Juan Valentini