Por: Mauro Gago
El origen del hermoso Arco Iris gracias a la diosa mensajera
En la publicación anterior advertimos la interpretación helénica del Diluvio Universal, en dónde Deucalión (y no Noé) construyó junto a su esposa Pirra un Arca que los salvó del cataclismo. Fueron ellos quienes, conjuntamente, dieron lugar a la nueva generación de hombres y mujeres, lanzando piedras que se convertían gradualmente en personas, tal como se los había presagiado el Oráculo de Temis. Dijimos, asimismo, que aquel castigo divino era la consecuencia del gran enojo de Zeus para con la humanidad, cansado ya de los crímenes de toda índole que los hombres perpetraban contra sus pares. Sin embargo, luego de analizar el desastre causado, el máximo dios del Olimpo prometió no arremeter nuevamente contra los mortales y, como garantía del nuevo pacto, ordenó a la diosa Iris que dejase sus tareas de asistente de su esposa Hera para llevar a cabo una nueva labor, mucho más trascendental.
Iris era hija de Taumante y Electra, pero mayor notoriedad le otorgaba ser nieta de Ponto (uno de los dioses menores del mar) y de Gea (la diosa de la Tierra), además de también ser bisnieta de Océano y Tetis, otros dioses marinos de gran relevancia. En efecto, su alcurnia le endosaba el conocimiento a la perfección del cielo (por vivir en el Olimpo), de las aguas (por sus abuelos) y de la tierra (por su abuela), razón por la cual Zeus no dudó en elegir a Iris para la mencionada misión. Cabe destacar asimismo que sus padres, orientados por un vaticinio, la nombraron Iris o Eiro en griego, que significa “aquella que lleva mensajes”. Precisamente, su gestión sería la de establecer una nueva comunicación entre los dioses y los mortales, atravesando el cielo y el mar para llegar hasta la tierra y notificar de los distintos mensajes de Zeus y, en menor medida, de Hera a los humanos.
Iris se había desposado con Céfiro, el dios del viento suave del Oeste, que era tan mujeriego que ya tenía varias parejas, aunque Iris provocó en él el mayor amor al ser alcanzado por una flecha de Eros. Cuando Zeus le encomendó a su esposa la tarea de otorgar mensajes para los hombres, Céfiro se ofreció a impulsarla suavemente con su soplo para dirigirla, ya que si bien Iris poseía alas, solía distraerse en sus viajes al mundo de los humanos.
En sus traslados, Iris llevaba consigo un jarrón de oro para regar las nubes para proveer a la tierra de las lluvias necesarias para la fertilización. Del mismo modo, la diosa mensajera transportaba el caduceo, una especie de “varita mágica” que propiciaba la vida, la salud y la prudencia. Pero lo más significativo era su atuendo multicolor diseñado por Hefesto, que al lanzarse desde las alturas hacia la tierra y reflejarse en las aguas desprendía un surco de siete colores que pintaba el cielo luego de cada tormenta, ya que Iris alternaba su labor de emisaria con Hermes, el dios mensajero por excelencia. Temeroso de que las nubes lo rozaran y avivaran su alergia hacia ellas, Hermes llevaba a cabo su tarea los días de sol, mientras que luego de cada tormenta, Iris se abría paso entre las nubes y llevaba alegría a los hombres con su sublime haz de luz multicolor.
Así fue como, luego de la “tormenta” que implicó la disputa entre dioses y hombres, llegaba el mensaje de paz y un nuevo pacto entre las partes, signada por el arqueado, esplendoroso y colorido vuelo de la diosa Iris. Ahora, cuando admiramos el Arco Iris luego de la tempestad, sabemos que nuestra diosa está enviando un mensaje de Zeus a alguno de los mortales…