Por: Mauro Gago
Paralelismos mitológicos e históricos entre el “Hijo de Dios” y el “Hijo de Zeus”
Así como en un artículo anterior se analizó una correlación, en teoría, entre Zeus y Dios en esta oportunidad desandaré una polémica equiparación a la que algunos teóricos dieron lugar, y es la que asemeja a Heracles (más conocido como Hércules) y Jesús.
El estudio supone dos análisis diferentes, teniendo en cuenta que ambos tuvieron caracterizaciones tanto mitológicas como históricas y, si bien es cierto que hay más elementos para certificar la existencia de Jesús que la de Heracles, también es real que la distancia temporal entre el héroe cristiano y el griego refleja una dificultad mayor en la validación existencial de este último que en la de aquel. Es decir, si dejando de lado los relatos de La Biblia (referencia fundamentalmente mitológica), hubo muchas dificultades “empíricas” para fundamentar la presencia de Jesús en la tierra, qué podemos esperar en el caso de Heracles, cuya hipotética existencia se produjo mucho tiempo antes. Vale decir, además, que el paradigma (según la concepción de Tomás Khun) religioso central de la Cultura Occidental se basa aun hoy en el Cristianismo, y en donde el paradigma de los dioses griegos se extinguió hace mucho tiempo. Esto refleja de algún modo que la existencia de Jesús como “hijo de Dios” está fundamentada más en la fe de los devotos y en el carácter doctrinal que en su corroboración positiva (en términos de la corriente del Positivismo). En ese sentido, creo que un acontecimiento no puede reflexionarse por fuera de un sistema social y, en efecto, es este sistema quien acredita o desacredita estos acontecimientos según sus creencias y costumbres.
Pero dejando de lado este debate, pasaré a analizar la analogía desde la mitología donde, obviamente, se desarrollan la mayor cantidad de coincidencias que permiten esta exploración teórica. Veremos por qué, según mi humilde conjetura, no es alocado emparejar a Heracles con Jesús de Nazaret.“Hijos del Señor”. En primer lugar, tanto Heracles como Jesús son Hijos de los “Todopoderosos”: el héroe griego de Zeus y el superhombre hebreo de Dios. Esta coincidencia parental se refuerza con el hecho de que la madre de ambos, Alcmena y María, respectivamente, eran mortales y fueron deliberadamente ungidas por los dioses. Asimismo, ambas llegaron vírgenes al momento de procrear a sus hijos “divinos”, aunque hay que aclarar que María se mantuvo siempre pura dada la unión “espiritual” con Dios, mientras que Alcmena sí mantuvo relaciones sexuales con Zeus cuando el dios se metamorfoseó en su esposo Anfitrión, según el mito.
Víctimas de complots homicidas. Tal vez para demostrar su estirpe divina, las referidas leyendas sobre el nacimiento de nuestros héroes coinciden en que ambos fueron blanco de intensiones de exterminio: como es sabido, Herodes pretendió matar al niño Jesús al correrse la voz de que “había nacido el futuro rey de los judíos”. Del mismo modo, Hera (esposa de Zeus) intentó matar al retoño “bastardo” de su marido para sancionar su infidelidad.
Niños prodigiosos. Tanto Heracles como Jesús tuvieron infancias marcadas por la magnificencia de sus capacidades, sorprendiendo a propios y extraños con sus actos. En este aspecto son susceptibles de destacar algunos hechos que los relacionan. A los pocos días de haber nacido Heracles, como mencioné, Hera no se conformó con que su marido nombrara al bebé en homenaje a ella (Hera-kles: “gloria de Hera” en griego), por lo que intentó asesinar al niño que cercioraba la deshonra. Por ello mandó unas serpientes a los aposentos del bebé para que lo mordieran, pero el infante Heracles las mató con sus manos. Cuando sus padres y criados llegaron, vieron con estupefacción cómo el niño jugaba con los cuerpos inanimados de las víboras. Por su parte, en el evangelio apócrifo de Tomás, se cuenta que Jesús había construido unos pájaros de barro en su afán de divertirse, a los cuales convirtió en aves reales ante sus padres para demostrar su poder divino.
Inentendidos y castigados por sus padrastros: Tanto Heracles como Jesús poseían una gran inteligencia desde chicos, exponiendo muchas veces a sus mayores al ridículo. La Mitología Griega nos cuenta como Heracles, luego de matar a su maestro por reprenderlo severamente, debió comparecer ante un tribunal por la causa de homicidio. Y el joven semidios citó en el juicio una sentencia de un eximio legislador griego que aludía a la “legítima defensa”, aunque Heracles argumentó engañosamente el relato. Impresionado por el conocimiento de leyes del muchacho, el tribunal terminó absolviéndolo. A pesar de ello, su padrastro Anfitrión lo castigó debido al miedo que sintió ante las capacidades divinas de su hijo. En Jesús, por su parte, encontramos una situación similar donde el joven se apartó de sus padres para debatir aspectos teológicos con doctores de la ley hebrea, a los que sorprendió de sobremanera con sus conocimientos. Cuando sus padres lo encontraron, le regañaron el hecho de haberse apartado de ellos, mientras que José sintió una gran inquietud por las destrezas intelectuales de su hijo.
Los Milagros. Las hazañas de uno y otro son harto conocidas por todos y, aunque al héroe dorio lo caracterizaba la extremada fuerza y al nazareno sus proezas espirituales, las gestas de ambos entran sin ninguna duda en el rango de lo “milagroso”. De Heracles se destacan los afamados “doce trabajos” que su primo Euristeo, rey de Micenas, le había impuesto como sanción por su parricidio. Sin embargo, hay un hecho que los antiguos romanos consideraban sublime: según su concepción, Heracles fue quien abrió el paso del Mediterráneo al hasta entonces desconocido océano Atlántico al destruir con sus manos las rocas que dividían las aguas. El lugar fue representado con las míticas “Columnas de Hércules”, aunque más tarde fue renombrado como “Estrecho de Gibraltar”. De Jesús, los prodigios son célebres: resucitar a los muertos, convertir el agua en vino o caminar sobre el mar…
Entregados a la muerte por íntimos: Podría decirse que así como los fariseos anhelaban la muerte de Jesús y manipularon a su discípulo Judas para llevar a cabo su plan, en el caso de Heracles fue el centauro Neso quien deseaba la expiración del héroe y utilizó a Deyanira, esposa de Heracles, para lograr su objetivo. Fue así como luego de ser herido mortalmente por Heracles por intentar violar a su mujer, Neso le susurró a Deyanira que su sangre haría que Heracles la amara para siempre. Así lo creyó la inocente esposa pero al untar la sangre en la vestimenta de Heracles, ésta comenzó a quemarle el cuerpo al héroe hasta matarlo. No obstante, mientras que en el caso de Cristo la traición es directa, en el de Heracles el engaño es transversal, aunque el final de Judas y Deyanira es el mismo: ambos se ahorcaron al percatarse de sus culpas.
Ascensión a los cielos: Pero luego de sus muertes, tanto Heracles como Jesús fueron ascendidos al Olimpo y al Reino de los Cielos, respectivamente. La apoteosis de ambos es, obviamente, favorecida por su condición de “Hijo de Dios (Zeus)”. En el caso del griego, su glorificación se dio justo cuando el héroe iba a ser cremado por sus íntimos pero Zeus apagó la pira con sus rayos y lo transportó al Olimpo en su carro de caballos. Por su parte, la ascensión de Jesucristo también se da en el momento en el que se encontraba con sus discípulos, luego de haber resucitado.
En cuanto a las certificaciones históricas de ambos, como dijimos, los datos no abundan. En efecto, el hecho de que exista tan poca información histórica de Jesús implica de alguna manera que sus actos no llamaron demasiado la atención para sus contemporáneos, como sí se da a entender en La Biblia, a la que ubico dentro de las fuentes mitológicas. No obstante, y en pos de documentar coincidencias, un historiador hebreo de nombre Flavio Josefo nombra en sus escritos tanto a Heracles como a Jesús, incluso lo hace en más oportunidades respecto del héroe heleno que del cristiano.
Como corolario, insisto en que el hecho de que la existencia de Jesús esté dada cabalmente por cierta y la de Heracles se tome como parte de una fábula tiene que ver con la cercanía temporal y paradigmática de nuestros tiempos. Y en ese sentido, considero que sí existieron hombres como Heracles y Jesucristo pero que la ideología religiosa, tanto la griega como la cristiana, reacomodaron los registros fidedignos de estos varones sobresalientes en representaciones legendarias para comprender (y tal vez justificar) hechos que en su debido momento no supieron explicar o que, contrariamente, decidieron nutrirlos de singularidades de magnificencia en pos de alimentar un mito, de fomentar una leyenda de hazañas y milagros.
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