Emerge un líder, al rescate de Ochoa

#HistoriasDeCharter

A bordo del charter, si bien – como en el ideal de sociedad – todos somos iguales ante la ley, bien podríamos decir que en el universo charteril todos somos iguales ante el chofer.

Es decir, pasajeros rutinarios que – entregados a la agenda de viajes – esperamos cada mañana o cada tarde nuestro charter, para sentarnos y encontrarnos con nosotros mismos, y con otros colegas de rutina.

Sin embargo, también – como suele escucharse al caminar por cualquier vereda – algunos son más iguales que otros.

En el charter, todo depende de la actitud con la que uno suba, y la disposición a ayudar con la que uno ande a esas horas de la mañana.

Con sólo viajar unos pocos días en el mismo charter, el pasajero advertirá que existen roles y espacios solidarios para ocupar.

Uno de ellos es el del control de los boletos.

Una tarea que dejarla a merced del chofer, de modo exclusivo, es exponerlo al riesgo de desconcentración en el manejo. Entonces, ahí aparece el charterista que asume responsabilidades, que se involucra desinteresadamente, que – en definitiva – viaja con un propósito adicional al de vegetar sentado, de un punto de la ciudad a otro.

Paciente, irá uno por uno de los asientos, recolectando los tickets de la “cuponera” o la plata del pasajero “eventual”, debiendo tolerar la demora de cada uno de los pasajeros en buscar su ticket en el bolsillo (tarea difícil, antinatural, la de buscar cosas en los bolsillos del pantalón, mientras se está sentado).

Suele ocurrir que quien asume esta responsabilidad, la mantiene a lo largo del tiempo. Es un papel protagónico. Un espacio de poder. Construye desde ahí.

Es que desde ese momento, solo habrá dos líderes, con responsabilidades definidas. El Chofer, y “el que pide los boletos”. Un líder surgido del pueblo.

También, en términos de solidaridad, aparecen roles esporádicos productos de situaciones puntuales.

Me vi enrolado en aquella situación una mañana húmeda, de miércoles.

Un nuevo chofer asumía la conducción del charter, y carecía de la información necesaria para saber en qué esquinas frenar, quiénes eran sus pasajeros, quiénes no.

Es decir, tenía una lista impresa, pero a los nervios de ser su primer viaje, sumarle esa responsabilidad era ciertamente una situación no deseada.

Subo al charter. Fui el primero de todos.

  • Buenas…- lo saludo.
  • Buen día. Ceccotti, ¿no?-
  • Si, de las 7.44-
  • Perfecto. Soy nuevo, sabe…-
  • Todo bien. ¡Suerte!-

Ya me dirigía a la zona de “popa”, retirado de los ruidos y los movimientos que ocurren en la proa (gente que sube, que baja, diálogos con el chofer, la radio) cuando escucho al nuevo chofer que me habla, mirándome por el espejito.

Siguiendo el consejo que alguna vez recibí, me puse al servicio tal como ameritaba la situación.

Me olvidé de mi música, mis ojos cerrados, para asumir una responsabilidad clave.

Ocupé el primer asiento y empezamos el “doble comando”.

Yo le cantaba las esquinas por venir, con las cantidades de pasajeros que debían subir. En el medio, él me hacía comentarios sobre la lluvia de la última noche, la humedad, Mangeri.

Enfocado en mi rol de copiloto, como en un rally, miraba la hoja de ruta y le decía al piloto el derrotero por venir.

Y ahí estaba yo, que con total seriedad y como si lo hubiera conocido de toda la vida, decía “Ahora, en dos cuadras más, en la estación de servicio, sube Ochoa”.

Y en efecto, allí estaba Ochoa, bajo un baño de Lord Cheseline, un sobretodo beigecito, mocasines con hebilla, y maletín.

Ochoa es mi nuevo amigo.

Y el chárter siguió andando. Igual que la vida.