Por: Miriam Molero
“Perdida” (Gone girl) es esa clase de libro imposible de comentar. Cualquier cosa que se diga sobre esta novela, excepto que sean vaguedades o generalidades, corre el riesgo de convertirse en un spoiler. El dilema es qué hacer si uno tiene la necesidad de comentarla a partir del disfrute de haberla leído pero se encuentra con esta imposibilidad de hacerlo sin atentar contra el factor sorpresa.
¡Si hasta Rodrigo Fresán, a cargo de los prólogos de la colección Roja & Negra (RHM) a la que pertenece “Perdida”, hizo publicar su prólogo al final del libro!
Le doy vueltas. Nada.
No quiero ser la Homero Simpson que a la salida del estreno de “El Imperio contraataca”, sin importarle la gente en la cola para la siguiente función, dice por todo lo alto: “¡Quién iba a pensar que Darth Vader era el padre de Luke!”. Nones.
El asunto es que Gillian Flynn escribió una novela de puntos de vista y armó una estructura de contrapunto entre las dos voces de un matrimonio: él y ella. Pero no es un simple contrapunto sino que las voces se mueven como dos agujas de tejer, empiezan con el punto inglés y una vez que está hecho el elástico del sweater el dibujo cambia, y cambia y vuelve a cambiar. Punto inglés, punto canelón, punto canasta, punto espina…
Me seduce tanto que la estructura de una novela esté al servicio de la historia que se quiere contar así como tanto me fastidia el uso de la forma por la forma misma y, en el otro extremo, la historia fofa, sin corset. En este estricto sentido, “Perdida” es una novela perfecta.
Del conjunto de aspectos que hace a la estructura de un relato, el punto de vista es lo que me fascina. Era adolescente cuando leí “Luz de agosto”, de William Faulkner, y me estalló el cerebro como estalla un vidrio templado que se parte pero se mantiene unido. Así. Boom. Puntos de vista.
William Faulkner y Gillian Flynn no tienen ninguna relación. Sólo recordé “Luz de agosto” porque la pienso permanentemente desde que la leí por primera vez. Y la seguí pensando la segunda vez, la tercera, en castellano, en inglés, en castellano. Para que se entienda: si “Perdida” es un sweater, “Luz de agosto” es una alfombra de Isfahán.
Seguí pensando, entonces, y desde mi lejana infancia en tiempos de instituto de inglés me vino a la mente “Ten Little Niggers”, de Agatha Christie. No sé si saben que, digan lo que digan, Agatha Christie es una de las escritoras fundamentales de la novela policial y que, le pese a quien le pese, “Ten Little Niggers” es el mayor best-seller del género.
Se preguntarán tal vez por qué insisto en citar el título en inglés: “Ten Little Niggers”. Porque es el título original, publicado en Gran Bretaña en 1939. Modificado en los Estados Unidos por este asunto de lo políticamente correcto y los afro-americanos, pasó a ser “Ten Little Indians”. Sólo que “Ten Little Indians” tenía la palabra “Indians” así que terminó convertido en “And Then There Were None”. Pasamos de “Diez negritos” a “Diez indicecitos” a “Y no quedó ninguno”, con diez muñequitos que fueron a su vez negritos, indiecitos y soldaditos. Increíble. Finalmente Agatha Christie adoptó esta última versión -”And Then There Were None”- para no quedar mal con nadie. Pero lo cierto es que en “Ten Little Niggers” no aparece un solo negro y si hay un llamado de atención para los Inadis del mundo es un comentario peyorativo sobre el judío Isaac Morris.
“Ten Little Niggers” se basa en una canción del Siglo XIX, adoptada por cantantes de varieté (minstrels) -sin descartar tintes satíricos-, luego devenida canción infantil porque, básicamente, con ella los chicos aprendían a contar. De hecho, todavía aprenden, sólo que en la actualidad desaparecieron las peripecias y se canta la parte de los números.
La letra original es de Septimus Winner (1868) y no decía ni diez indiecitos, ni diez soldaditos ni diez negritos. Decía “Injuns” que es forma coloquial de “indios”. La versión que se hizo popular y que cruzó el océano desde América hasta Europa fue la de los negritos, una adaptación de Frank J. Green (1869). Eran ten little nigger boys así como en la tradición española se cuentan “Los diez perritos”. Yo tenía diez perritos, uno se perdió en la nieve, no me quedan más que nueve…
Ten little nigger boys went out to dine;
One choked his little self and then there were nine.
Nine little nigger boys sat up very late;
One overslept himself and then there were eight.
Eight little nigger boys traveling in Devon;
One said he’d stay there and then there were seven.
Seven little nigger boys chopping up sticks;
One chopped himself in halves and then there were six.
Six little nigger boys playing with a hive;
A bumblebee stung one and then there were five.
Five little nigger boys going in for law;
One got in Chancery and then there were four.
Four little nigger boys going out to sea;
A red herring swallowed one and then there were three.
Three little nigger boys walking in the zoo;
A big bear hugged one and then there were two.
Two Little nigger boys sitting in the sun;
One got frizzled up and then there was one.
One little nigger boy left all alone;
He went out and hanged himself and then there were none.
En la historia de Agatha Christie, mediante variados artilugios, diez personas son invitadas por un misterioso anfitrión a pasar una temporada en la Isla del Negro (mejor no entrar en detalles con los cambios del nombre y la forma de la isla). Una vez allí, atrapados, sin poder escapar y sin comunicación con el continente, escuchan sus sentencias: todos han cometido asesinatos por los que no han sido condenados y ha llegado la hora de pagar con sus vidas. En cada uno de los cuartos hay una copia de la canción infantil y la mesa del salón está decorada con diez estatuillas, los famosos diez negritos. Una muerte, una estatuilla menos. Y así hasta no quedar ninguno. ¡Todos a cantar! Diez negritos se fueron a cenar, uno se ahogó y entonces quedaron nueve… ¡oops!
Siniestra, la Agatha.
A esta altura de más está decir que prefiero el título “Ten Little Niggers” aunque en los Estados Unidos no pueda ni siquiera pronunciarse la palabra “nigger” aka (also known as) “the n word”, sin ser expulsado del mundo bienpensante (la chef Paula Deen es ejemplo reciente). Sin embargo y porque no hay ánimo de defender a la cocinera, aquí la cuestión es bien distinta ya que se trata de una obra literaria y un cambio en la historia de la cultura no cambia ni la historia ni la cultura ni el pasado. Los cambios son en el presente o no son. No veo diferencia entre el acto de cambiar el nombre del personaje de Mark Twain Nigger Jim por Slave Jim, y el acto llevado a cabo por Volterra alias Il Braghettone cuando, por órdenes del papa Sixto IV, le pintó ropa a los desnudos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina. Lo mismo para “Ten Little Niggers”.
Hasta aquí la discusión del título y el delirio de lo políticamente correcto que nada tiene que ver con la literatura. Volvamos a la estructura que fue por eso que recordé la novela.
“Ten Little Niggers”, publicada hace 74 años, posee características notables:
- Es una novela policial sin detective.
- Es la hipérbole del misterio del cuarto cerrado (locked room). El cuarto cerrado es la isla.
- El crimen se desarrolla a lo largo de la novela. No es el punto de partida de la investigación. La novela es la comisión del crimen en sí mismo.
- Se mueve en dos andariveles: el de lo que los personajes dicen y hacen, y el de lo que los personajes piensan.
- Muchos de esos pensamientos internos aparecen, incluso, sin identificación del pensador. No se sabe quién está pensando lo que uno lee que alguien está pensando.
- La policía está puesta en un anti-clímax: llega tarde, para contar diez cadáveres, no descubre qué sucedió en la isla.
- La resolución del misterio no aparece en la forma de soliloquio a cargo del inexistente detective. El clímax llega solo, en el mensaje en una botella arrojada al mar. Este mensaje es una confesión en primera persona. O sea que el final incluso prescinde del narrador que venía contando la historia y opta por el formato epistolar.
- El soliloquio de resolución del enigma lleva la firma del asesino.
- El asesino es el juez, un asesino serial que mata a través de la ley y luego decide hacerlo por mano propia. Un asesino serial que no mata inocentes (teléfono para Dexter).
- No sabemos si la botella fue hallada alguna vez o si sólo el lector es quien sabe la verdad.
“Diez negritos” vendió más de cien millones de ejemplares. “Perdida” va por los dos millones. Por ahí alguno de ustedes tiene ganas de tener el dos millones uno.
En todo caso, después me comentan. Si es que pueden hacerlo. Con spoilers no vale.