Por: Miriam Molero
“¿Hay algún punto sobre el cual usted desearía que yo orientara mi atención?”
“Al curioso incidente del perro en horas de la noche”.
“El perro no hizo nada en horas de la noche”.
“Ese fue el curioso incidente”, remarcó Sherlock Holmes.
La novela “El curioso incidente del perro a medianoche”, tal la traducción al castellano, fue best-seller allá por 2003. Escrita por Mark Haddon es una historia detectivesca muy particular, inteligentemente naïf, que recomendé tantas veces como pude. Lo saben bien los oyentes de Radio Mitre.
El título, como ya quedó expuesto, cita a Sherlock Holmes. Pertenece al cuento “Silver Blaze” (traducido para nosotros como “Estrella de plata” aunque encuentro muchísimo más encantadora la versión francesa “Flamme d’argent”, Llamarada de plata, más fiel tanto al nombre como al carácter del desaparecido caballo de carreras en esa aventura de Holmes).
Leí “El curioso incidente del perro a medianoche” -como mucho de lo que leo- a instancias de las bibliotecarias del Círculo Cultural (Club del Progreso) y casi me caigo de espaldas cuando hace un par de semanas, estando en Londres, veo la cartelera del teatro Apollo.
Tenía que verla.
Conseguí una entrada barata y con una ubicación inmejorable, esos maravillosos tickets de “last minute”, y me encontré sentada frente a un cubo. Sí, el escenario es un cubo, marcado con ejes cartesianos, cuadriculado, organizado, milimétrico, obsesivo, múltiple. Como puede uno suponer la mente de un chico que padece síndrome de Asperger. El escenario se parece más a la idea de la foto con la que abro este post que al espíritu del afiche.
Estuve tres horas frente al mejor teatro del mundo. Tres horas, con un intervalo de quince minutos y no quería que la obra terminara. Y eso que conocía muy bien la trama y el desenlace. No se trataba de una cuestión de intriga. Se trataba de no querer dejar de presenciar el arte de hacer teatro. Y teatro del difícil, teatro conceptual. Ese tipo de teatro no naturalista donde no hay decorado “de la vida real” sino que hay que imaginarse el concepto de las cosas y al que, mayormente y para desgracia de los espectadores, la gente de teatro suele recurrir no por convicción y talento sino por falta de dinero para escenografía. Pero esto que estaba viendo era algo de otro planeta… y caro, muy caro. Conceptual y caro.
Qué decir de la adaptación de Simon Stephens…
“El curioso incidente del perro a medianoche” es la novela detectivesca de su protagonista, Christopher Boone, un adolescente que padece del Síndrome de Asperger, primo hermano del autismo. El chico es brillante para las matemáticas, vive con su padre viudo, no tolera ser tocado ni ser desviado de su estricta rutina, mucho menos tolera a las personas en general y en situaciones de estrés cuenta numeros primos hasta cifras siderales. Un día sucede un desafortunado incidente que cambiará este estado de cosas: el perro de su vecina aparece muerto, atravesado por una horquilla, y Christopher decide investigar quién asesinó a Wellington.
“Tengo 15 años, 3 meses y 2 días…”
El libro de Haddon tiene diagramas, dibujos, las cosas que Christopher nos muestra para contar su aventura. La obra de teatro recurre a una interesante elaboración. Al principio parece que simplemente se trata de Christopher contando en primera persona lo que ha sucedido mientras escribe su diario íntimo pero al llegar a la segunda parte de la obra nos damos cuenta de que estamos frente a la obra de teatro que por recomendación de su maestra, Christopher ha escrito basándose en los textos de su propio diario.
La maestra es fundamental en la manera de contar la historia y en el ordenamiento de la vida de Christopher. Ella ocupa en la vida o, mejor dicho, en la mente de Christopher, el lugar de “la voz de la razón”. Entonces, su consejo no ha sido en vano: no estamos simplemente frente al cuento en primera persona sino que en realidad estamos frente a la visión teatral concebida por este genio de las matemáticas con problemas sociales y por eso el escenario es este gran cubo, con ejes cartesianos, que lo contiene todo.
La gran travesía
Luego de ser acusado injustamente por su vecina quien al verlo junto al cadáver de Wellington cree que Christopher es el asesino, el chico sale a buscar al verdadero culpable pese a la oposición de su padre. Y aquí empezamos a ver al cubo en acción…
Pero en el transcurso de la investigación, Christopher hace un descubrimiento inesperado, descubre muchísimas cartas escondidas y una gran, una enorme, una enormemente grande mentira.
Entonces, aunque preferiría flotar en el universo a solas con su mascota Toby, sin riesgos de que nadie se le acerque y lo toque, Christopher está a punto de tomar una crucial decisión.
De modo que él, que no ha viajado nunca en un transporte público y ni siquiera va por su cuenta a la escuela, decide viajar a Londres. Solo. En tren, en subte, en lo que haga falta para desentrañar la gran mentira.
Tal como es mi sana costumbre, no voy a contarles más de la historia porque qué gracia puede tener hablar sobre algo y solamente contar el algo mismo. Pero ahora que ya han visto las fotos y más o menos entendido el concepto del escenario y sus funciones, es momento de decir que dos personajes son fundamentales en esta obra de teatro: el sonidista y el diseñador de luces, que ambos ganaron dos de los siete Olivier Awards 2013 que se llevó la obra.
Que el trailer sirva de prueba.
Espero que “El curioso incidente del perro a medianoche” que ya está en cartel -no sé con qué calidad- en México antes que en Broadway, llegue a Buenos Aires algún día con la exacta puesta de Londres. A propósito de buscar fotos para este blog, me encontré con que Brad Pitt y la Warner compraron los derechos para hacer la película.
Si no leíste el libro, podés empezar a pensar en leerlo.
Aguante Christopher Boone.