Por: Miriam Molero
Tienen sed. Tienen mucha sed. Muchísima. Tanta que sienten la boca pastosa. Pero, además de tener sed, deben hacer ciertas tareas al mismo tiempo. Al mismo tiempo que tener la sed, claro. Tareas como parar un colectivo, subir, sacar boleto, mirar a los pasajeros, chequear si hay un asiento libre.
Bien. Esto se puede contar de varias formas. Poniendo la cámara más lejos o más cerca. Usando las palabras como si fueran una lente que pone la escena más lejos o más cerca. Por ejemplo:
1) Alguien me cuenta lo que le pasa a otro
Tiene sed. Tiene mucha sed. Muchísima. Tanta que siente la boca pastosa. Con el brazo para el colectivo y, con la boca pastosa le pide al colectivero un pasaje de un peso con setenta. No hay asientos.
2) Alguien me cuenta lo que le pasa
Tengo sed. Tengo mucha sed. Muchísima. Tengo tanta sed que siento la boca pastosa. Viene el colectivo. Lo paro. Me subo y con la boca así pastosa como la tengo le pido al colectivero un boleto de un peso con setenta. No hay asiento. La puta madre.
3) Estoy dentro de la cabeza de alguien
El colectivo no viene. Tengo sed. El colectivo no viene. Tengo sed, mucha sed. Siempre tarda en los peores momentos. Son las pastillas, las pastillas son las que me dan sed. Ahí viene. Lo paro. La lengua se me pega al paladar. Plap. Plap. Pará hijo de puta no vayas a pasar de largo. Tengo sed. Plap. Plap. “Uno con setenta”. Tengo tanta sed. No hay asientos. Los odio.
La opción tres es la que eligió David Peace para “Tokio año cero” (Mondadori, Colección Roja & Negra, 2013). Estamos dentro de la cabeza del detective Minami, en el Tokio del fin de la Segunda Guerra, en una ciudad devastada. Estamos dentro de la cabeza del detective Minami que trabaja en homicidios, que debe ir a la escena del crimen donde hallaron el cadáver de una joven. Estamos dentro de la cabeza del detective Minami, que está estresado, que no sabe quién es su amigo dentro y fuera del departamento de policía, que no tiene dinero, que como tantos otros japoneses tiene hambre y tiene también una familia que tiene hambre. Estamos dentro de la cabeza del detective Minami que tiene hambre, que está sucio, que tiene piojos, que es adicto a las pastillas. Estamos en el infierno.
Así, como el párrafo anterior, escribe David Peace esta novela negra: al ritmo de la neurosis obsesiva de la repetición pero también la de una neurosis envolvente. Un primer plano permanente, angustioso y vívido de la caída de un policía como hemos visto en la película “Bad Liutenant”, de Abel Ferrara.
“Tokio Año Cero” está dividido en cuatro partes y un par de vericuetos. Comienza con el prólogo, el único fragmento de la novela datado en 1945, exactamente el 15 de agosto (decimoquinto día del octavo mes del vigésimo año de Showa, el período del gobierno del emperador Hirohito). Luego siguen tres partes que transcurren exactamente un año más tarde: del 15 al 28 de agosto de 1946. Durante este lapso el detective trabajará sin descanso para hallar al asesino no de una sino de una serie de jóvenes mujeres. Hallará algo más. Algo más peligroso que el asesino mismo.
Un vericueto es el monólogo de cuatro páginas impreso en el reverso de las carátulas de cada una de las partes del libro.
Otro vericueto es el glosario, al final, para buscar las expresiones en japonés. Porque David Peace es inglés y vive en Inglaterra pero durante trece años vivió en Japón y de allá se trajo esta novela en ciernes y palabras, expresiones, onomatopeyas japonesas. No duden en consultarlo.
“Tokio año cero” tiene cerca de 450 páginas que se leen como si fueran 100: es una novela hipnótica.
Quiso la casualidad que me trajera este libro como compañía para el Festival de Cine de Mar del Plata aunque está liquidado antes de finalizar el segundo día. Pero digo que “quiso la casualidad” porque estoy aquí casi exclusivamente debido a que también está el director coreano Bong Joon-Ho. Bong es autor de una película inolvidable, exquisita, cómica y truculenta, que no sólo pone en pantalla los crímenes de un asesino serial de jóvenes mujeres sino que retrata la degradación social, la corrupción y la torpeza policial y humana de la Corea del Sur de los años 80. Lo hace con arte e inteligencia. Hablo de “Memories of murder” (2003).
Japón y Corea del Sur no son lo mismo. Como la Argentina no es lo mismo que México. Pero Argentina y México son más iguales respecto de la India, por ejemplo. Así que Japón y Corea del Sur son más iguales respecto de nosotros. Hay muchos puntos en común entre “Tokio año cero” y “Memories of Murder”. También hay una gran diferencia: “Memories of Murder” es todo lo amable que puede ser sin llegar a ser liviana, y “Tokio año cero” es todo lo ácida que puede ser sin llegar al punto de lo insoportable.
Me gustaría preguntarle a David Peace si vio “Memories of Murder” y me gustaría preguntarle a Bong Joon-Ho si leyó “Tokio año cero”.
Por ahí les pregunto. Conmigo nunca se sabe. Nunca.