Por: Miriam Molero
Vivimos en una época de sobrevaloración del entretenimiento. ¿Qué quiero decir? Que hemos dejado que nuestra vida fuera impregnada por la idea de que lo que no divierte es malo, que la diversión debe ser la función sine qua non de todo libro, programa, cátedra.
Yo creo que la diversión permanente es cosa de idiotas.
Por ejemplo, un libro de historia que resulte divertido suele está más cerca de los resúmenes históricos de las Billiken que leía de chica, que de la Historia. Si busco que me diviertan voy al teatro. Si busco aprender lo que quiero es estudiar de alguien que sepa, aunque sea aburrido. Siempre he sido así.
Entonces Flor Ure me manda “American Sarmiento”, de Hernán Iglesias Illa (Sudamericana, 2013) y me quedo sin palabras. Pero no sin palabras porque me asombra; sin palabras porque no sé muy bien qué estoy leyendo y, sin embargo, me gusta.
El libro se llama en realidad “American Sarmiento. Tras los pasos de un viaje que cambió la historia argentina” porque lo que hace Illa es tomar “Viajes”, de Sarmiento, y seguir el mismo itinerario que el sanjuanino trazó en los Estados Unidos, país convertido en su nuevo modelo de civilización. Esto, para empezar. Porque lo que más bien hace Iglesias Illa es convertirse en Sarmiento más o menos de esta manera:
-Se deja la barba como hizo Sarmiento.
-Recorre los sitios que visitó Sarmiento. Los recorre incluso acompañado si ese tramo del trayecto Sarmiento lo hizo con algún amigo.
-Construye el libro con formato epistolar. Son mails que envía a alguien -para nosotros desconocido- que oficia de destinatario de las noticias sobre los avances, mesetas y retrocesos de la investigación en la que el autor dice haberse embarcado a partir de “Viajes”. Sarmiento hizo lo propio con su amigo Alsina.
-Desde su vida fuera del país opina sobre el país, algo de antikirchnerismo y de comentario económico amateur incluidos. Un calco de Sarmiento.
Estos cuatro aspectos resultaron ser para mí, sin serlo completamente, la parte más aburrida de “American Sarmiento”. Claro, ya sé, son justamente las partes divertidas, las de distender, la cuota imprescindible en estos tiempos.
Al llegar al capítulo dedicado a Bunkley me despabilé un poco. Un norteamericano que a los 25 años ya había hecho lo que Iglesias Illa quiere hacer y más: no sólo había ya reproducido el recorrido de Sarmiento en “Viajes” sino que también le había dedicado una tesis y una biografía. Bunkley vive rápido, hace mucho y no llega lejos: en medio de una fiesta y sin conseguir rival se mete un tiro jugando solo a la ruleta rusa.
No sabía de la existencia de Bunkley.
“American Sarmiento” avanza. A partir de la página 200 acomodo el trasero en el asiento. Es un buen síntoma. Para que se entienda es necesario contar aquí una anécdota personal. Cuando trabajaba en “El lugar del medio”, en Canal 7, los productores me descubrieron un tic. Durante el programa los columnistas estábamos sentados detrás de unos atriles. “El lugar…” tenía distintas secciones: presentación, informes, debates en piso e invitado. En el segmento del invitado cualquier columnista podía preguntar y la mayoría de las veces dependía de la destreza y del ánimo de los columnistas que el entrevistado dijera cualquier cosa, dijera algo interesante o se armara un debate encendido. A veces las entrevistas venían planchadas hasta que algún compañero se despertaba o hasta que yo me acomodaba en la banqueta. Si me acomodaba en la banqueta había dos posibilidades: o algo me había entusiasmado o algo me había hecho enojar. Entonces decían en el control: “Atentos, Molero se acomodó el culo”.
Así que llego a la página 200 y muevo el tujes de entusiasmo. Hernán Iglesias Illa deja de imitar a Sarmiento, vuelve a ser Hernán Iglesias Illa y empieza a repartir piñas a lo loco: a David Viñas, a Beatriz Sarlo, a José Ignacio García Hamilton, a Juan José Saer… A Ricardo Piglia no. De Piglia se toma con inteligencia de la mano. En cambio a los demás…
A Viñas lo deja transparente metafóricamente y literalmente hablando. Lo que hace es transparentar ciertos recursos, ciertos recortes de datos, ciertos forceps usados para calzar las pruebas en su juicio a Sarmiento.
A Sarlo le señala un falla contextual.
A Saer y a García Hamilton les reprocha la sospechosa ligereza para, en los registros de gastos de viaje de Sarmiento donde figuran “comida”, “hotel”, “transporte”, interpretar la categoría “orgie” como “orgía” e imaginarse a un Sarmiento indistinguible en una masa de piernas y brazos y sexos. Detalla HII lo que lo lleva a dudar: “Una es la diferencia de precios entre las orgies venecianas (5 y 21 francescos: ¿una tullida y una princesa?) y la orgie parisina (13 francos) y, la otra, su insólita distribución en el Diario de Gastos: en más de dos años de viaje, Sarmiento, que registraba todas sus expensas, ¿sólo necesitó aliviarse tres veces, y dos de ellas en el mismo fin de semana?”.
Hernán Iglesias Illa argumenta, explica punto por punto por qué discute lo que discute. No teme hacerlo, no le importa a quién sino qué. Y esto me satisface profundamente porque acá hay gente a la que por lo general no se le discute. Por portación de nombre, por miedo a quedar expuesto, por vértigo de sacar un pie del plato del universo bienpensante. Se prefiere ser coro que voz disonante aunque no se sepa qué se canta. Pero ojo que además de los aplaudidores que al aplaudir sienten que se aseguran un espacio bajo el halo del aplaudido, también están los ignorantes con exceso de seguridad. Los ignorantes con exceso de seguridad son esos que están tan convencidos de su derecho a expresarse que creen que aun sin conocimiento, sin argumentación, sin datos, sin ninguna clase de rigor, su opinión debe ser respetada. Idiotismos.
Hernán Iglesias Illa se pone en un lugar más parecido a la madurez. Y de yapa, como acaba de decirme mi amigo Jorge Bernárdez vía Twitter, te despierta el deseo de leer a Sarmiento. Absolutamente cierto. De hecho, gracias a HII, me entero de que existe el librito “Un viaje de Nueva York a Buenos Aires”, que Sarmiento escribió cuando regresaba mientras en la Argentina iban y venían los votos de los electores que podían declararlo Presidente de la Nación, o no.
Dice Hernán Iglesias Illa que es lo mejor que ha escrito Sarmiento. No sé. Dudo que sea superior a “Facundo”. Pero, ¿saben qué? Le creo a Hernán, se ha ganado mi confianza. “Un viaje de Nueva York a Buenos Aires” ya está en mi e-reader.
Sarmiento rules.