El escrache y la literatura nacional

#EntrePlazaYPlatea

En “La Argentina en pedazos” (1993), Ricardo Piglia se proponía rastrear las marcas de la violencia  en la literaria nacional, en donde ubicaba como origen de esta serie de relaciones al “Facundo” de  Sarmiento y a “El Matadero” de Echeverría.

Se trata de dos libros fundantes de la literatura nacional que funcionarían en espejo. Sarmiento  escapa de la misma violencia que el unitario que imaginaba Echeverría sufría en carne propia. Mientras el primero se exilia, el segundo muere. Dos destinos trágicos que se repetirían a lo largo  de la historia nacional.

Ahora bien, el costo de escapar a la muerte era el de la renuncia a la propia patria. Incluso, a la  propia lengua. De hecho, Sarmiento no se va del país sin dejar un mensaje “cifrado”. Una frase en  francés escrita en los “baños de zonda”, que demandará la creación por parte del gobierno de una  comisión de Estado que la traduzca: “Bárbaros, las ideas no se matan”. Como bien señala Piglia, el poder y fuerza de la frase, no estaba en lo que decía, sino en el uso del francés como presunta marca de civilizatoria.

Entre el empleo político de la lengua extranjera y el cuerpo mutilado de Echeverría, entre el exilio y la muerte, Piglia nos iba a ofrecer su hipótesis más inquietante: la clase dominante porteña de la  época se contaba así misma bajo la forma de la primera persona (el relato de Sarmiento era, de hecho, una autobiografía), pero narraba el mundo de lo Otro (el de los federales bárbaros de Echeverría) desde un registro ficcional. La ficción nace como la única forma de dar cuerpo y letra a  ese otro mundo.

Es en este antagonismo entre la Civilización y la Barbarie, en los términos en que es recreada por ambos autores, sobre el cual según Piglia se edifica una larga tradición en la literatura nacional. Se trata de una marca, hasta hoy indeleble, en nuestra cultura nacional.

De hecho, así como Piglia sostenía que el Facundo empieza donde termina El Matadero, los episodios protagonizados por el periodista Nelson Castro, empiezan donde terminan los vividos  por el Viceministro de Economía.

Entre la autobiografía de la civilización y la ficción de la barbarie, la literatura anticipa mucho de lo que son, al día de hoy, las prácticas de las que (justo es decirlo) todos formamos parte. Después de  todo, nos queda el amargo sabor de que nada parece haber cambiado demasiado y somos  actuados por las marcas de nuestra historia. Repetimos los traumas –para deleite de los psicoanalistas-de nuestra infancia nacional, los cuales habiendo querido reprimir, solo han reaparecido con más fuerza.

Pienso que deberíamos comenzar por asumir que no se trata del gobierno ni de un grupo de violentos que no pueden encontrar mejores modos a su intolerancia. Somos todos. Es tan solo otra de las tantas formas en que nuestra historia irresuelta nos habla.