En las últimas semanas, una serie de eventos y situaciones llevaron a la comunidad artística y su relación con la política, a primera escena.
En realidad, todo comenzó a principios de año con una entrevista a Ricardo Darín por parte de una revista del Grupo La Nación, en donde el actor manifestaba sus dudas sobre el patrimonio de la Presidenta de la República. Opinión que le valió no sólo duras réplicas de muchos de sus colegas, como Federico Luppi, sino también de la misma Primera Mandataria.
La saga continuó (no necesariamente en secuencia, pero sí en intensidad de debate) con un informe realizado por Jorge Lanata en su programa, algunas emisiones atrás, en relación a los subsidios del Gobierno Nacional a la industria audiovisual. Denuncia a la que le siguió una contundente respuesta de gran parte de la comunidad artística.
Por último, la secuencia terminó esta semana con dos hechos que cobraron una especial importancia al calor del cierre de las campañas de cara a las elecciones primarias. Se trató, en primer lugar, de los cruces entre actores y periodistas en y post la fiesta de los Martín Fierro; y, en segundo término, la presentación por parte de Massa de una serie de artistas que apoyarían su candidatura.
Ahora bien, de todo esto, y del debate subsidiario, pueden extraerse cuatro primeras conclusiones.
- #1 Un vinculo… En primer lugar, se hace evidente la existencia de un vínculo (en lo absoluto nuevo) entre la comunidad artística y la política en todas sus manifestaciones, tanto oficialista como opositora.
- #2 Un vinculo de sospecha… En segundo término, lo interesante de esta relación es la sospecha que existe sobre el vínculo mismo. Hay algo malo, a los ojos de la opinión pública, en la relación entre ambos “mundos” aun cuando no se sepa bien por qué o qué es lo que habría de poco “natural” en ella.
- #3 Un vínculo de sospecha selectiva… Asimismo, lo interesante de esta sospecha es –justamente- su carácter selectivo: se desconfía del vínculo entre políticos y actores sólo cuando implican al oficialismo. Después de todo, no se ve con malos ojos que la oposición presente candidatos de la farándula como Gianola o Del sel, entre otros).
- #4 Una red de intereses… Por último, se asiste a una relación que se sustenta en una red de intereses mutuos. Desde el punto de vista de los artistas, los intereses son más o menos claros y van desde la militancia manifiesta hasta las necesidades de financiamiento y trabajo, pasando por la convicción real y comulgación efectiva de ideas.
Ahora bien, lo que nunca parece quedar en claro es cuál es la ganancia (¿plusvalor?) que la política saca del trabajo de los artistas. En otras palabras: ¿Cuál es el valor de esa relación para la política? ¿En qué radica su importancia?
La respuesta parece asomar cuando se presta atención a uno de los actores (opacos pero) claves de nuestras democracias: los indecisos. Un segmento social cada vez más decisivo en las elecciones (algo mencionábamos en este post en relación al proceso de despartidización). En una palabra, la importancia del artista está en los límites mismos de la política. En el lugar donde ella fracasa: en el acto de convencer a los indecisos. A un segmento poblacional que constituye una suerte de núcleo duro que se resiste a la política y sus argumentos. Es indiferente por completo a sus formas y sus relatos. De hecho, el esfuerzo creativo (o no tanto) de los equipos de campaña se ve obligado a apelar a formas externas a la política para poder llegar a él. Sin duda un ejemplo ilustrativo, en este sentido, lo dieron en esta elección Gil Lavedra y Victoria Donda jugando a Candy Crush como mecanismo tendiente a explicar (!?) su posicionamiento en relación a los presuntos hechos de corrupción de público conocimiento.
Los artistas son otra de estas formas derivadas, indirectas, de llegar a los indecisos. En pocas palabras, allí donde la política falla por fuerza de su descrédito, los artistas le sirven de prótesis: ofrecen a los indecisos una serie de referencias de segundo orden sobre la política, su “mundo” y sus referentes. Después de todo, si bien los indecisos se resisten a la política, permanecen indiferentes a ella, no quedan ajenos al mercado y consumo de bienes de culturas. Leen libros, ven películas y series de televisión, escuchan música y –lo más importante- se interesan por la vida de sus artistas y se dejan llevar por ella.
En este orden de ideas, la respuesta –calificada por muchos de desmedida- de Cristina Fernández a Darín a principios de año, debe entenderse en este mismo sentido: una señal a la comunidad artística en general de cuál es el costo por expresiones públicas que tiendan a desarticular lo que intenta presentarse como una relación natural entre ciertos exponentes de la comunidad artística y el Gobierno Nacional. Articulación que Lanata -por cierto- lejos de poner en duda, ayudó a realinear: su crítica a la financiación de la producción audiovisual, al cuestionar la base misma de funcionamiento de gran parte de la industria, realineó las posiciones entre los artistas y sus referentes, por un lado, y la política por otro.
Si hay algo que la entrega de los premios Martín Fierro ha dejado en evidencia es que o los artistas y los periodistas no son “hermanos” o bien la Ley Primera que debería unirlos no aplica a ellos… La entrega fue la puesta en acto de una división, entre artistas y periodistas, que –aunque difusa- parece corresponderse bastante con el péndulo que oscila entre el apoyo y la crítica al relato.
Pero, entonces, volviendo sobre el interrogante con el que abrimos este post, ¿cuánto vale políticamente un artista? Tanto como la suma de su influencia sobre los indecisos.