Un pino, dos pinos, tres pinos: la aritmética de Solanas

#EntrePlazaYPlatea

En declaraciones a un matutino el actual Diputado por Proyecto Sur, Pino Solanas, manifestó que el acuerdo que propone junto al ARI, al GEN, a cierta facción del Socialismo, la UCR, el PODES y Libres del Sur, tendría un piso de 30% en las próximas elecciones.

En principio, el dato no es incorrecto. De hecho, en la Ciudad de Buenos Aires la pelea que enfrenta la oposición al Macrismo se concentra en convencer para sí al 56% de electores que declaran -según una reciente encuesta de IPSOS-Mora y Araujo- desaprobar la gestión del actual Jefe de Gobierno.

Si nos prestamos al juego de los números y asumimos que (a) el 42% de los que mencionan aprobar la gestión no tendrían una mejor opción para cambiar su voto (algo que no es del todo cierto en una elección legislativa, donde muchos se sienten tentados a “castigar” a su propio candidato o suspenderle el voto en disconformidad, aun cuando lo volverían a votar en una elección ejecutiva); y (b) que el kirchnerismo obtendría un caudal del orden del 25% de aquel 56% de disconformes, en coincidencia, más o menos, con el piso histórico de la fuerza liderada por Filmus en la Ciudad; se desprende entonces que un acuerdo opositor amplio rondaría (dependiendo de la amplitud misma del carácter “amplio” del acuerdo) el 31% restante.

Incluso, en el set de oferta legislativa para la Ciudad, tanto Carrió  a Diputada como Solanas a Senador, se encuentran entre las primeras tres opciones en intención de voto. Algo que refuerza la posibilidad de acceder al 30% como intención de voto.

Visto de esta forma, se trata de un escenario mejor que aquel que enfrenta la oposición a nivel nacional, donde el margen de intención de voto a candidatos opositores es sustancialmente menor: solo un 45% de los encuestados señalan que votaría por un opositor. Y donde incluso cada fuerza en particular (sobre todo el GEN, el ARI, la UCR y el Socialismo) participa de diferentes intereses y con diversa presencia local y territorial en los municipios y las provincias, dificultando un acuerdo amplio y extensivo a varios distritos.

 En la Ciudad, en cambio, los extremos están tan marcados y el poder de fuego de todas las fuerzas signatarias del acuerdo tan equiparado que constituye un buen territorio de ensayo de un pacto donde nadie tiene mucho que perder. Todo un ejemplo de la nueva política de no-suma cero, en los términos que lo formulara Manuel Mora y Araujo en su columna dominical en Perfil:

“Tan lejos de la lógica de la suma cero está la política argentina hoy [ya no sucede que cuando a uno le va bien, a otros les va menos bien] que si algunos dirigentes hallan cierta recompensa en la opinión pública, no es por sus logros en la gestión para la que fueron votados, sino por su capacidad –nada despreciable– de ser expertos en el empate, en no estar ni demasiado de un lado ni demasiado del opuesto. La sociedad parece estar demandando empates, no ganadores, no definiciones”

Es en este sentido que puede decirse que la pelea de la oposición en la Ciudad de Buenos Aires, es no sólo una lucha por el mayor margen posible de aquel 56% de disconformes con la gestión oficial, sino –por sobre todo- una pelea por el empate en condiciones de polaridad Macrismo-Kirchnerismo y de relativa igualdad en el poder de fuego y territorialidad de los partidos firmantes.

No obstante, esta aritmética electoral del 30% es cierta sólo a condición de que exista un público cautivo: que todo aquel que pensaba votar por el candidato “x” (miembro de uno de los partidos que firmó el acuerdo), lo haga en la misma manera y medida en que tenía pensado hacerlo, una vez dado a conocer que mencionado pacto existe. Sobre esta premisa descansa toda posibilidad de que el piso del 30% de Solanas no sea sólo un ejercicio de aritmética electoral. Después de todo, su posibilidad de ocurrencia depende de que no se verifiquen pérdidas entre la intención de voto a los partidos signatarios del acuerdo por separado y a la fuerza resultante del mismo. De que no ocurra que un elector que iba a votar por “x” al enterarse del acuerdo prefiera no hacerlo por miedos varios (dudas sobre la sustentabilidad del mismo en el mediano y largo plazo, sobre la gobernabilidad futura o bien por el “fantasma de la Alianza”) o porque se siente traicionado en cierta renuncia programática que toda negociación y acuerdo implica.

En una palabra, el 30% será, en el mejor de los casos, un producto de la campaña, antes que un punto de partida. La inversión de esta relación, como da a entender la idea de “piso”, sólo puede llevar a un error estratégico derivado de subestimar, a la vez, tanto al electorado y sus motivaciones como a la complejidad del escenario electoral.

Por otro lado, ni el Macrismo ni el Kirchnerismo enfrentan una situación similar. Ambos logran “votos por confianza ciega” basados en sus gestiones, sus presupuestos ideológicos o programáticos o su posicionamiento en el conjunto de arco político. La Oposición del Gran Acuerdo, en cambio, apela a un acto de fe de su electorado: les pide que su suma de votos agregada sea igual a la de las partes implicadas, aun a costa de la renuncia de banderas o incluso de su candidato en el orden de las listas. ¿Por qué? Porque aun en un país en extremo personalista, como el nuestro, el acuerdo y el empate sería más importante que los particularismos, el orden de los candidatos o su fuerza de origen…

Lejos de configurar el punto de partida, el “piso”, el 30% podrá ser una meta en la medida en que los miembros del acuerdo y sus equipos estratégicos entiendan que deben convencer a esa fracción del electorado de la utilidad del sacrificio, en lugar de confiarse en su adhesión automática. De lo contrario, la declaración del piso del 30% perderá su poder estratégico en la identificación de un potencial público adherente, para ser tan sólo una ilusión fruto de cierto efecto distorsivo de las encuestas en la estrategia electoral.