Hay quienes dicen que los primeros copos de nieve cayeron cerca del mediodía, y hay quienes dicen que la tarde ya estaba entrada en horas. Poco cambia la historia. Minutos más, minutos menos, el 22 de junio de 1918 una nevada de características inéditas sacudió el corazón de los porteños de siglo pasado. Era sábado. Las calles estuvieron vacías durante toda la noche, porque la lluvia blanca aumentó su intensidad entradas las 20 horas. El domingo, también atípicamente, la ciudad amaneció atestada de transeúntes: el pueblo disfrutó de la primera gran nevada.
Algo común para los argentinos patagónicos, algo demasiado onírico para los argentinos del centro del país. La densidad de la nieve se conoce sólo por el tacto. El estímulo de ingerir agua sólida es inexplicable. Sólo quienes hemos estado en la cumbre de las montañas podemos hablar de la materia transformándose en la mano, de los trineos, de una ladera que se abre paso entre dos tablas de esquiar. Quién podría describir, si no, los niños en pie de guerra, refugiados en trincheras que se arman por la mañana, y que se derriten al mediodía. Casi cien años después, en 2007, las densas precipitaciones hicieron su aparición pero, se sabe, nunca es igual que la primera vez. Nunca. Contra el recuerdo que los abuelos narraban, esta vez hubo cámaras de fotos, cámaras digitales y coberturas televisivas. Los vecinos, por su propia voluntad, dejaron registro de aquella jornada desde miles de lugares. Grabar el fenómeno y exponerse públicamente frente a un suceso único se ha vuelto una necesidad en los tiempos del 2.0. Los videos aparecían de a montones. Desde puntos históricos como el Obelisco, también desde distintos barrios (San Miguel, Lomas de Zamora, Belgrano), e, inclusive, desde la ventana de sus casas con un toque artístico.
Crédito fotos: Diario La Nación – Archivo General de la Nación