Ese muchachito, solitario.

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PROYECTO PIBE LECTOR es un blog de FICCIÓN. Cualquier parecido con la realidad, es mera coincidencia.

4. Ese muchachito, solitario.

para Mili

Miraba la vidriera distraído, haciendo girar la moneda ya tibia entre los dedos, cuando vio la caja al lado del anillo: unos simples lentes de contacto bastarían para cambiar la situación. Estaba llegando al punto sin retorno: todos lo molestaban, los compañeros, los profesores, las preceptoras… Cuando era chico se lo había dicho a las señoritas, a la directora, a su mamá (la moneda le pareció aún más caliente cuando resonó “mamá”; cerró los ojos y disfrutó el reverberar de la sonora palabra un instante). Ahora era la secundaria, ya no había padres y si no hacía algo rápido, no habría remedio.

Ilustración: Aylén Giraudo

Ilustración: Aylén Giraudo

Descartó con un gesto de hombros las no menos sonoras “paranoico” y “culpable” que ingresaron sin permiso en su cabeza, entró en el local y gastó los arduos ahorros de dos años completos en la pequeña cajita. La vendedora, una chica que hacía cosplay de un personaje que no reconoció, se mostró sorprendida ante su ignorancia absoluta respecto al ojo de Ciel.

_¿Seguro que son para vos?

Y como si cometiera una infame herejía, con cara de repugnancia (como la de sus compañeros, la de los profesores, la de las preceptoras… y la voz antigua de mamá saltando detrás “¡pero ves que sos vos!”), le explicó cómo ponérselos, cuidarlos, guardarlos.

_Vení y te cuento por lo menos quién es el personaje y de qué se trata la historia. Éste lo tenés que tapar con un parche.

_ Sí,sí. Va a estar bueno vivir esto_ pensó en voz alta, estremecido ante lo que iba a hacer.

A metros de la puerta de la escuela, al otro día y con los lentes puestos, la idea no le pareció tan buena. ¿Y si se reían de él? ¿Si lo señalaban, si se burlaban, si lo mandaban a dirección y lo obligaban a sacárselos? Se puso el pelo sobre la cara, cubriendo el ojo maravillosamente ornamentado, y se dirigió hacia el shopping. ¿Y si le pegaban? ¿Si lo encerraban otra vez en el baño y le metían la cabeza debajo del agua? ¿Y si llamaban a su casa? Caminaba absorto en sus pensamientos. Eran las siete y media de la mañana, pero parecía noche cerrada. “Nadie en la escuela sabe lo que significa el ojo, nadie me puede decir nada y si alguien me dice algo yo…”

Sintió el golpe del hombro en su hombro, pero venía ensimismado imaginando el ataque así que giró sobre su pie y la cara que mostró hizo juego con lo que le salió de las entrañas, una voz ronca, harta de las patadas, de las burlas, de los papeles pegados en la espalda, de los sobrenombres, del miedo, la humillación y la vergüenza:

_¿Qué?

Eran dos. Uno tenía la mano dentro del bolsillo. La moneda caída tintineaba en las baldosas, musicalizando el silencio. Un colectivo se iba, lucecitas rojas, lejano.

Lo miraban desconcertados. No dijeron nada.

Se dio vuelta y caminó, sin prisa, los dientes apretados. El viento agitó su sobretodo y se figuró protagonista de una filmación pasada en cámara lenta. Pasó corriendo un esponjoso gato blanco. Recién cuando llegó a la esquina el miedo le permitió darse vuelta y mirar: corrían los dos ya lejos, como si los persiguiera el mismísimo demonio. El reflejo del vidrio de la juguetería le devolvió la cordura y le regaló generoso una explicación razonable: “Me iban a robar”… “Con razón… ¿ése soy yo?”… “Ése soy yo… ahora”.

Detrás de su nueva imagen, el reloj del negocio marcaba serenamente las 7:38. Una empleada lo observaba fijamente, pero a él no le importó. No era tarde. Decidió no levantar su moneda y se sintió hermoso, delicado, elegante, enigmático y poderoso; se quitó el oscuro pelo que volaba hacia su cara y lo sintió suave. “Existe un antes y un después”, pensó. “Porque ahora, yo soy el del reflejo”.

Entró en la escuela nuevamente distraído, pensando en cuánto tiempo le llevaría ahorrar lo suficiente para comprar el anillo, sin percibir siquiera el rumor que su paso provocaba, acostumbrado para bien o para mal a la soledad, sin saber que ingresaba en  ese mismo instante en su personal e intrincado laberinto, en donde se perdería durante la interminable adolescencia en la  búsqueda incesante de encontrarse a sí mismo fingiendo ser otro.

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