Por: Adriana Lara
PROYECTO PIBE LECTOR es un blog de FICCIÓN. Cualquier parecido con la realidad, es mera coincidencia.
14. Qué hacer en caso de pibe que rebota
Folleto informativo hallado en la sala de espera de una salita de primeros auxilios
INTRODUCCIÓN:
Existen los pibes que rebotan.
Algunos tienen la suerte de nacer en el seno de familias amorosas y atentas, que detectarán de inmediato que su niñito no deja de rebotar y lo abrazarán fuertemente, le darán té de tilo, lo llevarán a practicar básquet, a estudiar batería, a la iglesia o al pediatra. La familia en primer lugar y, luego, las señoritas, los profesores, los especialistas, harán las veces, para él, de suave y elástica red contenedora, juntos, unidos, acompañando su crecimiento. Para ellos, el futuro será más que promisorio. Serán eximios artistas, deportistas, profesionales exitosos, escalarán el Everest. Esos jovencitos no nos preocupan en absoluto.
Otros pibes no tendrán esa suerte. A pesar de que el sentido común indique que todas las familias son amorosas y atentas, en la realidad eso no sucede. El niño, entonces, no dejará de rebotar; como si fuera el pato Lucas, dará tumbos para el deleite de sus espectadores y desesperación de los adultos transitoriamente responsables. Lo hará entre redes improvisadas, nada elásticas ni suaves, o sin red.
Nota: Cabe destacar que, como no todo es blanco ni negro, en el medio existe una serie de matices que ayudará o entorpecerá la situación de los rebotes.
CARACTERÍSTICAS:
Los pibes que rebotan suelen hacerlo de la misma manera.
Si están en la calle, andarán en moto, en bicicleta, skate, rollers o corriendo, según las posibilidades económicas de su familia, a la mayor velocidad que puedan.
Si están dentro de un espacio cerrado, sea cual sea la situación y el contexto (1), se arrojarán contra las paredes del lugar, mobiliario o seres vivientes, se pararán de manos, harán abdominales, lagartijas, imitarán a un cachorro desenfrenado y hambriento, dando tumbos y acompañando sus movimientos desacompasados con gritos estridentes y risotadas destempladas.
Como suelen accidentarse en su andar atropellado, andan cubiertos de cicatrices, que varían en magnitud e intensidad. A esas heridas suelen sumarse las que obtienen cuando alguien con poca tolerancia (o impotencia) los agarra bien a trompadas, justificando su actuar en el saludable objetivo de que dejen de rebotar.
Son delgados, finitos, les gusta mostrar sus costillas, panzas, el elástico de los calzoncillos. Esta clase de pibes adora exhibir sus cortes, raspones y moretones. Se levantan la ropa, se bajan o arremangan los pantalones con la naturalidad de un lactante, sin pudor ni permiso, ante la mirada escandalizada de todo quien padece los rebotes.
Para comunicarse, comúnmente usan latiguillos. Sin embargo, esta pobreza de vocabulario es aparente, ya que los pibes que rebotan poseen un rico y variado repertorio del que harán gala en el caso de que se tenga un grano en la nariz, un lunar peludo, un ligero estrabismo, las raíces del pelo sin teñir, la sombra de un incipiente bigote, el cierre bajo, una mancha sospechosa en la parte trasera del pantalón … El pibe describirá y adjetivará a los gritos, dejando nuestro defecto expuesto, fosforescente, refulgente e inocultable para toda la eternidad.
Es fácil identificarlos; mencionar otras señas carece de sentido. A los diez minutos de haber ingresado en un espacio físico donde hay un pibe que rebota, uno lo detectará. A los treinta minutos, deseará no haber ido a ese lugar. A la hora, la situación será tan insoportable que deberá tomar medidas acerca de la misma: marcharse, gritar, simular una descompostura, iniciar un incendio. Si debe tolerar esto durante meses o años, no le quedará otro camino que la meditación, la terapia, el yoga o las flores de bach. Porque estos pibes, cuando están sin red, no descansan. No hay forma humana en el universo de lograr que se queden quietos y se dejen de… rebotar. A medida que pasan los años, si sobreviven, el peso de la realidad hará que poco a poco se vayan quedando mustios, pero ya no serán pibes, será demasiado tarde para ayudar.
(1) Los pibes que rebotan sin red lo hacen en el cine, en un casamiento, en un bautismo, en la ceremonia de asunción de un presidente, en el acto del 9 de julio, en un velorio, durante una cirugía odontológica, etc.
CONCLUSIÓN:
Los pibes que rebotan sin red, o con red precaria, muchas veces tienen “conclusiones” y terminan en esta salita. Se queman, se cortan, se lastiman, se meten en problemas graves o gravísimos, lastiman a los demás, se ven envueltos en calamidades que ni ganas dan de ponerse a contar. Arriesgan su vida a cada momento y pueden morir. Ninguna gracia causa cuando esto sucede: ahí es cuando los adultos toman conciencia de que han cometido un irreparable error y que estos chicos no se parecen ni remotamente al pato Lucas, que es un dibujito animado y si se rompe la cabeza, no pasa nada. Porque lo de rebotar es una metáfora desesperada, un intento de descripción emitido como un pedido de auxilio. En caso de pibe que rebota, lo primero que hay que hacer es recordarle a los papás que los pibes no rebotan, porque son pibes. Y si el que está leyendo el presente informe es el padre de uno de ellos, sí… del mocosito de pequitas y peinado con copete, es hora de dejar de hacerse el chancho rengo, ¿no le parece? Digo, antes que sea demasiado tarde. Con cambiar a la criatura de colegio a cada rato no se soluciona nada, estimado señor. Los vecinos del barrio no aguantan más. Podría parar de echarle el fardo a las pobres señoritas y a nosotras, las enfermeras, que aunque parezcamos de fierro somos personas como usted, y hacerse cargo de cuidar al nene, quererlo, ayudarlo y educarlo, cosas que, aunque parezcan tan naturales, a los adultos, se les suele olvidar tan seguido que necesitan que se las recuerden mediante un folleto.
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