Por: Fabricio Portelli
Desde hace unos años, esta zona mendocina vive un gran crecimiento y cada vez más los enólogos logran elaborar blancos y tintos con una identidad propia.
Ese tramo de la calle Cobos que afortunadamente queda sin asfaltar, el que nace en la Ruta 7 y topa con la finca de Chakana; esos escasos dos kilómetros, créanme, son de los sitios más inspiradores de Mendoza. Incluso, cuando estoy allí, a veces pienso que del mundo entero. Es que el marco que logran las fincas, los álamos altos, los viñedos en espalderas y sus lomas suaves, con la Cordillera como telón de fondo, es realmente magistral; demasiado complejo como para describir en una página toda esa potencia pictórica. Lo mismo ocurre con el chillido de los teros, con el silbido del viento que sacude los árboles y hasta con el aroma que tiene la zona alta de Agrelo, especialmente en noviembre, cuando se cosecha el ajo y la brisa suave arrastra su esencia.
Así parece haber sido desde siempre. El distrito de Agrelo, uno de los más grandes del departamento de Luján de Cuyo, es de hecho una zona de fincas bien tradicional, especialmente de viñedos. A decir verdad, Agrelo era toda una sola finca inmensa, propiedad de los Funes, una familia de viejo arraigo, cuyo campo se extendía desde la actual Ruta Provincial 15 hasta las primeras estribaciones de la Cordillera. En tamaña extensión no sólo había casas, caballerizas, canchas de tenis o pileta; tenía también una pista de aterrizaje.
En aquellos años de principios del siglo XX, la construcción del Dique Cipolletti en 1910 cambió el panorama al permitir derivar el agua del deshielo a las fincas. En términos más pragmáticos, allí realmente se “colonizó” Agrelo. Apellidos como Baldini o Furlotti se hicieron fuertes en la zona con varios cientos de hectáreas, gran parte de las cuales eran de viñas. El crecimiento de la producción de uvas durante la década del 50 trepaba de la mano del consumo, la fortuna cundió, y algunos grandes terratenientes se paseaban por Agrelo, directamente, en Cadillac.
Se sabe que la suerte de la vitivinicultura argentina no fue tan estable y que, tal como sucedió en gran parte de Mendoza, muchos viñedos fueron arrancados y reemplazados por tomates, ajo o cebolla, según el caso. Como dato de color: en el sitio donde hoy se sitúa Finca La Colonia de Bodega Norton, en la edénica intersección de las calles Cobos y Funes, había un tambo. Su nombre era La Vacherie. Me imagino esa época y supongo que Agrelo no debe de haber cambiado mucho. De hecho, el centro continúa teniendo la eterna dinámica de cualquier pueblo rural, siempre inmutable. Salvo que en vez de una plaza hay un boulevard y que no hay iglesia ni municipalidad.
Un almacén, una carnicería y una verdulería hacen las veces de centro urbano, no más. Después de eso, sólo hay viñedos y detrás las montañas; todo un paraíso.
La llegada de las bodegas
Poco tiempo atrás, semanas, un sommelier me ofreció una copa de vino “de Alto Agrelo”. Me aburre el academicismo gratuito, entonces, buscando sonrojarlo le dije que prefería “un blanco más maduro de la parte baja de Agrelo”. Me miró desolado y contestó que no ubicaba bien “la parte baja de Agrelo”. La parte alta de Agrelo tampoco la conocía, me di cuenta, y se lo hice saber.
Para entender un poco la topografía del lugar, hay que decir que toda esta zona es, literalmente, parte del pedemonte cordillerano, y que por ello tiene una clara pendiente que desciende en dirección este. De hecho, Agrelo es un abanico aluvional que se formó a partir de la sedimentación de la carga sólida transportada por la corriente fluvial de la Cordillera, que termina (o topa) en lo que se llama “los cerrillos de Lunlunta”. Esa parte baja, a aproximadamente 800 metros sobre el nivel del mar, es lo que bien podríamos llamar la barda de Agrelo. La parte alta, más hacia el oeste, supera los 1.000 metros de altura.
En esta parte cool de Agrelo, casas tradicionales, como López, Norton, Pulenta, Giol, Benegas o Esmeralda, tenían fincas, aunque a principios de la década del 90, las lustrosas bodegas que se yerguen hoy día no tenían lugar ni en la ciencia ficción. Antiguamente había existido Santa Silvia, pero hacía años que era sólo un recuerdo. Recién en 1959 se empezó a levantar Chandon en la entrada del distrito (parte baja).
La, digamos, segunda fundación de Agrelo; la fundación del Agrelo moderno, tan de moda en los últimos tiempos, empieza recién en los tempranos 90. Una fecha clave es el 5 de septiembre de 1992. Aquel día, los hermanos Antonio y Manuel Mas compraron la finca en la que al poco tiempo levantarían su bodega. Antonio había recorrido más de 3.000 kilómetros con una obsesión esotérica hasta dar con esas 71 hectáreas que finalmente cumplieran el sueño de hacer vinos al estilo de los châteaux franceses: poca producción y elaborada junto a las viñas. Le dijo a su hermano: “esto va a ser el Napa Valley”. Manuel y su mujer, Norma, se rieron. Compraron entonces ese viñedo bastante salvaje, lo bautizaron Finca La Anita en honor a la madre de ambos, y en 1995 sacaron al mercado la primera cosecha.
El comienzo
Tras la apertura de La Anita, la sucesión de bodegas que se establecieron en la zona aún no ha terminado. Dolium abrió sus puertas en 1998, la pirámide de Catena Zapata en 1999, Séptima en 2000, Pulenta Estate en 2001, Chakana y Ruca Malen en 2002, Tapiz y Domino del Plata en 2003, y Melipal en 2007. La seguidilla fue interminable y todas nacían con una arquitectura e importancia soberbia, como haciendo gala de la zona en la que estaban.
A pocos cientos de metros, aunque ya en Perdriel, se sumaron Viña Cobos y Sottano. Más allá de los estilos y preferencias de cada uno, otra muestra más de esa majestuosidad fueron las inauguraciones de la ostentosa DeCero, una inversión descomunal desembolsada por un gigante cementero suizo; de Belasco de Vaquedano, del grupo español La Navarra; y del nuevo establecimiento de Navarro Correas.
En este marco, el de un crecimiento acelerado con aciertos y desaciertos, se desató una tormenta cuando Escorihuela abrió una nueva planta elaboradora y generó el enojo de sus vecinos (especialmente Navarro Correas, Chakana y Finca La Anita), que la criticaron por la estética poco acorde a la zona.
Pero ¿cuáles fueron los motivos de esta suerte de revolución? Varios, algunos de ellos de importancia mayor. La cercanía con la ciudad, las condiciones topográficas y climáticas excepcionales y, lógicamente, su entorno. No hace falta aclarar entonces que los precios de la tierra en Agrelo no son los mismos que hace años.
Los vinos y el terruño
Lógicamente, vinos con uvas de Luján de Cuyo se pueden encontrar de mil estilos diferentes. Así y todo, en términos generales puede decirse que la gran mayoría va por el lado de la mermelada, de la fruta y, en algunos casos, de un toque goloso. Difícilmente las cepas tradicionales en Luján tengan problemas para madurar, y a veces eso ha jugado en contra, especialmente por la falta de acidez que se percibe en algunos tintos y blancos. Afortunadamente, con los ejemplares de alta gama de la llamada “primera zona” (Maipú y Luján de Cuyo) se ha modificado bastante esa densidad mediante distintos métodos (diferentes puntos de cosecha, manejo de viñedos, agregado de ácido tartárico).
En este marco, Agrelo, que también cuenta con ejemplares de los más diversos estilos, es uno de los pocos terruños donde, por lo general, los vinos logran cierta agilidad en boca, cierto paso fresco y evitan así el aspecto goloso. Es que Agrelo es una zona fría pero de mediana altura (entre los 800 y los 1.050 metros) y sus suelos, al ser aluvionales, están formados por capas de arcilla, arena, etcétera. Esa heterogeneidad permite una variabilidad importante en el crecimiento de la planta, lo que luego se traduce muchas veces en complejidad; en, justamente, capas de sabores.
Por otro lado, el hecho de que muchas bodegas que se instalaron en la zona se abastecieran únicamente de sus propios viñedos hizo que, con mención explícita en la etiqueta o no, se elaboraran varios single vineyards. El Petit Verdot de Ruca Malen es un Single Vineyard de Agrelo, el Alta Vista Grande Reserve Malbec Serenade, todos los Melipal, los Chakana, los Finca La Anita, la línea varietal de Séptima, algunos de los ejemplares de Dominio del Plata, muchas de las etiquetas de Pulenta Estate y Catena Zapata, etcétera.
Otro rasgo que puede percibirse de este terroir, incluso en tintos de estructura marcada, son los taninos redondos, algunas veces dulces, que se pueden lograr. Por otro lado, el Malbec, en algunos sectores altos, suma una nota similar al té, que algunos identifican con un cierto especiado vegetal. En general, y sin que suponga esto algo positivo, allí son vinos más dóciles, redondos y con menos aristas que, por ejemplo, los del Valle de Uco.
Parecería, a veces, que los blancos y tintos son capaces de lograr la armonía del paisaje de Agrelo. Un paisaje y un entorno que quién sabe cómo vaya a terminar luego de este boom que aún parece no tener un final a la vista. Pase lo que pase, ojalá no modifique en mucho su semblante tan celestial, tan de paraíso terrenal con cordillera que, en serio les digo, por sus vinos y su entorno, inspira como pocos sitios en el mundo.