Por: Adriana Santa Cruz
En un artículo publicado en el diario de Madrid El Confidencial, Florentino Paredes García, profesor del Departamento de Filología de la Universidad de Alcalá de Henares, nos da algunos consejos para transformarnos en redactores y hablantes competentes. Tomándolos como base enumeramos aquello que deberíamos evitar en nuestros textos.
1. La ambigüedad
La ambigüedad puede manifestarse de varias formas, pero a diario se ven ejemplos en el mal uso de los pronombres personales (él, ella, la, lo, etc.) o en los posesivos (su, sus). Esta clase de palabras son un recurso muy útil a la hora de lograr cohesión en el texto, pero mal usadas pueden resultar peligrosas cuando el lector no puede reponer aquello a lo que el pronombre se refiere. Si en un texto leemos Diego y Juan entraron a la casa. Él se quejó por el frío recibimiento, el pronombre él resulta ambiguo porque su antecedente puede ser tanto Diego como Juan.
2. La pobreza léxica
El abuso de sustantivos o de verbos comodines: cosa, objeto materia, asunto, tema; hacer, poner, dar, tener, decir provoca pobreza en el lenguaje. También adjetivos como bueno o interesante suelen utilizarse para cualquier situación: propuesta interesante, relación interesante, experiencia interesante, etcétera.
Asimismo, entran dentro de la pobreza léxica el abuso de los lugares comunes o frases hechas que se leen o se escuchan con bastante asiduidad en los medios de comunicación: a lo largo y a lo ancho del país, trágicas consecuencias, armas de grueso calibre, espectáculo dantesco, tensa calma, clima de total hermetismo, arduas negociaciones, sesiones maratónicas, inadaptados de siempre, espectáculo no apto para cardíacos, y así podríamos seguir un buen rato.
3. Palabras muy largas
Paredes habla de la preferencia por los archisílabos: palabras innecesariamente largas que pueden reemplazarse por equivalentes más cortos y que se usan para darle cierto prestigio a nuestro texto: referenciar en lugar de “referir”, “aludir”, “citar” o “nombrar”; regularizar, por “regular” o “reglar”; sobredimensionar, por “ampliar” o “exagerar”; motivaciones en lugar de “motivos”, por nombrar solo algunos.
4. Errores de puntuación
A veces olvidamos la importancia de los signos de puntuación. El lingüista José Antonio Millán cuenta una anécdota atribuida a Carlos v, a quien en una ocasión le pasaron para firmar una sentencia que decía: “Perdón imposible, que cumpla su condena”. El emperador se sintió magnánimo y, antes de firmarla, cambió la coma de sitio y también la suerte del condenado: “Perdón, imposible que cumpla su condena”. Más allá de la veracidad o no de este relato, lo cierto es que un texto mal puntuado no se entiende y no colabora con el principio de cooperación entre emisor y receptor.
5. Errores de sintaxis
Los errores de sintaxis más comunes tienen que ver con el uso incorrecto de las preposiciones. Los que más se repiten se relacionan con el mal uso de que o de que, es decir el queísmo o el dequeísmo. Pienso de que*, estoy seguro que*, la noticia que* son todas construcciones erróneas que deberíamos evitar.
6. Impropiedades del lenguaje
Surgen cuando utilizamos una palabra dándole un significado que no le corresponde. Por ejemplo, inaudito se usa como sinónimo de “insólito”, pero, en realidad, se refiere a algo “nunca oído” o “monstruoso”, según el DRAE. Obviamente, el uso cambia, amplía o restringe algunos significados, pero es un buen consejo consultar cada tanto el diccionario.
7. Extranjerismos inapropiados
Hay en español una gran tendencia a usar términos extranjeros a pesar de tener en nuestra lengua alternativas correctas, válidas y que dicen exactamente lo mismo. No todos los extranjerismos son incorrectos. Hay muchas palabras que se introdujeron porque no existía ninguna en español con el mismo significado, como es el caso de los términos relacionados con la tecnología. Pero hay otros extranjerismos, tal como señala Paredes, que “se usan por esnobismo”. Basta recorrer algunas calles comerciales porteñas para encontrarnos con carteles que promocionan “Sale 25 % off”, nos ofrecen “Fast food” o nos incentivan a comprar una prenda para tener un “Free style”.
8. Errores verbales
La correlación verbal en español no es nada fácil, sin embargo, una regla sencilla es prestar atención al eje en el cual situamos nuestros textos. Si elegimos el eje presente, los tiempos verbales serán diferentes si nuestro tiempo de base es el pasado. No mezclar pasado y presente innecesariamente es una premisa para tener en cuenta.
9. Redundancias
Se trata de un error muy común que cometemos cuando utilizamos dos palabras cuyos significados son repetitivos. Decir que vamos a hacer una breve síntesis o que nos disponemos a redactar las conclusiones finales solo sirve para agregar palabras innecesarias.
Más allá de la importancia de escribir bien, es interesante conocer las normas para transgredirlas con alguna finalidad y para provocar determinado efecto. Si nos dedicamos a la literatura, podemos experimentar como hace Cortázar en “Lucas, sus compras”, donde las incorrecciones en la sintaxis y en el uso de los signos de puntuación, lejos de ser errores, reflejan el deambular del protagonista superado por situaciones que no puede manejar; o en “La noche boca arriba”, donde la sintaxis termina colaborando con la ambigüedad que provoca el final fantástico.