Por: Adriana Santa Cruz
Horacio Quiroga es, sin dudarlo, uno de los mejores cuentistas en lengua española, dueño de un estilo propio y creador de una poética del cuento. Escribamos o no literatura, podemos tomar algunos de sus postulados y aplicarlos en nuestra escritura en general.
Partimos de su definición del cuento como “una flecha que, cuidadosamente apuntada parte del arco para ir a dar en el blanco”. Escribir requiere siempre ese saber hacia dónde vamos, qué objetivos tenemos, qué queremos lograr con ese texto que estamos elaborando. Si como autores dudamos, no podemos esperar que el lector tenga certezas.
A continuación citamos cuatro de sus máximas, las que enuncia en su famoso “Decálogo del perfecto cuentista”, para ver cómo las aplicamos a nuestros escritos.
V
No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la importancia de las tres últimas.
VI
Si quieres expresar con exactitud esta circunstancia: “Desde el río soplaba el viento frío”, no hay en lengua humana más palabras que las apuntadas para expresarla. Una vez dueño de tus palabras, no te preocupes de observar si son entre sí consonantes o asonantes.
VII
No adjetives sin necesidad. Inútiles serán cuántas colas de color adhieras a un sustantivo débil. Si hallas el que es preciso, él solo tendrá un color incomparable. Pero hay que hallarlo.
IX
No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir, y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino
Como síntesis, podemos poner énfasis en las cuestiones que siguen. En primer lugar, el comienzo y el final de cualquier texto son fundamentales como invitación a la lectura, como manera de atrapar al lector y para dar un cierre que realmente termine diciendo lo que queríamos expresar.
En segundo lugar, a veces es necesario violar alguna regla –Quiroga habla de las cacofonías−, siempre que se haga con una finalidad estética, con una intencionalidad.
En tercer lugar, hay que cuidarse de los adjetivos y, en este sentido, es importante que sepamos manejar los diferentes niveles de subjetividad o de objetividad que requiere cada género.
Por último, la emoción siempre es mala consejera de la escritura, salvo que hablemos de una escritura catártica. Cuánto más nos alejemos de nuestro texto, podremos minimizar la existencia de errores propios de la cercanía y la inmediatez.