Por: Flavia Masetto
David W Galenson, profesor de economía de la Universidad de Chicago, desarrolló un interesante estudio sobre el valor de la creatividad y el arte en el desarrollo económico de las sociedades. Así define a los artistas según su proceso creativo en artistas conceptuales y artistas experimentales. Son artistas conceptuales aquellos que han ofrecido sus más grandes contribuciones a la sociedad a una temprana edad por medio de un proceso creativo por el cual descubren o encuentran un sentido y lo desarrollan, tal es el caso de Pablo Picasso y su “Cubismo”. Por otro lado, son artistas experimentales aquellos que su proceso creativo es más una búsqueda constante de sentido, y sus más grandes contribuciones se han dado a una edad más tardía, como Paul Cezanne o Louise Bourgeois. Yayoi Kusama, de 85 años es una artista que ha contribuido a la sociedad tanto con obras conceptuales a una edad muy joven, como con obras experimentales en estos últimos años. Su interesantísima y fascinante retrospectiva, luego de haber recorrido museos como El Tate, Reina Sofía, Pompidou y Whitey Museum of American Art, acaba de inaugurar por primera vez en Latinoamérica en el Malba y está curada por Philip Larratt-Smith y Frances Morris. La muestra también viajará a Brasil y a México.
Yayoi Kusama nació en Japón en 1929 en el seno de una familia tradicional donde la posibilidad de un desarrollo artístico como medio de vida estaba totalmente rechazado. La relación de la joven Yayoi con sus padres fue disfuncional y caótica. Su madre era autoritaria, ausente y fálica y obligaba a Yayoi a espiar a su padre teniendo relaciones con otras mujeres para que le contara a su madre de sus infidelidades. Así, la relación con el erotismo en la joven artista se vivió como traumática. Más allá de sus vivencias de la infancia, Yayoi comenzó a tener comportamientos obsesivos compulsivos acompañados de alucinaciones desde muy temprana edad. El arte apareció así como una red de contención en ella, donde su desbordada psiquis encontraba alivio en la repetición obsesiva de grafismos y en la sublimación de una sexualidad que se vivió como traumática y violenta. La idea de la repetición infinita abordada en sus creaciones a través de espejos, es la manera en la que ella expresaba su falta de contención y de control. Fue su psicología patológica que le dió tal iconografía única a la obra de Kusama. Su mundo psíquico era como un encaje, como una red repetitiva. Sus elaboraciones eran el reflejo de su estado psicológico, como lo podemos ver también en otras artistas como Louise Bourgeois, aunque en el caso de esta última, sus creaciones e investigaciones artísticas se basan también en un estudio de las figuras del psicoanálisis y en la búsqueda de dar una forma simbólica a su propia psicología.
Su obra vanguardista y conceptual de mediados de los ´50 muestra influencia de grandes artistas del siglo 20 como Joan Miro y Max Ernst. Yayoi Kusama abandonó Japón a mediados de los años 50´ y se estableció en Seattle antes de llegar a Nueva York donde quedó fascinada por el Pop Art y la nueva vanguardia creativa marcada por Andy Warhol que incluía al artista como protagonista de sus obras. Al mismo tiempo las influencias locales del expresionismo abstracto también marcarían el proceso creativo de la artista. Kusama decía: “Para un arte como el mío, Japón, resultaba demasiado pequeño, demasiado servil, demasiado feudal y demasiado desdeñoso con las mujeres. Mi arte necesitaba una libertad más ilimitada y un mundo más amplio”. Esta fue para Kusama una época de creación conceptual muy prolífica y de una iconografía única durante la cual creó sus Infinity Nets y sus Polka Dots e incursionó en otros medios artísticos como performances, talleres, fotografía y video. Es este el período entre 1963 y 1968 que Kusama pasa de la abstracción a incorporar formas más figurativas como formas fálicas y prueba con otros medios como el body painting, la moda, una revista llamada “Kusama Orgy”, etc. Su naturaleza obsesiva y su implicación política en contra de la guerra de Vietnam, le llevarían a protagonizar extravagantes actuaciones, a menudo desnuda, en lugares públicos como Central Park y el Puente de Brooklyn.
Sus dieciséis años residiendo en Estados Unidos no le trajeron bonanza económica ni estabilidad mental porque algunas de esta radicales “performances” no fueron aceptadas de buen grado por el mundo del arte norte americano. Fue a veces apartada del centro de atención y con ello se agravó su depresión nerviosa. La búsqueda de contención se transformó para Kusama en una obsesión y fue entonces cuando decidió regresar a Japón y empezar un tratamiento psiquiátrico. Su vida en el hospital psiquiátrico pareció darle a la artista la contención que tanto necesitaba, y se dedicó entonces a la escritura. En los últimos años nos reencontramos con una Kusama de carácter experimental y descubrimos a una nueva artista más madura, más en control, más contenida. Es en este período donde la abstracción de su mundo íntimo deja filtrar a una figuración que empieza a esbozarse en sus pinturas a través de figuras femeninas que aparecen como auto retratos tribales u ornamentales o la presencia constante, a veces mimetizada de ese ojo que tanto veía, y donde el texto, apareciendo como título de sus obras, agrega un carácter de denuncia política e íntima.
Yayoi Kusama conoció el éxito como artista conceptual en los años ´60, y hoy a sus 84 años encuentra nuevamente el éxito como artista experimental que ha logrado finalmente encontrar el control de su patología mental y la sublimación de sus más terribles angustias a través de sus creaciones. Su mercado crece día a día y las obras de los últimos años se cotizan entre U$ 300.000 y 500.000, mientras que sus obras del periodo neoyorquino han superado los U$ 5 millones en subasta.
“Como artista pintar cuadros me produce una suma de gozo, vida y muerte. Supongo que puedo decir con toda sinceridad que mi forma de vivir como artista en lucha ha sido correcta”.