Por: Mati Shapir
Con “los de abajo” tenemos una relación muy personal, íntima. No vivimos juntos, pero casi. Yo sé todo de ellos, y ellos saben todo de mi.
Para ser sincero, en verdad nunca los he visto, salvo a Marcelo. Al resto no los conozco, pero sé que están ahí. Puedo oirlos.
Marcelo es el tipo más importante del PH, es la persona con la cual nadie quiere problemas. No es juez. No es policía. Marcelo es electricista. Es el tipo que puede —o no— reparar los filamentos de los tapones cuando saltan. Y lo ha hecho. Cuando Sharon compró, y enchufó, uno de esos caloventores que parecen inofensivos pero consumen la misma electricidad que cinco heladeras con freezer, fue Marcelo quien nos devolvió la electricidad.
Los ventanales y el patio que me separan de la casa de ‘los de abajo’ no impiden que me entere de ciertas cosas, detalles por decirlo de algún modo. Sé que Marcelo compró dólar paralelo en diciembre para ir a visitar a su hermano al exterior. Sé que el hijo de Marcelo tuvo un episodio extraño en el que le salieron gusanos de la nariz. Y sé que la esposa de Marcelo…
Hace unos días intentaba grabar unos videos laborales. Nada importante, nada hot. Luego de varios intentos fallidos (teléfono, ladridos de Nico, etc), y ya agotado de repetir lo mismo frente al micrófono de la computadora, estaba logrando mi cometido cuando de repente…
—¡Pendejooooo!, ¡Pendejooooo abrí! —se escucha por la ventana.
Intenté seguir con la grabación apostando todo a que no se escuchen los improperios de, quien sabía, era la esposa de Marcelo.
—¡Abrí pendejo infradotado! ¡abrí! —se escucha nuevamente, acompañado por varios timbrazos.
—Parece que el pendejo ese no se encuentra —dije, al tiempo que sacaba la cabeza por la ventana y veía por primera vez a Dominga.
Dominga… Podría escribir un libro sobre Dominga.
Dominga es ama de casa y, como su casa es pequeña, tiene bastante tiempo libre. Habla por teléfono. Habla por teléfono todo el día con su amiga Raquel —la infiel— y con Carmen. Por suerte su pequeño hijo —el pendejo— suele estar en clase cuando Raquel le cuenta a Dominga sobre sus encuentros con el verdulero de Boedo y Estados Unidos. Un muchacho muy bien dotado según se escucha desde abajo.
—Parece que el pendejo ese no se encuentra —le dije a Dominga.
—Está, está pero no me abre —dijo Dominga, maldiciendo a su hijo, que no llega a los dos años.
—Ah… qué pena —le dije yo—. ¿Pensás que vas a gritar “pendejo” mucho más tiempo? —le pregunté— Es que estoy grabando un video laboral, nada sofisticado viste, pero quería darle un tono, no sé, menos violento. Menos pandillero.
—Voy a gritar mientras grite —dijo ella, llevándome a un estado de confusión total.
—Un estimado… ¿cinco minutos? ¿diez minutos? —le volví a preguntar.
—Me fui a ver a mi amiga Carmen y él no quiso venir —se lamentó ella. —Un bebé que sabe lo que quiere —traté de consolarla yo.
Dominga se puso muy nerviosa y empezó a patear la puerta y gritar más fuerte que antes. Yo entendí que lo del video ya era una causa perdida.
—Hay que entender esto como un caso concreto de Darwinismo y selección natural —la asesoré, antes de que Sharon me sacara de la ventana a los empujones y ocupase mi lugar— ¡Esto podría contribuir a la mejora de la especie! —me fuí gritando.
—¿Necesitás ayuda? —le preguntó Sharon a Dominga.
—Si, gracias por preguntar —dije yo— necesito ayuda para finalizar este video.
—Le preguntaba a Dominga —dijo Sharon.
—Dominga necesitaba ayuda esta mañana para cuidar a su hijo, incapaz de abrir una puerta, ahora el daño ya está hecho —indiqué con total claridad, para luego seguir— En cambio mi video multimedia está a tiempo de ser salvado —le dije a Sharon señalándole la puerta de mi estudio.
Sharon se retiró de la casa y bajó las escaleras para encontrarse con Dominga en la planta inferior. Lograron abrir la puerta, pero luego de una búsqueda intensiva, notaron que el niño no estaba en la unidad.
Cerca del mediodía, hora en que Sharon entra habitualmente al trabajo, tuvo que marcharse. Ni siquiera el más inocente de los niños, corriendo peligro de vida, lograría quitarle a Sharon su extra por presentismo.
Pocas horas después aparecieron unos policías por el PH, haciendo preguntas sobre lo sucedido. Conté toda la historia, incluyendo detalles innecesarios sobre mi video multimedia, Darwin y Malthus. El policía que me indagó tomó unas notas y se fue.
Alrededor de las 21 llegó Sharon. —¿Alguna novedad de Guido? —preguntó
—¿Quién es Guido? —dije yo.
—El nene, el hijo de Dominga.
—Ah… ni idea… —le dije—. Terminé el video, ¿querés que te lo muestre?