Las máscaras del teatro: alegría y tristeza. Amor y odio. Los textos de la obra nos cuentan una historia, pero sobre todo, promueven emociones a través de los personajes que la encarnan.
En la vida de la empresa hay una historia, un proyecto, y por sus venas circula un mundo de sentimientos que da sentido a cada cosa.
Se suele decir: lo que no se puede medir, no existe. Lo cual, visto desde la perspectiva de los números del negocio, las metas de ventas, la productividad, y otros indicadores, resulta evidente.
Sin embargo, muchas variables que hoy cobran relevancia central, no son medibles, o al menos con la relativa facilidad con que lo hacemos con las mencionadas al inicio. Se trata de las emociones en la empresa.
Todas las decisiones que tomamos nacen y contienen en su interior lo emocional. Seguramente intentamos cubrirlas de la mayor racionalidad posible, pero en muchos casos la subjetividad impone sus condiciones.
Veamos algunos ejemplos:
- Los padres, los hijos: la inclusión de la nueva generación supone la continuidad de un sueño, una visión, a través de los hijos, como continuadores. Decimos: “tiene que hacer una experiencia afuera, va a comenzar de abajo, como yo, pagaremos sueldos de mercado”, entre otras frases. La realidad es otra. Es la expresión de un “deber ser”, pero los afectos llevan a seguir otro camino. El problema es cuando se fuerzan situaciones, y de pronto un hijo es proclamado jefe de área como reconocimiento a él como hijo, y no a capacidades y habilidades de dirección. Entonces empiezan los problemas, de difícil solución.
- La sucesión: momento clave y difícil. Hay que ceder el trono un día. Se desencadenan emociones fuertes, discusiones, y la vida de la empresa corre riesgos. Se toman decisiones basadas más en sentimientos que en la lógica del negocio y sus necesidades. Por eso es tan importante prevenir y anticipar las cosas, antes de estar ante hechos consumados. Una idea importante: lo que es bueno para la empresa hoy, no siempre es bueno para la familia. Hay que tenerlo en cuenta y pensarlo ante las diferentes circunstancias.
- Emociones y rentabilidad: suena extraño. Lo que quiero recalcar es que muchas veces afectamos la rentabilidad del negocio producto de decisiones tomadas más por el afecto inmediato, desde las “vísceras” como se dice, y terminamos creando un problema en los números. Por dar un gusto, no frustrar a alguien, o decepcionar a otro, hacemos cosas que a la larga y en silencio, genera pérdidas a la empresa. Debemos estar atentos y no perder la brújula. A su vez, ser cuidadosos de enamorarnos de productos y servicios, que desde nosotros nos parecen fantásticos, pero el mercado los rechaza o resiste. Hay que saber retirarse a tiempo, así como tomar riesgos en el momento justo. Otero aspecto a considerar, es que para crecer y ser más rentables, hay que delegar funciones del negocio y autoridad para ejercerlas, y eso requiere “largar la manija” en ciertos temas. El amor propio a veces nos lo impide.
- Expresar emociones: es importante saber que lo peor es impedir su canalización, esconderlas, guardarlas. Son energía vital. Escucho con frecuencia decir a jefes: “cuando llegas acá, tus historias y problemas quedan afuera”. Es posible? Que puede generar de positivo un empleado si deja parte de él afuera? Uno de los grandes desafíos de estos momentos es potenciar lo mejor de cada uno. En tiempos donde todo es fácilmente imitable, rápidamente perecedero, de velocidad en el cambio, lo que nos diferencia como empresa, nuestro capital, está más en el conjunto que lo integra y sus conocimientos. Administrar con inteligencia las emociones será una herramienta que potencia a la empresa para crecer, en un contexto cada vez más incierto.