A continuación, una historia un poco engorrosa. Con ayuda de nuestro GPS mental la vamos a entender.
Va la anécdota.
Una empresa constituida por un grupo familiar, padres e hijos. Salvo el padre, todos gestionan en ella. A su vez, dos de los hermanos conforman una empresa que provee servicios, contratados especialmente, a la empresa compartida por todos, que para su funcionamiento dispone de reuniones generales donde se coordina la actividad.
Pero hay problemas. Hay disconformidad con el servicio que se brindan mutuamente. Y quienes lo brindan defienden lo suyo. O sea: los mismos que dan el servicio a la empresa inicial, desde otro lugar, son parte de los que lo reciben, y se deben evaluar a sí mismos. Todos disconformes con todos…. Pero nadie dice nada. Se quejan a escondidas. Explicitan un mandato: no se acepta buscar por fuera de la familia las soluciones. Y para agravar las cosas, un miembro plantea su voluntad de retirarse de lo cotidiano. Caos general! Como puede ser! Como se atreven! Tensión y tironeos, y el mayor sufrimiento es por lo que pueda pasar con la familia. Y la empresa? Alguien piensa en la empresa?
Pensemos juntos a partir de esta historia real.
Juntos o amontonados?: la pretensión de compartir un proyecto de negocios en familia, no quiere decir que sólo en su seno se buscan las soluciones y el aporte de servicios. En la medida que se constituye en un mandato que rige la vida del negocio, se transforma en un remedio que es peor que la enfermedad. Poner como sinónimos que “lo mejor para el negocio siempre provendrá de la familia”, viendo como un peligro lo externo y no familiar, termina perjudicando tanto al emprendimiento como a los lazos familiares. La empresa, en cierto modo, es una prolongación de la familia. Pero tiene lógicas y criterios de desarrollo y desempeño, distintos y hasta antagónicos. Es necesario encontrar puntos de diferenciación, separación, autonomías de vida y gestión. No siempre lo bueno para la familia es bueno para la empresa, y viceversa. Si el único parámetro para decidir en la empresa es no afectar a alguien de la familia en lo emocional, pierden todos. Respetar el derecho a elegir es primordial para pasar de una generación a otra en la empresa familiar.
Y la empresa?: como el viejo cuento, “lobo está?”. Donde queda la empresa? Quien la piensa y lidera en medio de círculos viciosos de discusión estériles? Es una tendencia contaminar lo familiar con el negocio y los momentos de trabajo empresario con cuestiones de familia. Pensar la empresa implica incluir racionalidad, medir resultados, desempeños, fijar reglas y consensuarlas. Armonizar es buscar, entre otras herramientas, generar un protocolo de familia que funcione como una constitución a la que todos se someten. Leyes y métodos que regulan la vida del negocio y la familia, para preservarlos en el tiempo.
Parar la pelota: cuando las cosas cambian de tono, las frases se tornan virulentas, los temas pasan sin tomar decisiones, o cuando se decide y no se hace, cuando todos son responsables de algo y nadie a la vez, si predomina el rumor, es hora de para la pelota. Alguien tiene que dar la señal de alarma y convocar. No hay manera de seguir cuando predomina el prejuicio y la emoción extrema. Hay que detenerse, buscar un lugar neutro donde encontrarse, compartir lo que está sucediendo, promover algunos grados de comunicación, recuperar muchos aspectos positivos que existen y dieron a luz al proyecto, pero ahora quedaron ocultos tras la maraña de discusiones. Parar, hablar, buscar consensos mínimos, para retomar con nuevas reglas de juego.
La familia unita: vivimos tiempos de cambio, aceleración. La familia tipo es casi un recuerdo, hablamos de las ensambladas como algo corriente. El modelo para pensar la empresa, las habilidades hoy requeridas, son claramente otras. En ese contexto, la gestión y continuidad de la familia empresaria necesita de nuevos códigos, formas de plantearse, donde no hay fórmulas. Lo que hay es la necesidad de ser flexibles, y aprender a no tensar la cuerda hasta que se rompa. En estos tiempos cambiantes, hay que reformular, “resetear”, revisar las creencias más arraigadas, para no perecer en el intento.