Por: Mariana Dahbar
“Lo dio todo” y “está en paz”, con estas dos frases Mabel, la mamá del querido Jorge, trataba de consolar a todos los que se acercaban a darle el último adiós al cuerpo de su hijo.
“Tan joven”, “fue feliz”, “hizo lo que quiso”, “cómo se divertía”, “qué generoso”, “no tenía revés”… “y hasta cantó con Tinelli”… Eran los dichos que resonaban continuamente en el salón, con distintas voces.
Con dolor, pero con mucho más amor, sus padres, su hermana y sus sobrinos no se despegaron ni un segundo de su lado. Impecable a lo Ibáñez y con una estampita de Francisco sobre su pecho, Jorge estaba ahí, con una paz que calaba los huesos.
Entre anécdotas, recuerdos y como tratando de reconstruir sus últimas hora con vida, cada amigo, familiar, colega e históricos clientes despedían a su manera al diseñador.
Su madre, Mabel, en un estado de “preocupante” tranquilidad o probablemente en shock todavía, se movía por los distintos salones, como lo hace a diario en el local de la Maison, cuando atiende personalmente a cada una de sus clientes.
Como siempre, predispuesta, elegante y siempre vestida por su descendiente, acompañó a su hijo, esta vez, en lo que pareció más una reunión de amigos que un velatorio.
Figuras del espectáculo, algunas muy producidas y otras de entrecasa, dieron el último adiós a su amigo con profundo cariño y admiración.
Qué fue lo último que hizo Jorge en vida o, por lo menos, lo que su familia descifró luego de la descripción que la policía les dio de cómo encontraron el cuerpo: estaba preparando los distintos sueldos para pagar. Como cada viernes, se encargaba él personalmente de hacerlo a todo su personal. Mabel cuenta que la polícia sólo preguntó para qué era ese dinero y ella explicó que Jorge no pagaba nunca con cheques, ya que decía que les complicaba la vida a las empleadas… “Pobres, ellas no saben cómo se deposita…”, decía el diseñador. Como siempre, tan generoso, pensando en los demás.
Entre otras anécdotas, los amigos recordaban que Jorge odiaba el mate y las mandarinas. El primero, porque le hacía pensar en una mujer gorda, con delantal y tomando mate; una metáfora personal de la dejadez. Y a las mandarinas no las consumía por su impregnante olor. Todos se reían cuando él decía “Mandarinaaaa no”.
Muchas coronas llegaron a la casa velatorio, pero sólo la de de mamá y papá y la de sus amigos más íntimos acompañaron a Ibáñez en su último descanso. El resto de coronas se depositaron en un sector del garaje de donde descendía y ascendía su círculo más íntimo.
Paz, recuerdos, lágrimas, sonrisas, secretos entre cómodos sillones y un sector vip, con café, masas, sándwiches fueron el último escenario en donde Jorge Ibáñez inmortalizó su mejor obra, fue mucho más que el primer diseñador en hacer glamour y en adaptar la moda a todos los cuerpos y clases sociales. Fue un gran tipo, que ahora vestirá almas con un auténtico Ibáñez.