Yo, la mamá que no se adapta al jardín

#MamáPor2

¡Buenas y santas! Todavía no les conté pero hace dos semanas arrancamos el jardín. Digo “arrancamos” ´porque somos los tres los que religiosamente vamos de  9.15 a 9.45 desde hace 14 días. Sí, media hora. Ni más ni menos. Con lo que me cuesta levantarlos, darles la mamadera, vestirlos, trasladarme con los mil y un bártulos en un solo cochecito (uno de los mellis va en la canastita de abajo) por las veredas de esta ciudad poco apta para estos carritos y subir unas empinadísimas escaleras hasta el jardín.

Lo cierto es que hoy me levanté pensando que iba a ser una “jornada” más de espera afuera de la sala, de tomar un café con las otras mamás y charlar de temas poco interesantes (de maternidad, obvio).

Así que puse piloto automático y allí fui, embalada, casi de mal humor a hacer la guardia cuando, de repente, la maestra me dice: “Hoy podés irte, ellos se quedan”. Chan, chan, chan. “¿Cómo? ¿Segurísima? ¿Y qué pasa si lloran? ¿Y si tienen hambre? ¿Y si quieren salir? ¿Y si se aburren? ¿Y si se hacen encima?”. “No te preocupes, nosotras nos ocupamos”, me contestó y, acto seguido, cerró la puerta de la sala.

Quisiera haber visto mi cara de desencajada. Fue como si una lanza me atravesara, sentí que se me partía el corazón en mil pedazos, como si de un tijeretazo cortaran los cordones umbilicales. Tantas veces rogué porque esto pasara y ahora, ¿qué? Yo y mi gataflorismo de siempre: en definitiva los llevé sabiendo que en algún momento esto iba a suceder y finalmente yo iba a ser un alma LIBRE. Pero ahora que lo soy, confieso que los extraño horrores y que me cuesta tanto rehacer una rutina sin ellos.

En fin, temas de adaptación de primeriza. Ya me adaptaré.

A ustedes, ¿cómo les fue con la adaptación?