Por: Constanza Crotto
“¿A quién se parece?”, es la primera pregunta que hacemos cuando nace un bebé. Incluso antes del parto, con tanta ecografía circulando, ya le vemos la frente de tal, la nariz de cual y el mentón de tío Pepito. Algunas reflexiones al respecto:
- Todos los bebés son (casi) iguales cuando nacen. Los recién nacidos están hinchados, rojos, con la nariz achatada y ancha, los ojos achinados y a veces con hematomas y manchas. Aunque nosotras los veamos como las criaturas más bonitas del mundo, temo decirles que no lo son (ojo, hay excepciones). Por suerte, los bebés mejoran.
- Es difícil admitir que el bebé se parece al “otro”. Por eso, si te encontrás por la calle con una flamante madre, mejor decile que el bebé se parece a ella. Es el comentario políticamente correcto y seguro que, con sonrisa de oreja a oreja, ella te responde: “si, ¿no?”. Son pocas las que admiten que su hijo se parece a su marido, tío, abuelo o suegro. En mi caso, como tengo mellizos, la repartija fue justa: uno se parece a “nosotros” y el otro a “ellos”. Confieso que al principio yo decía que se parecían los dos a mí pero después fue insostenible. Por suerte, Pedrito sacó el carácter de la mamá, ja.
- Que se parezcan a nosotras nos infla de orgullo. ¿Será que los sentimos mejores si se parecen a nosotros? Tema para analizar.
- Hay algo que últimamente me impresiona bastante más que el parecido físico. Las manías también se heredan, ¡y cómo! A mí, por ejemplo, siempre me dio impresión la masa (una de mis excusas para no cocinar). El otro día me sorprendió y me arrancó una sonrisa que la maestra del jardín me cuente uno de los mellizos llora cada vez que le muestran una bola masificada.
- Después de experimentar la crianza de mis hijos, doy fe que los chicos cambian. Pasan los meses y van adquiriendo rasgos de la mamá, del papá, se van pareciendo más a uno o al otro, por etapas. Así que tranquila. Va a llegar el día en que tu hijo se parezca, al menos un pelín, a vos.