Por: LevantArt
Nunca nadie nos enseñó esto. Somos hombres y se supone que de algún modo nos hemos podido arreglar después de tantas generaciones. De hecho, ninguno de nuestros ancestros murió virgen. Por lo menos en una ocasión, ellos lograron descifrar el entramado de códigos que permite generar atracción en una mujer. Ya sea para pasar el rato, compartir proyectos de vida, disfrutar del sexo, amar o dejar progenie, seducir nunca fue un acto recreativo, sino más bien una necesidad trascendental. Los genes de aquellos que no fueron capaces de seducir a una mujer se extinguieron de la faz de la tierra.
La sociedad da por supuesto que todos, en algún momento de nuestras vidas, lograremos atraer a la mujer que queramos y alcanzaremos el aclamado final feliz. Hollywood dictamina que vivir es algo así como una historia romántica, en donde el protagonista, bastante torpe en un principio –para generar empatía en nosotros– logrará conquistar a la mujer más hermosa y, de paso, descubrirá también unos superpoderes secretos que lo convertirán en la última versión de El Héroe.
¿Qué pasaría si esto no fuera así? ¿Qué sucedería si este final feliz nunca llegara? ¿Qué ocurriría si las mujeres que anhelamos para ese happy end no se sintieran seducidas a causa de nuestra falta de habilidad? No hay respuestas para esto. Al menos, no existe ninguna socialmente aceptada aún. Es así como pasamos nuestra adolescencia y juventud aprendiendo a fuerza de voluntad, prueba y error. Improvisando, golpeándonos una y otra vez contra la misma pared. Vivimos mirando mujeres, deseando tenerlas, queriendo que formen parte de nuestro estilo de vida; soñamos con lujuria, jacuzzis, yates y tríos. Pero todo eso parecería estar reservado a los campeones del mundo o a las estrellas famosas de la TV. De a poco, nos damos cuenta de que los sueños son sólo eso y de que son pocos los hombres que llegan a colmar sus aspiraciones de éxito con las mujeres. Nos resignamos a no ser Brad Pitt, pero a un precio muy alto. Podríamos decir que prácticamente todos los hombres desearían mejorar su capacidad de seducción si se les ofreciera la oportunidad de hacerlo. El punto es que, hasta ahora, nadie lo ha hecho. Nadie ofreció una respuesta real a quienes querían una guía para perfeccionarse. Hasta ahora, la mejor respuesta ha sido la resignación. El conformismo.
No siempre fue así, pero hoy la seducción parece ser el nuevo tabú. Uno cool, posmoderno, de los pocos que quedan. La monogamia obligatoria del “hasta que la muerte nos separe” se extinguió. Tener relaciones antes del matrimonio ya no es un pecado. Los derechos de los homosexuales –incluso los de casarse y tener hijos– comienzan a ser una realidad cotidiana en muchos países. La educación sexual aspira a ser un estándar. Y sin embargo, algo no encaja, pues la única educación sexual que hemos tenido a lo largo de nuestros primeros años consistió en una patética demostración de cómo colocarse un preservativo sin que se rompa. Y no es que sea un dato inútil, pero es la única información que nos han dado acerca de cómo relacionarse entre hombres y mujeres. Ésta es la prueba fehaciente de que la seducción sigue siendo un tabú. Convivimos en silencio con esta realidad y con la cantidad de prejuicios que giran a su alrededor. Sigue siendo más fácil hablar de preservativos, de zonas erógenas o de telenovelas. La desinformación acerca de la seducción es la regla.
Hemos logrado tener un gran control en casi todas las facetas de nuestra vida y, sin embargo, hay una en la que siempre nos hemos movido a ciegas. Guiados por cierta intuición, como principiantes, comenzamos de cero una y otra vez ante cada intento fallido o ciclo cumplido. Por rachas, como quien diría. Nunca satisfechos del todo con nuestra vida sexual, querríamos tener más cantidad pero también más calidad. Desearíamos poder elegir con quién estar; contar con la habilidad de ser ese hombre por el que todas suspiran. Seducir es, por definición, una necesidad: una sensación de carencia unida al deseo de satisfacerla. Sin embargo, nos han hecho creer lo contrario. Nos han dicho que la seducción es un lujo que sólo está al alcance de unos pocos iluminados; el patrimonio exclusivo de los hedonistas.
Nosotros, en cambio, creemos que seducir es una necesidad básica. Sabemos que un hombre no puede sentirse exitoso en la vida si no lo es con las mujeres. Y esto también vale en sentido contrario: cuando un hombre se sabe exitoso con las mujeres, despliega sus alas para lograr su máximo potencial en los demás aspectos de su vida. Todos nacemos con ese derecho. No hay razón para negarle esta posibilidad a nadie. No hay razón para negárnosla a nosotros mismos.
* Extracto del libro “El juego de la seducción”, de Rieznik y Tabaschek, adaptado especialmente para INFOBAE.COM con la autorización de la editorial Dibuks . La primera parte del libro puede descargarse gratis en la web de la editorial.