Por: LevantArt
Los valores con los que nos identificamos, la identidad con la que nos definimos, nuestras prioridades en la vida, van a determinar la manera en que nos juzguemos a nosotros mismos y cómo vamos a juzgar a los demás. Por ejemplo, alguien que se valora por generar mucho dinero, medirá todo por el valor financiero. Ya sea una fiesta, un trago, unas vacaciones o una persona, todo pasará por la regla del dinero. Al mismo tiempo, si otro no lo valora, pensará que es porque está celoso, tiene envidia o se siente amenazado por su dinero. Si en cambio alguien lo valora mucho, pensará que es porque admira su poder y éxito; o quizás porque quiere conseguir algo de eso. Del mismo modo, también va a medir a las personas por cuánto ganan o cuánto gastan. Y si por algún motivo pierde su dinero y su capacidad para generarlo, eso va a producir un desmoronamiento de su propia identidad.
De hecho tendemos a estar en pareja con personas que se identifican con nuestros valores y usan una métrica similar para los suyos. Quien se mide por la cantidad de dinero que hace, va a creer que las mujeres lo valoran por eso. Así que es probable que termine con mujeres que valoran su manera de hacer dinero… y probablemente también su dinero.
Igual será si alguien se identifica con su belleza y atractivo, sentirá que los demás lo aprecian o desprecian por esa cualidad. Si consigue una entrevista de trabajo, si le dan entradas para una fiesta o despierta interés en alguien, pensará que se debe a su apariencia. O, en caso de que esa persona se juzgue a sí misma poco atractiva, podrá pensar que la falta de éxito en algo se debe sólo a eso. ¿Cuántos hombres creen ser feos y piensan que son rechazados por esa razón?
Si alguien se siente “un perdedor” va a medir todo en términos de ese status social. Si no consiguió el trabajo es porque no se lo merecía, si nadie se ríe de sus chistes, piensa que es porque todos saben que no es exitoso. Por el contrario, si es valorado por alguien, pensará que es porque aun no se dio cuenta de cómo es realmente (un “perdedor”).
Y lo mismo ocurre con diversas formas de valorar y medir lo que nos ocurre:
Quien mida la vida solo por el desarrollo espiritual, va a creer que todos deberían encontrar la salvación a través de la espiritualidad. Probablemente pensará que aquellos que prefieran ir a fiestas y consumir alcohol todos los fines de semana están yendo por el camino equivocado.
En cambio, quien mida la vida sólo por las fiestas y la popularidad, va a juzgar a los demás por las fiestas en las que estuvieron y por lo divertidos que son. Probablemente pensará que aquellos que prefieren quedarse los fines de semana viendo una película son muy aburridos.
Si medimos la vida por cantidad de viajes, entonces vamos a medir a los demás por la cantidad de lugares que hayan visitado. Aquellos que prefieran quedarse en su ciudad, y vivir su rutina de siempre, van a ser juzgados como ignorantes o sin ambiciones.
O si medimos la vida por la familia y las relaciones. Entonces vamos a medir a los demás por lo cercanos que son a su familia o la cantidad de amigos que tengan. Aquellos que prefieran realizar largos viajes, podrán ser juzgados como ingratos por pasar tanto tiempo lejos de sus seres queridos.
Quienes creen que todos son unos incompetentes, envidiosos, idiotas o raros, van a medirse a sí mismos de la misma forma. Aunque no lo reconozcan. O, en contra de la percepción general sobre los egoístas: cuanto menos una persona se preocupa por los demás, menos se preocupa por sí misma. O aquellos que son crueles con los demás; seguro también lo están siendo consigo mismos. Es por eso que el poder querer y apreciar al resto de manera auténtica empieza por uno mismo. Aquel que tiene un verdadero aprecio por sí mismo, lo tendrá también por los demás, ya que los juzgará del mismo modo.
* Adaptado del libro Seductor Infalible de Germán Muhlenberg con la autorización de Dibuks Ediciones. Los primeros capítulos pueden descargarse gratis de la web la editorial (click aquí).