Por: LevantArt
Supongamos una situación extrema, en la que la población humana se redujera a una isla habitada por un solo hombre y cien mujeres. Con un poco de dedicación, en un año él podría tener cien hijos, y ésta probablemente sería una buena forma de garantizar la continuación de su linaje y la especie. O, quizá, él elegiría entre esas cien mujeres sólo a algunas de ellas. ¿A cuáles? Pareciera que la mejor estrategia consistiría en seleccionar a las más fértiles, las que tuviesen mejor genética, las más lindas, para procrear con ellas una cantidad razonable de hijos. ¿Podría ese hombre elegir a una sola mujer? Claro que sí, pero estaría arriesgando la continuidad de la especie si, por ejemplo, ella resultara no ser fértil o muriese en el intento de reproducirse.
En definitiva, podríamos decir que si se apareara con varias mujeres jóvenes, fértiles y sanas (de alto VR, valor de reproducción), él tendría mayores probabilidades de perpetuar sus genes.
Pensemos ahora el escenario opuesto e imaginemos a una mujer sola en una isla con cien hombres. Ella podría tener, en condiciones favorables, un solo hijo por año (con muchísima suerte, dos o tres). Teniendo en cuenta esa circunstancia, ¿a qué hombre elegiría para procrear?
Sin duda, en tanto en la otra isla el hombre podía elegir de una sola mirada a varias mujeres con las que tendría buenas chances de reproducirse, esta mujer deberá seleccionar mucho más cuidadosamente. Y parece ser que lo más conveniente sería elegir al hombre con mayor valor de supervivencia, para tener más probabilidades de perpetuar sus genes. Esto, como bien señala Helen Fisher en Anatomía del amor[i], no significa que la estrategia reproductiva de la mujer consista en elegir a un solo hombre. Por el contrario, parece ser mejor que elija al menos tres o cuatro que le garanticen la supervivencia y que incluso tenga capacidad de recambio, en caso de que uno de ellos muera o deje de aportarle su capacidad supervivencia.
Ahora podemos comprender un poco mejor la diferencia entre lo que la mujer pondera en la búsqueda de un compañero sexual y lo que predomina en la elección masculina. La selección natural determinó que los hombres busquen principalmente altos valores de reproducción: mujeres con buena genética, fértiles, lindas, jóvenes, que le garanticen una buena progenie. Los hombres nos sentimos atraídos por este tipo de mujer; es un factor decisivo en nuestras elecciones y, al estar presente en nuestros genes, actúa con una intensidad que usualmente no percibimos de forma consciente.
En las mujeres, la selección natural ha operado al revés: ellas buscan en los hombres un alto índice de valores de supervivencia y, en un porcentaje mucho menor, ciertos valores de reproducción. Si el hombre tiene una personalidad que transmite alto valor de supervivencia, la mujer se siente atraída. En cambio, la belleza y la juventud ocupan un segundo lugar. Tal como sucede con los hombres, este comportamiento ha sido heredado durante generaciones y posiblemente haya sido incorporado en un plano más inconsciente.
[i] Fisher, Helen (1994), Anatomía del amor, Barcelona, Anagrama.
* Extracto del libro “El juego de la seducción”, de Rieznik y Tabaschek, adaptado especialmente para INFOBAE.COM con la autorización de la editorial Dibuks . La primera parte del libro puede descargarse gratis en la web de la editorial.