Afuera, cada noche, una luna quieta custodia la entrada del Cabildo. Abajo, y al fondo bien al fondo, viven los homenajes del silencio. Muchas de las 100 mil personas que viajan en la Línea E del subterráneo cada día, pasan por la estación Bolívar, ubicada bajo tierra en la intersección de las calles Diagonal Sur y Perú. Eso da cuenta de que un incontable número de humanos pasan, también, a los pies de la escultura llamada Homenaje a la Madre, que duerme cada noche en los andenes. Fue diseñada por la artista plástica Nilda Toledo Guma e inaugurada, en la estación cabecera de la línea violeta, el 5 de agosto de 1983.
Los transeúntes apenas deseosos de detenerse arrojan colillas de cigarros a los pies de una señora, que abraza a su hijo. Ambos inmortales en la madera tallada. Pese a las miradas que no miran, allí está, firme durante cada amanecer trabajador, el gesto eterno del amor. Pocos lo ven. Casi no hay registro alguno de la obra en Internet. Alguna foto mal sacada, tal vez. Tampoco hay registro digital de aquel día en que la escultura abandonó el taller de Nilda Toledo, en el sur del conurbano, para aterrizar en el epicentro capitalino. Pero ese no fue el único homenaje que Toledo dejó. Además, creó el monumento a Fontanarrosa , que está en Facultad de Medicina y, también, el monumento a la Enfermera Argentina, en el Hospital Evita.
Afuera, la noche se deshace en estrellas sobre Plaza de Mayo. Una luna inmóvil custodia la Casa Rosada. Abajo, y al fondo bien al fondo, vive la gloria del recuerdo. Esta vez, en una estatua, en Bolívar, en la línea E. Pero otro día, quizás, el silencio del tiempo suspire por los pasillos de la línea A. Y llegue a la estación Miserere, donde también hay un homenaje a la madre. Otra escultura, diseñada en 1966, por Luis Perlotti: un relato aparte en el camino de los monumentos bajo tierra.