Que solo el Señor nos primeree

#ProfetaEnSuTierra

“El Señor nos primerea”, aporteñó su apostolado el Papa Francisco a principios de este mes en la Plaza San Pedro, durante un encuentro de movimientos eclesiales laicos. 

En esa sentencia, a mí entender, se deja adivinar un vínculo entre lo inevitable y lo indeseable, entre la ética y el oportunismo y, como de costumbre, lo imagino (destinado o no), especialmente apropiado para nuestra realidad: la Verdad siempre está por delante de nosotros, siempre nos espera en otro lugar, nueva y viva.

Desde la ciencia, en nuevos interrogantes, desde la Fe, en el camino de la virtud, desde la Política, en el desafío de la coherencia y la belleza de la convicción.

Así aparece una condición permanente de la Verdad como un habitante del horizonte, como un anhelo constante.

¿Quién puede entonces apropiarse de esa Verdad y reclamarla suya? ¿No sería más prometedor llamarnos, con humildad, seguidores de la Verdad? ¿Anhelantes? Muy diferente es decir “yo tengo la Verdad” a profesar “yo creo en la Verdad.

Francisco parece tal vez simple por su humildad y su prédica, por adoptar formas de “charla”, nos deja un regusto de cosa profunda que nos ha ganado el alma sin darnos cuenta. Porque en el fondo de su habilidad, hay un núcleo de convicción política debida sin duda a su formación que se expresa en síntesis con su Fe.

Pensado así, cuando nos habla desde ese lugar de un Dios que nos saca ventaja, no es porque Dios se diluya en conceptos cuando intentamos acercarnos a Él como un espejismo, sino todo lo contrario: Dios deja firme y concreto el oasis de Verdad allí donde lo necesitamos, mas mientras uno abreva, Él ya se ha movido, esperándonos en la siguiente parada. Dios nos muestra y se muestra en nuevas realidades cada vez que abrimos los ojos al otro. Buscarlo es aceptar el compromiso de que esa búsqueda será constante porque Dios está en el otro, en el semejante, en el que debemos amar. Dios está en las realidades que son las únicas verdades humanas y como tales, cambian, viven, se mueven. La Verdad es ese inmutable cuya convicción de existencia nos mueve a buscarla y defenderla.

Encontrar a Dios es, en alguna medida, aceptar buscarlo incansablemente. Porque Jesús es la Verdad. Pero es también el Camino y la Vida. Y los caminos todavía se andan y la vida siempre se renueva. En ese sentido Francisco apela a la comunidad, a la familia humana conjunta porque no existe posibilidad de buscar la Verdad en un contexto de exclusión.

¿Cómo dejar de buscarlo, entonces, si Dios nos llama? Y nos llama en el que necesita, nos llama allí donde la Mentira trampea, nos llama allí donde los tibios relativizan al amor, nos llama allí donde nuestra conciencia se nos rebela.

“El Señor nos primerea…” y no puede ser de otra forma. Es inevitable y fuerza la moralidad de nuestra ética. Es el secreto de la Historia y la razón del futuro. Es el triunfo sobre el tiempo: buscar siempre y siempre en el camino, de forma organizada. Amplien el camino, desafía Francisco.

Es que la parábola del hijo pródigo tiene una condición para ser efectiva: que el hijo vuelva, que busque, que se arrepienta, que anhele, que quiera. Que desande el camino. Que se mueva.

Personalmente, este impulso hacia adelante con el cuál define el Papa la acción de Dios, lo tomo como un llamado de atención sobre nuestra realidad política y muy especialmente sobre la condición republicana de nuestra Patria. Los caminos pueden abrirse y ampliarse, las leyes pueden apilarse unas sobre otras, las intenciones pueden ser mejores o peores pero la huella debe ser una.

Si no, deberíamos creer en la honestidad de las contradicciones de quienes hablan y obran a golpes de encuestas. Si no, estaríamos condenados a aceptar la contrición de quien, sin que medie acto de arrepentimiento alguno, de un día para el otro pasa de la bravuconada irrespetuosa a la genuflexión pía.  Si no, seríamos políticos tan torpes y creyentes tan anodinos, que no denunciaríamos el embuste en nombre de lo que se pretende defender.

Si no, solo nos quedaría a cambio de la doctrina, aplaudir el apuro para posar en la foto después de haber escupido sobre la sustancia.

No nos dejemos “primerear” por el hombre en nombre de la República.