La sutil diplomacia celestial a puesto a un papa americano en América por una semana y la geopolítica de los próximos años será la consecuencia de tamaña simplicidad. ¿Los argentinos entenderemos que en eso se nos juega una continuidad ideológica nacional?
Ya mismo Francisco sentó al continente sobre un hormiguero o se lo puso al hombro, como más nos guste.
Una vez más, un compatriota sacude al mundo sacando desde lo más profundo de la espiritualidad palabras sencillas pero que retumban con el eco de esas profundidades. Mientras, la política nacional gasta flashes…
“Cruel en el cartel”, dice el tango.
Otra vez un argentino. ¿Cuántos vamos a necesitar nosotros para darnos cuenta de nuestro destino?
Propongo un juego para ver cómo andamos de dormidos por la historia. Advierto que el juego es inmensamente aburrido porque no hay forma de perder, por empeño que se ponga.
La idea es encontrar al autor intelectual de cada enunciado, entre cuatro posibles: San Martín, Yrigoyen, Perón y S.S. Francisco.
Veamos.
- ¿Quién dijo: “Una porción numerosa de nuestra especie ha sido hasta hoy mirada como un efecto permutable, y sujeto a los cálculos de un tráfico criminal: los hombres han comprado a los hombres, y no se han avergonzado de degradar la familia a que pertenecen, vendiéndose unos a otros”?
- ¿Quién dijo: “Una nueva edad histórica habrá de surgir como un nuevo Evangelio enseñado en la verdad viviente del ejemplo en el seno de las naciones que pueblan los continentes de América”?
- ¿Quién dijo: “Lo moderno, que obedece a las nuevas formas impuestas por la evolución y las necesidades actuales, es una idea transformada en doctrina y flecha ideología, que luego el Pueblo impregna de una mística con que el hombre suele rodear a todo lo que ama. Ese es el único caudillo que puede vencer al tiempo a lo largo de las generaciones”?
- ¿Quién dijo: “…la multitud de signos que en nuestro presente ratifican la perennidad del objetivo y la esperanza de una América Latina unida y solidaria, caminando en pos de su más plena expresión cultural y civilizatoria, para ejercer sus responsabilidades históricas en plenitud, para sí misma y para el mundo”?
En realidad, el juego no es aburrido sino absurdo. Poco importa quién dijera qué cosa. Aquí lo que importa destacar es la continuidad de pensamiento y acción de cuatro figuras argentinas, sin duda las de mayor gravitación internacional en la historia, y plantearnos por qué, como pueblo, no hemos sabido entender o defender el papel internacional de nuestra Patria.
Lo que interesa del juego es comprender cómo nuestro lugar continental ha permanecido siempre en nuestra nacionalidad como un “destino latente”, vibrando a través de toda nuestra historia libre. Algunas veces, ese lugar apareció en un luminoso primer plano y otras, como una esperanza en los fondos de las realidades. Pero siempre, como expresión de una idea del hombre argentino.
Como un mandato providencial, como una fuerza de la naturaleza, nuestra Nación ha parido nombres que resonaron en el mundo de la geopolítica, batiendo el parche siempre sobre cuatro pilares: el orgullo nacional, el respeto y el fomento por los orgullos ajenos, una inteligente lectura de las relaciones de fuerzas (necesidades-potencialidades-recursos), y un fuerte compromiso de comunidad mundial organizada por la solidaridad.
El Gral. San Martín realizó toda su labor pública actuando primero con una idea del hombre como ser cuyo fin es la felicidad y usando la libertad como un medio de obtenerla. Todas sus acciones concretas y coyunturales estaban monitoreadas por su lectura magistral de la política internacional de su tiempo. Ni un paso dio sin analizar previamente el reflejo de sus actos en Europa y en los EE.UU. Con esa capacidad exportó la eficiente revolución nacional, desde las “periferias” del Imperio hasta su corazón mismo. Así, la idea que nació en un cabildo arrabalero, se convirtió en un impulso continental con las armas nacionales a la cabeza.
Tanto Yrigoyen como Perón abogaron por un planteo continental fuerte y por una permanente negociación de igual a igual con las potencias de cada momento. Idéntica actitud tuvieron ambos en las posguerras que les tocaron, negándose a subirse a la bonanza y al reparto del mundo, y proponiendo en su lugar aprovechar el desastre para dar inicio a un nuevo orden, más justo, solidario y humano para la civilización. Ambos, pulsadores magistrales del sentimiento criollo, pusieron a la República Argentina al frente de un intento continental y mundial de reorganización.
Y lo hicieron teniendo todas las de ganar en el juego especulativo. Sin embargo, apostaron por la verdad.
Hoy la historia parece repetirse con Francisco. Nuevamente un argentino se para sobre el mundo y grita. Nuevamente desde el fin del mundo un hombre, un criollo, le habla al mundo en términos sencillos, humildes, claros y verídicos. Nuevamente nuestra Nación, empujada por ese destino empecinado y caprichoso, le entrega al mundo una idea de respeto, unidad, colaboración, espiritualidad, solidaridad, valores.
Será de Dios, habrá que pensar.
Hemos tenido al Libertador de un continente. Hemos tenido al hombre que se plantó frente a los vencedores de la Primera Guerra Mundial y les dijo NO al reparto del mundo y que en plena guerra consiguió sendas disculpas de las potencias beligerantes. Hemos tenido al inventor de una síntesis doctrinaria que sigue siendo el destino inexorable de la humanidad, rumbeada hacia el fin de los extremos y en busca del justo medio. No por medio, sino por justo.
Ahora nuestro país es mirado con ojos incrédulos. El hombre más poderoso del mundo es el más humilde. Es a un tiempo un político delicado, es un “electrificador” de almas, es quién dialoga con tres millones de jóvenes, es quién pone la otra mejilla mientras sigue imperturbable su paciente apostolado.
La Nación es otra vez protagonista de una historia mundial desde el primer plano. Como pueblo, no podremos estar más en el mundo que ahora. No solo porque Francisco sea papa y argentino, sino porque es el continuador criollazo de una tradición nacional de hombres libres, que han sabido entender que la política es la expresión de una fe y que el mundo es comunidad, no aldea.
Francisco nos representa no solo por el anecdotario futbolístico, sino sobre todo por ser un líder que reniega del personalismo y que nos alienta a ser ejecutores de un destino común y propio. Lo mismo que San Martín y su renuncia en bien de América, o lo mismo que Yrigoyen y su negativa al cargo público, lo mismo que Perón instándonos a “organizarnos”. No los entendimos.
La Nación otra vez es tironeada hacia arriba por uno de sus hijos. Confiemos en este pueblo y recuperemos la cultura que ha dado hombres con esta capacidad de comprensión del macrocosmos de la política internacional sin dejar de acariciar el microcosmos del alma argentina.
Estemos despiertos para que los oportunismos oficiales o “ciudadanos”, no nos achiquen el amplio horizonte que Francisco nos propone.
El desafío de la política nacional es traducir en políticas públicas las alturas a las que nos lleva nuestro destino.