“Hay que trabajar de la periferia hacia dentro”. J.D. Perón, Manual de Conducción política.
Casi no hace falta decir nada más porque el paralelo es evidente y se traza por sí solo.
Por prurito personal, aclaro que esto no tiene nada de partidista y obviamente tampoco de proselitismo. Ni Perón ni Francisco necesitan votos…
Es solamente una sentencia que marca la similitud de acción entre dos grandes realizadores, y si lo planteamos aquí, es por el motivo de siempre: intentar traducir en términos de política real y nacional las acciones de S.S. Que buena falta nos hace, de paso.
Volviendo a esto de la periferia (desde el punto de vista organizativo de la conducción con Perón y desde el aspecto urgentemente humanista de Francisco), vemos un gran acierto: los conflictos brutales, las miserias, las urgencias, las faltas de respuesta, las verdades tajantes, las desnudeces, las revueltas, los fracasos de las políticas (o sus lamentables éxitos), nacen y mueren en las periferias de la existencia.
Francisco se ha encargado de ubicar a nuestro país en ese rango, tal vez hasta sin intención, desde la definición con la que se presentó en la Plaza San Pedro: un papa del fin del mundo.
Consecuente con esa definición y con su prédica, el Papa ha destinado a ayuda caritativa €100.000 a diócesis nacionales, como donación destinada a la Colecta anual Más por Menos.
“Quiero lío en las diócesis” dice, y les envía €100.000 para ayuda.
Directo “al centro de la periferia” y sin pausa. Después seguimos conversando.
Lo mismo, en escala mayor y con resonancia mundial, que hacía silenciosamente al frente de su diócesis metropolitana: ir a la periferia.
Porque es en la periferia donde se gesta lo endémico, donde el mundo desecha lo fatal, donde la humanidad olvida sus errores y sus vilezas.
El Problema humano está en las periferias y nunca habrá una solución definitiva si no se solucionan definitivamente los problemas periféricos.
La ayuda, la caridad o como se quiera llamar, es siempre urgente e imprescindible y como tal, a efectos de su eficacia, tiene que empezar por casa. Pero no alcanza.
¿Tenemos que caer en el dicho de que siempre conviene enseñar a pescar y no regalar pescado? El hambre se palia dando de comer, con urgencia y sin mirar. Pero se soluciona invirtiendo la lógica de las políticas de estado: la solución debe atacar primero la periferia porque es allí donde los grandes temas humanos queman.
Veamos, escuchemos con atención como Francisco pone permanentemente el acento sobre los dramas, sobre las catástrofes diarias, sobre la endemia de la tragedia cotidiana.
Así también, por ejemplo, es su condena al tráfico de drogas. A contramano de los vientos mundiales, el advierte que “aflojar la rienda” de la lucha contra el narcotráfico, suavizar el tema, tornarlo light y cool, desataría el infierno en un mundo donde dos terceras partes de los hombres viven en la miseria.
En nuestro país, las fronteras (periferias) viven del tráfico. Acá nomás, en el conurbano bonaerense (en el que nací, me crié y vivo), la suma de una generación integra sin trabajo, sin cultura de dignidad laboral, abandonada a la ayuda clientelar, envalentonada permisivamente hacia el delito, con la violencia criminal superando límites de crueldad, relajándonos en una moda permisiva respecto del tráfico de drogas, abandonando a la subsistencia a los centros de rehabilitación e instalando la estúpida idea de un “consumo recreativo”, estamos abriendo las puertas de la desintegración.
Por otro lado, las clases medias están destrozadas en su centro: la familia. Tironeada por las urgencias laborales de ambos padres se desviven para poder cubrir la educación, la salud, la vivienda y la seguridad que el Estado les escamotea malversando, de paso, los impuestos a ello destinados. Una doble imposición encubierta. Y en el medio de todo esto, la Generación Ni-Ni como un escandaloso renegar de la juventud.
Es trágico que antes de poder empezar a plantearnos políticas de Nación, tengamos que salir a resolver problemas de supervivencia nacional.
Así vemos que para llegar a las periferias nos alcanza con mirar en derredor. Ahí está la periferia, angustiante y viva, con sus problemas a fuego lento en una olla de presión.
La política ha perdido la fe en sí misma. Por eso se resigna a la circunstancia. Se conforma con la coyuntura y sus soluciones publicitarias. Se acomoda en el centro del foco e inaugura, corta listones, vocea y declama mientras que allá, en el fondo de la realidad, seguimos dándole oxígeno a la usina de miserables que corren (los que pueden) hacia ese foco de luz bajo el que se para nuestra política.
Por eso cuando vemos a nuestra dirigencia la vemos apocada frente a los problemas. Por eso el debate nacional es una candidatura y no la Verdad.
¿Es humanamente pensable que en nuestro país existan comunidades (periféricas, por supuesto) sin agua potable, sin cloacas, sin escuelas?
Definitivamente no. Estamos fracasando porque elegimos la foto y no la fe.
Ayer me hicieron recordar el tango “Desencuentro” de Troilo-Castillo y esta mañana, silbándolo por lo bajo, me escuché pensar:
“Y en ese desencuentro con la fe,
querés cruzar el mar, y no podés…”
Eso es lo que nos ha pasado. Tenemos que cruzar el mar, urgentemente, pero por falta de fe y de convicción, por haber dejado de lado lo doctrinario para abrazar la ejecución veloz y publicar la foto cuanto antes, nos quedamos “chapalenado” en la orillita.
La realidad es honda y profunda y por eso es sencilla. La política nacional ha optado por chapotear en lo “playito” donde todo es superficial, brillante, confuso, cegador.
Esto, que quería ser un texto sobre la voluntad y el ejemplo de Francisco, me ha quedado con un tono de tristeza tal que mejor lo termino ahora.
Antes, una sola cuestión más: la culpa es nuestra. Tal vez en la próxima publicación me extienda. Hoy me quedo pensando en qué lugar de mis alrededores está mi propia periferia para ir corriendo a solucionar de una buena vez y para siempre algún problema.