El Papa Emérito Benedicto XVI ha dicho que a medida que ve y conoce el “carisma” de Francisco, comprende en mayor medida que su abdicación fue la voluntad de Dios. Dijo, también, que el Espíritu Santo está haciendo “maravillas” con su sucesor.
Con una interpretación mundana, uno diría que siente orgullo y tranquilidad de conciencia al ver que aquello que se inició en Aparecida, va dando sus frutos.
Construyeron su éxito, a decir de Napoleón.
Paciencia. Fe. Convicción. Coraje. Inteligencia. Servicio.
Con esas pocas cosas la Iglesia está haciendo escuela de cómo se puede cambiar una situación crítica en esperanza y cómo se sale del conflicto y del quiebre moral, siempre desde la verdad, nunca desde una mentira diferente.
La Iglesia pareciera decir que las coyunturas, incluso las peores, tienen que ser solo medios y herramientas al servicio de un objetivo que flota en el horizonte. Esto, incluso, atendiendo las luchas internas y las resistencias por los intereses lastimados.
En este esquema, Francisco es el banderín inquieto que señala el lugar y al mismo tiempo, es el ancla que hace calma en la tempestad.
Esto también pareciera estar destinado a nosotros, a nuestro momento y a nuestro amago de posteridad. La Nación tiene hambre y sed de políticas públicas concretas y mientras esto pasa, la dirigencia se discute a sí misma.
La política se hace. Si solo se discute se vuelve autorreferencial.
Cuando los problemas son de urgente resolución, cuando ya no da para más, cuando “la cosa así no va”, lo aconsejable es volver a los principios más sencillos. Levantar la mirada desde el incendio de hoy y ponerla en el futuro. Eso es lo que da la visión del conjunto y lo que forja la templanza. Justamente lo que nos falta y que parecemos empecinados en no hacer.
En esta crisis de entrecasa, el mejor espejo que pudiéramos desear es Francisco, y el papel de la Iglesia en la crisis mundial debería inspirarnos en la astucia: el mejor camino es la Verdad.
La especulación no solo es mala, sino ineficiente.
En nuestro día a día se habla permanentemente de “fin de ciclo” y se lo hace de la peor manera. Se habla desde el rencor por un lado y desde la revancha por otro.
Está bien la idea de un fin, pero lo erróneo es verlo y realizarlo como el fin de algo efímero (un ciclo), porque eso solo da una solución emparchada y abre la puerta a otro ciclo…
Tal vez sería mejor acompañar esas “maravillas” que el Espíritu Santo está haciendo con Francisco, acercarnos a su “carisma” que no es otra cosa que la sencillez de la honradez y del ejemplo, y hablar del “fin de un modo”, del final de una manera de hacer las cosas en política.
No digo hacer una política como la Iglesia, acostumbrada a pensar en términos de eternidad, pero si de hacernos carne, nosotros (los que tenemos la culpa), de la necesidad de anclarnos en los valores y ser vibrante banderín de los principios que anhelamos.
“Es el diálogo el que hace la paz. No se puede tener paz sin diálogo. Todas las guerras, todos los combates, todos estos problemas son por falta de diálogo”. Dijo el Papa y se extendió haciendo una salvedad: “Por supuesto que hay un peligro, si en el diálogo uno se encierra, se enfada, se pelea. Esto no está bien, porque dialogamos para encontrarnos, no para pelearnos”.
Temo que estemos entrando en una torpe escalada de cerrazones. Por soberbia herida unos, por “exitismo” y venganza los otros. Ahí es donde pienso en el peligro del que habla Francisco. Porque corremos el riesgo de malversar el diálogo y digo, lo peor que se puede hacer con una buena herramienta es usarla mal, porque uno la condena al fracaso y queda ahí, arruinada y desprestigiada.
Sí, Benedicto XVI tiene razón: el Espíritu Santo está haciendo “maravillas” con Francisco y no dudo de que el mundo va a vivir un profundo cambio, que tal vez llegue después de una crisis mayor. Pero Francisco ya está adelantando el camino y haciendo cimientos en “el mar tormentoso”.
Terminamos con Napoleón: “Alejandro, César, Carlomagno y yo fundamos imperios, pero ¿sobre qué cimientamos las creaciones de nuestro genio? Sobre la fuerza. Solo Jesucristo fundó su reino sobre el amor, y hoy día millones de hombres morirían por él”.
Yo me conformo con imaginar que podemos cimentar una Patria. Tenemos en el espejo un reflejo exitoso e incorregiblemente argentino como Francisco. No desviemos la mirada.