Francisco: cura de pueblo, Papa de mundo

#ProfetaEnSuTierra

Algunos recordarán el personaje Don Camilo, creado por el italiano  Giovannino Guareschi y protagonista de una serie de cuentos y novelas reunidas bajo el sugestivo título de “Pequeño Mundo”.

Literatura italiana de posguerra, la tensión dramática pero siempre risueña está dada por la relación entre Giuseppe “Peppone” Bottazzi, el intendente comunista del pueblo en cuestión y el cura párroco, Don Camilo.

En esa relación, a veces violenta pero leal y franca, Don Camilo siempre logra llevar al bonachón intendente hacia el mismo lugar: el servicio y la humildad. Con una mezcla de “fina política” matizada por arranques de bravura, Don Camilo supera los enfrentamientos por doctrina y consigue trabajar junto a “Peppone” (aunque a los codazos), por el bien común de su “Pequeño Mundo”.

camilo

Hace pocos días el Papa sorprendió a los medios contestando por carta y con amabilísima autoridad a las editoriales de Eugenio Scalfari, fundador del diario italiano La República. Las editoriales fueron también escritas, según se desprende de ellas, desde la absoluta honestidad intelectual de un pensador de izquierda y ateo como Scalfari.

Más allá del análisis de la carta en sí, hoy me importa remarcar el gesto de Francisco porque sirve para ver y reforzar la idea de un Papa de la gente, un Papa de carne que se mete, que molesta, que inquiere, que busca y soluciona. Un cura metido.

Honestamente, no me cuesta nada ver en Francisco un Don Camilo global, que a veces a los codazos y otras con una palmada, va llevando a su “Gran Mundo” al destino fraterno que tal vez nos lleguemos a merecer algún día.

Un hombre humilde para un mundo grande.

El mundo no es pequeño ni es una aldea global, pero tiene pequeñas representaciones a escala en cada villa, en cada pueblo, en cada barrio y en cada una de las aldeas reales. Del mismo modo, cada “tipo humano” tiene su espejo en alguno de nosotros.

Así, la grandeza de un hombre está dada según la importancia de los ámbitos en los que sea capaz de moverse y seguir siendo él mismo, sin traicionarse.

Y Francisco, precisamente, se mueve en el mundo de la política internacional con la misma soltura, naturalidad y frescura con la que un curita de pueblo discute con el intendente sobre el alumbrado de la plaza. Maneja la alta teología como si conversara con sus catequistas. Se planta frente a millones de jóvenes en una playa como si apareciera de improviso en una reunión de Acción Católica a contar chistes y dar consejos.

Del mismo modo, decreta el uso de conventos abandonados para recibir refugiados, como cualquier párroco que organiza comidas calientes para sus “linyeras” en invierno.

La razón es una sola: coherencia en sus convicciones.

Como bien dijo hace poco el concejal de Lanús, Heriberto Deibe: Bergoglio era coherente entre su palabra y su acción y eso lo llevó a ser Papa. A su vez, Francisco es coherente con Bergoglio.

Esa es la base y el fundamento de la autoridad y predicamento se S.S. Es humilde porque puede serlo, sin tener que ocultar sus pecados ni fingir virtudes.

Francisco interacciona con el mundo sin ser “mundano” y nos pide que hagamos lo mismo. Apela a un mundo sublime.

S.S. siempre canaliza esa relación de la Iglesia con el mundo a través de la política. Lo ha hecho, lo ha dicho y lo ha pedido, asegurando que los católicos no deben desinteresarse de la política”.

“La política –dice la Doctrina Social de la Iglesia– es una de las formas más altas de la caridad, porque es servir al bien común. Yo no puedo lavarme las manos, ¿eh? ¡Todos debemos hacer algo!” sentenció en la misa en Santa Marta y siguió:

Muchas veces hemos escuchado que un buen católico no se mete en política, pero esto no es cierto, ese no es el buen camino. Un buen católico se mete en política, ofreciendo lo mejor de sí, para que el gobernante pueda gobernar.

Tal vez haya en esas palabras una enseñanza para nosotros, especialmente diseñada para el trance político en el que estamos entrando. La directiva es clara: participen, ayuden y recen.

Quién lo sepa interpretar estará trayendo a nuestra Nación algo de la autoridad que Francisco nos obsequia.

Si enlazamos esa afirmación con otras dos de la misma homilía, se nos presenta claro el panorama de lo que Francisco le pide al mundo y a las naciones:

“Todo hombre, toda mujer, que va a tomar posesión de una función de gobierno, debe hacerse estas dos preguntas: ¿Amo a mi pueblo para servirlo mejor? ¿Soy humilde y escucho a todos, escucho las distintas opiniones, para elegir el mejor camino? Si no se hace estas preguntas su gobierno no será bueno. El gobernante, hombre o mujer, que ama a su pueblo es un hombre o una mujer humilde.

Y también repiqueteó sobre el papel de los medios de comunicación en estos términos:

“Está la costumbre de sólo hablar mal de los gobernantes y de las cosas que no van bien. Se escucha el noticiero de TV y pegan, pegan; se lee el diario y pegan… ¡siempre mal, siempre en contra!”.

Ciudadanos. Gobernantes. Medios. Francisco no deja que nadie “saque los pies del plato”.

Porque si Francisco critica a la política coyuntural, del parche que remienda pero que no soluciona, también critica la apatía ciudadana ante esa situación y el papel de los medios en su crítica, porque la sola queja o la crítica de una coyuntura es más coyuntura, y mientras tanto, la idea de país, de sociedad y de mundo, se nos diluye en discusiones.

Volvemos al inicio: Francisco se maneja internacionalmente con la autoridad de la coherencia y con la naturalidad de la convicción.

Este Papa se nos va a convertir en el cura párroco del mundo.

 

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