“El ‘síndrome de Jonás’ no tiene el celo por la conversión del pueblo, busca -me permito la palabra- una santidad de ‘tintorería’, toda hermosa, bien hecha, pero sin aquel celo de ir a predicar al Señor” dijo S.S. Francisco durante la pasada homilía en Santa Marta.
Y dijo más: “El Señor le pidió (a Jonás) que fuera a Nínive, y él huye a España. Jonás “tenía las cosas claras”. “La doctrina es ésta, se debe hacer esto y los pecadores que se las arreglen, yo me voy”. Los que viven de acuerdo con este ‘síndrome de Jonás’ Jesús los llama hipócritas, porque ellos no quieren la salvación de la pobre gente, de los ignorantes y pecadores”.
Siguiendo la reflexión de Francisco pero en un marco político y nacional, vemos que el hipócrita no “miente” estrictamente hablando. El hipócrita simula, finge y gesticula una convicción que no tiene.
El hipócrita compra una vida Prêt-a-Portrait sin profundizar en el compromiso previo y espiritual de esa vida.
Pero, sorprendentemente, los hipócritas también lo hacen por convicción. Ahí está su coherencia y, por lo tanto, su peligrosidad: el hipócrita está convencido de que la máscara que lleva puesta lo salva a él y a nadie más.
“¿Pero cómo me vas a hacer eso a mí que soy tal o cual cosa, si hice esto o aquello?” se queja el político de agencia publicitaria.
Ese político no tiene fe ni sustancia. Obra sin creer en la necesidad colectiva de esa obra. Obra sin entender lo imprescindible: la salvación es plural, es fraterna y para todos.
“¿Por qué a mí?” pareciera ser la pregunta basal del que obra sin creer cuando las cosas le van mal.
Funcionarios y dirigentes a los que el pueblo les llama la atención por temas judiciales, policiales, contravencionales o políticos, se resisten, patalean y se niegan a esa realidad clamando “¿Por qué a mí? Si me saqué todas las fotos, si dije todas las palabras, si dibujé todas las sonrisas, si hice todo lo políticamente de moda”.
Podemos elegir a diario políticos que se visten con una doctrina, se calzan una estructura partidaria y se “salvan” ellos, mientras que la Nación y su pueblo, que deberían ser los beneficiarios de esa doctrina, quedan en el camino.
Nuestra política cree con fervor en la forma y se queda en la pantomima.
Pongamos por ejemplo a los DD.HH. Envueltos en banderas inoperantes hacen todos los gestos del pasado pero en el día a día se portan como perfectos “botonazos”, indiferentes a la realidad del otro. No tienen sustancia.
Aquí hago una salvedad: sin duda están los que fingen a conciencia para sacar ventaja, pero me gusta suponer que la mayoría de los dirigentes se queda en la forma como consecuencia de su falta de soporte doctrinario.
Son fundamentalistas de la hipocresía por necesidad, porque no tienen una idea de la cual agarrarse. Entonces solo les queda el vestido, la gala y la pompa. La de jabón, digo…
“El ‘síndrome de Jonás’ conduce a la hipocresía, a la suficiencia, a ser cristianos impolutos, perfectos, que dicen “hacemos estas cosas: cumplimos los mandamientos y todo”. Es una gran enfermedad” sintetizó el Papa en la homilía citada.
Suficiencia…en su segunda acepción: presunción, engreimiento, pedantería.
Del mismo modo que para los cristianos el acatamiento de los preceptos de Dios debe ser la consecuencia del voluntario ejercicio de nuestra fe en libertad, así la política debería ser la expresión concreta de esa fe. Es decir: la forma palpable de una Idea del Hombre. Sin esa idea, la política se vuelve politiquería, afiche y empleo.
Y hacen agua, claro.
Al inicio de Moby Dick, la gran novela de Melville, el personaje del Padre Maple sermonea sobre Jonás y sobre cómo cayó en desobediencia por querer “hacer la fácil”, por el “¿Por qué a mí si hago las cosas bien?” y de cómo pretendió escapar de Dios.
Es ocioso recordar cómo termina el buque “Pequod” al mando de Ahab, quién también quiso escapar de Dios, enojado y amargado por su suerte.