“La riqueza es un bien solo si ayuda a los otros” escribió Su Santidad cuando eligió prologar el libro “Pobre para los pobres. La misión de la Iglesia”, del cardenal alemán Gerhard Müller.
Un pase limpio de gol.
Analizando la “jugada” en el texto completo de ese prólogo, Francisco hace sobrevolar hábilmente una crítica profunda a los estragos del capitalismo y a su vez un reconocimiento del mismo como una buena herramienta.
Si el hombre queda al servicio de cualquier sistema, no habrá manera de salvarlo. Porque el problema no es el sistema económico sino el modelo político que le da un entorno ético o no.
Siempre humanista, el Papa no le da entidad a un sistema por sí solo, sino que lo analiza como instrumento de la felicidad del Hombre. Por eso descarta constantemente el facilismo de etiquetar los sistemas como buenos o malos y se mete de lleno en las causas morales, íntimamente humanas, de sus vicios y tragedias.
Con la cabeza levantada y mirando todo el juego, Francisco no se deja encandilar por los problemas de un sistema, sino que rebusca en los cimientos de las estructuras que los construyen y después sale, aclarando un partido trabado y despeja la cancha.
“Quien no posee dinero, es considerado sólo en la medida en la cual puede servir a otros objetivos”.
Con esa sola frase señala el problema (el hombre tomado como un “recurso”), sus causas (la desigualdad), su relevancia (el contexto cultural que permite esa desvalorización del hombre) y sus consecuencias (el utilitarismo).
Vemos que nada de eso puede ser achacado a un sistema particular y en cambio apunta directamente a las estructuras sociales y culturales que lo justifican.
¿Se necesita algo más para ser un “crack” o un conductor de almas y voluntades?
Como jugando con un ecualizador, Francisco nos muestra de qué forma, variando gentilmente, con tiempo y educación, las proporciones de esas estructuras, el sistema finalmente se ajusta al objetivo deseado: la felicidad del Hombre.
“Cuando el hombre ha sido educado en el reconocimiento de la solidaridad fundamental que lo liga a todos los otros hombres (esto recuerda la Doctrina Social de la Iglesia) entonces sabe bien que no puede tener para sí los bienes de los que dispone. Cuando vive habituado a la solidaridad sabe que lo que le niega a los otros y retiene para sí, antes o después, se volverá en su contra”.
Tiempo. Educación. Solidaridad. Bondad.
Nada hay de violento ni de sectario cuando el Papa critica. Nos muestra que el Hombre es el centro de las preocupaciones del Hombre y ningún sistema por sí solo y al amparo de sus justificaciones ideológicas, debería por si ser capaz de esclavizarlo.
Asimismo y en contrapartida, me digo y supongo, para ninguna “liberación” cubierta por una tendencia mundial, debería ser necesario el odio y la agresión.
América Latina.
Recetas mágicas. Revoluciones salvadoras. Revoluciones libertadoras. Modelos.
Persisten en nuestro continente estos vaivenes sistemáticos a puro grito, que arrastran a los pueblos de un bando a otro, de un sistema a otro y siempre cruzando un Éxodo de fracasos.
Llama la atención con que liviandad se denominan en América “proyectos nacionales” a brutales cambios de sistemas e imposiciones de ideológicas hechas con molde.
Facciosos siempre y desentendidos de las idiosincrasias nacionales y las coyunturas de cada país, estos cambios cifran todos sus males y esperanzas en “sistemas” que se turnan, mientras nadie parece interesarse por las causas profundas de la infelicidad del pueblo.
Si el Papa Francisco, mientras critica severamente el poder excesivo que se le otorga al dinero, puede halagarlo y decir “que prolonga y acrecienta las capacidades de la libertad humana, permitiéndole obrar en el mundo, actuar, dar fruto”, ¿qué excusa tenemos para afirmar que es necesario romper para construir?
Jugamos con la mirada pegada al piso, corremos, “hacemos el aguante” y sin mirar, la pateamos afuera.