“Estar sin estar”: vivir el Mundial por TV

#RespiroTV

Mundial1

Quién no se encontró hablándole, dándole indicaciones o puteando una pantalla; no una persona, una pantalla. Así, fría, inerte, desangelada, sin sensaciones, ni sentimientos, un cuadrado, o un rectángulo, más grande o más chico, pero una pantalla al fin.

Sucede muy a menudo, pero mucho más en épocas de Mundial cuando la gran mayoría que no puede asistir al espectáculo futbolístico para verlo en vivo y en directo, se dedica de lleno a entablar una relación de amor/ odio con la tele de siempre, o con la tele adquirida especialmente para auto generarse la ilusión de ver más de cerca el campeonato de fútbol por excelencia.

Y solos, acompañados, en familia, con amigos, en un ambiente intimista o masivo, la televisión se convierte en un buzón, que en esta ocasión no recibe cartas, sino palabras, gritos, aplausos, señalamientos, ´vivas´, cuernitos, manos que le encargan la exitosa resolución del partido y mucha energía, mucha ansiedad, alegría y también tristeza.

“¿A quién le hablás?” “¿No ves que no te escucha?” “¿Qué le das órdenes?”, se oye en los millones de hogares en los que la vedette es única y exclusiva, tiene forma redonda, rueda por un terreno de césped verde y condensa en su mínima esfera los sueños de todo un mundo.

Es que la pasión futbolística no entiende de razones, no lo ha hecho nunca y jamás lo irá a hacer, y como la pasión es una ensalada de sensaciones que se cuelan como moscas en mentes, cuerpos y almas, lo más razonable, sano y “argentino” es extirpar todo ese brebaje de todo a través de un grito a la pantalla.

Coreamos el himno mientras en México, Italia, Francia, Corea, Japón, Alemania, Sudáfrica y Brasil lo hacen los jugadores, el cuerpo técnico y los fanáticos ao vivo.

Le decimos que “haga el pase seguro”, “que no pierda la pelota”, “que pongan sangre y huevos”; pedimos falta, penal, tiro libre, mandamos a freír churros a los árbitros y a los jugadores del equipo contrario que “siempre se tiran”, “siempre simulan”, “siempre se quejan” y, de paso, nos lastiman a los nuestros.

Le damos un correctivo hablado a quien nos parece que no estaría haciendo bien las cosas, le exigimos que preste atención a nuestro consejo, le pedimos a la hinchada que siga alentando, y nos enojamos cuando no lo hacen, “porque ellos tienen la suerte de estar y no hacen valer la presencia”.

Todo lo hacemos a través de una pantalla, de un vidrio al que le damos una orden y nos devuelve vida; vida, movimiento, nervios, ansiedad, emoción y la sensación de estar ahí, de ser tenido en cuenta, de ser participado y escuchado.

Somos todos técnicos a través de la TV. Somos también fanáticos y nos ilusionamos pensando que nuestro aliento traspasa la pantalla y llega, de corazón a corazón, como “el corazóncito” en la mano de Di María.

Y entonces se escucha “dásela a Messi”, “bien, nene bien”, “eso es falta acá y en la China” y “sacalo a Higuaín” y “qué grande Higuaín”, en boca de la misma persona, en una sola fracción de segundo, y así la sensación de vida, de muerte, de felicidad y tristeza, expectativa y angustia, ilusión y desilusión, esperanza y olvido.

Todo desde un lado y hacia el otro,  desde acá para allá, desde mi casa hacia algún punto de la tierra, soñando que estoy ahí, o por lo menos cerca, gracias al televisor y a una mirada coartada por una pantalla que, a su vez, facilita mirar lo que no estamos viendo.

Al fin de cuentas, como ser y no ser, el Mundial a través de la TV es estar sin estar. Como quienes juegan a la play y se sueñan crack a través de un joystick, la televisión nos brinda la ilusión de ser técnicos, hinchas y jugadores, todo junto y a la vez, en cada juego de 90 minutos mundialista.