Por: Daniela Escribano
Todos los días supera o está cerca de los 20 puntos de rating; ¿cuánto hacía que una ficción no alcanzaba esta medida? Bastante. Probablemente desde “Graduados”. Pero una vez más la práctica le pegó una cachetada a la teoría y a todos aquellos que, amarrados a un puerto televisivo, habían sacado los pañuelos blancos para despedir los números altos en la TV de aire.
Fue error. No estaba todo acabado. Se podía hacer más de 14 puntos y “La mil y una noches”, una historia que ya ni el público turco recuerda porque se emitió hace 7 años ahí y a nosotros el furor y el amor por esta “pieza” nos llegó rezagado, vino a traernos un mensaje: “cuando a la gente le gusta, voltea la cabeza y mira”.
¿Pero cómo saber qué va a rendir y qué no? Esta es la pregunta de siempre, la que nadie, ni siquiera los grandes hacedores de éxitos pueden responder.
Vale recordar que en 2014 cuando “Brasil” y su “Avenida” más famosa se habían apoderado del gusto de los televidentes argentinos que le dijeron “si”, primero a la tarde y después a la noche, El Trece pensó que ése era el camino; que las telenovelas cariocas que tantas satisfacciones le habían dado siempre a Telefe podían hacer lo propio en su casa y fue por eso que, con bombos y platillos, se anunció el desembarco de “Fina estampa”, que así como llegó, se fue, sin que nadie hubiera percibido su salida.
No se entienden, ni se explican los éxitos y también sucede con algunos fracasos y tal como dijo Adrián Suar hace algunos días en “El diario de Mariana”, “si no hubiese funcionado, me hubieran dicho: ¿y qué querés? si tardan 40 minutos entre palabra y palabra”.
Pudo haber sido un “VOT NO”, y tenía muchas cosas para serlo: un doblaje insoportable, una lentitud a prueba de balas, una historia de amor que tarda en concretarse, poco contacto físico, machismo, una cultura lejana y una idiosincrasia que nos remite a nuestro lugar, pero hace miles de años atrás.
Es que nadie podría afirmar que el doblaje está bien hecho, que fluye, que es adecuado, creíble, que hace bien a los oídos y que no coarta el relato. No, todo lo contrario. Se hace muy difícil, sobre todo en escenas dramáticas que es cuando más se evidencia la poca empatía entre el registro actoral y de voz.
Es lenta también, claro que que lo es, pero porque no es de nuestra manufactura, ni camina a la par de nuestros tiempos “Fast Food”, del beso rápido, el sexo ocasional, la vida “volando” y los años que se cuentan como minutos.
¿Cuánto hacía que no se esperaba un beso con tanta ansiedad? O mejor dicho: ¿cuánto hacía que en la TV argentina los protagonistas tardaban tanto tiempo en besarse? Mucho, y simplemente porque nuestra ficción es cada vez más verdad y más compinche de la realidad, y en su afán de serlo es imprescindible que se mimetice con lo que sucede “de veras”, y “de veras” en una vida verdadera los que se gustan no tardan en “chapar”.
¿Chapar? No, eso no existe en esta novela y tal vez en ese retorno a la historia de amor naif, rosada, con más romanticismo que pasión, se pueda hallar otra de las claves para comprender el “VOT SÍ”.
¿Relaciones sexuales? Mmm, veremos. Estará por verse, aunque, como viene la mano, deberemos prepararnos más para un juego entre sábanas mimoso y tierno que para una fervorosa escena de sexo.
Igualmente, de un tiempo a esta parte, la producción “sexual” en ficciones nacionales ha variado, por el retorno a la impronta familiar que experimenta Telefe y porque El Trece aparentemente también ha decidido copiar esta vuelta a las viejas costumbres de cortar la escena y “hacer cómo qué”.
El machismo es otro de los “títulos” que podría haber promovido el fracaso, pero que no salpicó el éxito y que, por el contrario, es visto como una “visita guiada” a una cultura ancestral, rica, linda, pero también tradicional, ortodoxa, incorruptible, de reglas extremas y hábitos demodé.
Entonces, en la superación de ese mundo femenino, que allí todavía brega por salir a la luz y acá se asienta más, y en las diferencias, que no alejan, sino acercan, también se encuentran algunos de los ingredientes de este conjuro entre el público y “Las mil y una noches”.
Lenta, pero dulce. Difícilmente doblada, pero un culebrón de aquellos. Un amor furtivo y una red de vínculos sociales, donde hay más suegras villanas y nueras rechazadas que ricos y pobres, se cocina éste, el éxito más grande en lo que va de 2015.
No pasaron mil noches de fanatismo, solo algunas, bastantes, las suficientes para entender que es un éxito; un éxito que podría haber sido un fracaso, pero no.