El día que Bertotti dejó de ser “Floricienta”

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LorenaGuapas

“Lo mejor de mi mamá era mi mamá”, dijo Lorena (Florencia Bertotti) en medio de la ronda que sus amigas habían construido a su alrededor para paliar aunque sea un poquito el infinito dolor que estaba sintiendo. Hacía nada que se había enterado que su mamá, una mina trabajadora que viajaba en el tren para llevarle bizcochitos, estaba muerta. Casi lo único que tenía en la vida, ya no estaba.

Fue otra de las grandes escenas de “Guapas” (lunes a jueves 21 hs. por El Trece), pero no una escena más para Florencia Bertotti, la eterna niña grande, la actriz que pareciera ser siempre la adorada “Floricienta” aunque se llame de otro modo, hayan pasado los años, las productoras y los programas.

No hace mucho Cris Morena, al ser consultada por cómo había quedado su vínculo con ella tras la disputa por plagio de “Niní”, respondía, entre otras cosas, que en la ficción de El Trece la veía maravillosa, pero porque estaba haciendo nuevamente “Floricienta”, una de sus criaturas más exitosas.

¿Qué es hacer de Floricienta? Que la torpeza sea tu carta de presentación, que la bondad y la humildad sean tus máximas virtudes, hablar de corrido y sin parar, ser del “barro” y aspirar a un candidato -el famoso príncipe- cuasi imposible, ser buena con los buenos y miedosa con los malos, cariñosa, ilusa, soñadora, romántica y feliz.

Así era Flor en “Floricienta”, Niní en “Niní”, Lorena en “Guapas” y también Valeria en “Son amores”, aquel recordadísimo personaje rebautizado por su hermano de ficción, Martín Marquesi (Mariano Martínez), como “Yanyito con cola”; también torpe, también acelerada, también inocente, también enamorada, también atolondrada.

Pero ayer este juego de hologramas perfectos, figuras que encastran a la perfección, sinfonía siempre afinada, pero siempre igual y electrocardiograma perfecto se quebró porque Lorena lloró la muerte de su madre de la manera más cruda y real que se haya visto jamás en el registro de actriz de Bertotti.

Sin ánimo de encontrarla en la lista de víctimas fatales del accidente ferroviario (tan ficción y tan real, todo junto y a la vez), corrió por el hospital en busca de una mirada colega que le dijera que allí estaba, herida y controlada, en una sala común a la espera del abrazo de su hija.

Pero solo halló un nombre, “Norma Patricia Jiménez”, dicho sin anestesia, en medio de un frío pasillo, que le anunciaba que su mamá ya no estaba, se había ido de una manera cruel e injusta, se había perdido entre las sin respuestas de la corrupción y ya no se verían más.

Tamaño desconsuelo fue a parar en los brazos de su amado doctor que, sin mediar palabra, con tan solo sentir su mar de lágrimas, supo todo: su amada “Lorena Pato” había perdido a su mamá y todo era tristeza.

Lloró ella y lloramos todos porque su angustia superó el modo “Floricienta” para convertirse en una persona común, real, de carne y hueso que se entera de golpe y porrazo que la persona que más quiere en el mundo murió.

Pero su “graduación” no terminó ahí porque abrazada por sus amigas, las “Guapas”, siguió gritándole al mundo su dolor, diciendo que su mamá se había subido a un tren y ya no estaba, que venía a mimarla porque ella estaba desocupada y nadie le daba la posibilidad de una entrevista para trabajar, a hacerle compañía, a traerle bizcochitos…

Y en ese ritual tan conocido y tan poco querido en el que los más íntimos tratan de consolar a los doloridos asegurando que “estaba muy orgullosa de vos”, “fuiste la mejor hija”, “tenés lo mejor y todo lo buena de ella”, “seguro no sufrió”, “pensá que está mejor”, Lorena respondió sin anestesia: “Lo mejor de mi mamá era ella” y de ese modo dijo: “esperen, no quiero escuchar más, solo quiero que ella esté conmigo, que no se haya muerto, no quiero pensarla en pasado, no quiero pensarla muerta, no quiero pensar que no la voy a ver más, basta”.

Florencia a bordo de su Lorena dejó ayer las zapatillas de “Floricienta” para ponerse el guardapolvo de “actriz diferente”. Y esto no significa que lo anterior no haya sido bueno, pero era lineal, bien actuado, pero muy igual. Y lo que sorprendió de este retazo televisivo fue que Bertotti mostró otra cosa, algo distinto, algo muy bueno, algo muy triste, pero excelente.

En medio del dolor profundo por esos bizcochitos que nunca más serán compartidos entre una madre y su hija, la ficción se abrió el velo para hacerle un lugarcito al rigor y a la verdad y todos terminamos creyendo, aún sabiendo que no, que la más chica de las “Guapas” había perdido a su mamá.