Por: Fabricio Portelli
Nadie duda que el cepaje nacional está en un gran momento. El quid de la cuestión será entender esta realidad para conocer su verdadero potencial y no seguir alimentando el imaginario colectivo augurando un suceso ilimitado.
Por suerte, a Domingo Faustino Sarmiento se le ocurrió hace más de ciento cincuenta años contratar al agrónomo francés Michel Aimé Pouget para que implantara en nuestras tierras cuyanas las mejores variedades de su país, ya consagrado vitivinícolamente hablando desde aquel entonces. Por suerte, de todas las variedades francesas importadas, la Malbec fue la que mejor se adaptó. Porque si bien pasaron muchos años hasta darnos cuenta de que el éxito de toda una industria dependería de él, esta historia de amor entre nuestros terruños y este cepaje poco querido en Burdeos goza de larga data. No por casualidad supo ser la variedad tinta más difundida en todas nuestras zonas vitícolas. Y si bien luego la historia le jugó una mala pasada, en la que se la erradicó casi en su totalidad, supo reponerse y volver a poner la casa en orden.
Ahora bien, con un pasado reciente tan vertiginoso y un presente tan promisorio, es hora de entender hasta dónde podemos llegar con el Malbec argentino. Porque si bien es cierto que muchos de nuestros preceptos vitivinícolas arraigados desde hace casi dos siglos gracias a los inmigrantes se desvanecieron, muchos se mantienen vigentes. Y quizá esa sea la principal razón por la que nuestro país es el más viejo mundista entre los países del Nuevo Mundo. Porque aquí se hace y se bebe vino desde hace mucho tiempo. Y el Malbec siempre estuvo presente. Claro que no con este estrellato ni tan diverso ni tan sofisticado, pero estuvo siempre presente entre todos nosotros.
Hoy nos toca seguir corriendo desde atrás para poder ponernos al día. Mucho hemos avanzado en estos últimos años, y a mí me gusta poner el 2000 como punto de inflexión. Porque si bien la reconversión mental de nuestra industria empezó en los noventa, se puede decir que, a nivel macro, desde el comienzo del nuevo milenio se comprendió que el camino hacia el éxito estaba atado a la calidad. Y que la llave para competir, ser escuchados y respetados por productores, compradores, comunicadores y consumidores del mundo, era el Malbec. Y quizás a partir de 2006, el rumbo se clarificó. Y si bien muchos de los principales protagonistas aseguran que estamos muy lejos del techo Malbec, yo me pregunto cuál será ese techo.
Mucho más que original
Mucho se ha hablado de las bondades del Malbec como vino, algo que parece un detalle pero que es la cuestión más importante. Un vino que tardó en colarse dentro de la fiebre varietal que azotó al mundo consumidor hacia fines de los noventa. Y si bien nosotros venimos insistiendo hace más de una década, recién ahora podemos decir que hay un reconocimiento del Malbec como varietal y que eso es gracias a la Argentina. Porque al principio sólo era la llave para abrir puertas de mercados emergentes: ese vino distinto que nadie tiene, la novedad, lo original que había para ofrecer en una vinoteca.
Pero claro, cuando la novedad se acaba, si no prende, hace falta ofrecer algo más. Por eso, la Argentina tardó en ser respetada. Porque de no exportar nada, más allá de ser desde siempre los quintos productores mundiales, además de grandes consumidores, pasamos a querer tirar toda nuestra diversidad sobre la mesa. Pero claro, el impacto se desvanecía tanto como aquella fórmula de implantar la mayor cantidad de cepajes en el mismo terruño, uno al lado del otro. Entonces, llegó el momento de la consistencia y de la toma de conciencia. Y mientras antes decíamos orgullosos que el Malbec argentino era el mejor del mundo, simplemente porque así lo creíamos, pero sobre todo porque nadie más lo hacía, hoy podemos estar mucho más orgullosos. Porque la realidad nos avala, y si bien siguen siendo pocos los Malbec vinificados en otras partes del mundo, hoy nuestra oferta es sumamente abarcativa, rica y muy consistente.
A tal punto que nuestros mejores Malbec ya superaron la barrera de los 95 puntos de los referentes internacionales más reconocidos y pueden compartir escena de igual a igual en una mesa con los mejores vinos del planeta y salir bien parados. Por eso, hoy es mucho más real afirmar que el Malbec argentino es el mejor del mundo, incluyendo obviamente a los originales exponentes de Cahors, en el sudoeste francés. Y eso que, según los verdaderos protagonistas de esta película (los agrónomos y enólogos), todavía nos falta mucho para aprender. Y lejos de entrar en una discusión que no tiene fin, ya que algún día se llega al techo y luego sólo habla la naturaleza y decreta qué cosecha es mejor, recién estamos comprendiendo a nuestros terruños. Estamos conociendo de la superficie para abajo. Por eso se destacan nombres como Altamira, Vistaflores, La Consulta, Las Compuertas, Luján de Cuyo o Gualtallary, entre otros. Porque los hacedores ya tienen las pistas precisas y saben que están bien encaminados para descubrir el tesoro.
Animarse a más
En esta carrera por posicionar el Malbec argentino y sacarle el jugo como punta de lanza surgen obstáculos que muchos prefieren evitar; sin embargo, el éxito estará en poder enfrentarlos. Porque si deseamos, desde este rincón del mundo, poder convencer a todos los consumidores globales de las bondades y atributos de nuestro Malbec, vamos a tener que sentarnos porque la espera puede llegar a ser larga.
Es una cuestión de objetivos, y en ese sentido hay dos caminos posibles. El primero y más fácil, pretender que el Malbec nacional siga siendo nuestro estandarte y nuestra llave para abrir puertas. El segundo y mucho más ambicioso es demostrarle al mundo que realmente el Malbec argentino es el mejor, sin importar quienes más lo vinifiquen. Entonces, en lugar de querer centralizar la promoción del cepaje y seguir mirándonos el ombligo, hay que salir a hacer lo que hicieron aquellos que hacían Cabernet Sauvignon, Chardonnay y Syrah. Porque si logramos que muchos lo hagan, el trabajo de posicionamiento será mucho más abarcativo y menos costoso. Y, una vez grabada la palabra Malbec en la cabeza de todo consumidor de vinos, el camino por querer experimentar el mejor Malbec será corto. Y si tanta razón tenemos, todos los caminos conducirán sin escalas a nuestros exponentes. ¿O acaso alguien piensa que en Borgoña están preocupados por el auge de los países que producen Chardonnay y Pinot Noir, o que en Burdeos se plantean cómo boicotear las plantaciones de Cabernet Sauvignon y Merlot del mundo entero, o que en el Ródano francés tienen un plan macabro para erradicar todos los Syrah australianos, o que los productores de Champagne se quieren matar por el auge de las burbujas de diversos orígenes? Muy por el contrario; están agradecidos porque mientras el mundo avance y se sumen nuevos consumidores, tarde o temprano, muchos van a querer desembocar en los mejores exponentes. Y sabemos que en el universo hay muchos más amantes (entre actuales y potenciales) del vino que cantidad de vino que podamos producir entre todos. Por eso, el desafío es seguir escalando e investigando en busca de explotar nuestros mejores terruños y pulir esas sutilezas que hacen de un vino algo único e irrepetible. El Malbec argentino tiene todo para lograrlo, simplemente hay que animarse a más.
Palabras autorizadas
Es difícil hablar de pionerismo en tema Malbec, porque los Malbec de hoy los hicimos entre todos, y tampoco es bueno creer que los enólogos que vienen de afuera son mejores de los que nacieron, crecieron y trabajan aquí. Pero hay algunos nombres importados que mucho han aportado para la fama internacional de nuestro Malbec. Quizás el que más ha sobresalido sea Michel Rolland, no sólo por haber sido el primer impulsor de que los vinos argentinos cambiaran y pudieran ser vendidos en el exterior, sino porque se afincó aquí desde su primera visita. Primero en Yacochuya y luego con el Clos de los Siete. Justamente fue él quien originó lo que puede ser considerado como el proyecto vitivinícola más imponente del mundo. Por sus dimensiones y por la cantidad y calidad de personas que lo componen. Pero además, abrió una sucursal de su laboratorio Eno Rolland hace más de diez años. Y cuando se jubile y deje de asesorar a cientos de bodegas en más de doce países, pasará sus días entre su Francia natal y su Argentina adoptada. El hecho de ser una de las personas más famosas del mundo del vino explica mucho, pero sin dudas su confianza en el Malbec fue la clave. Porque él, considerado uno de los reyes del Merlot, no lo elabora aquí. Y si bien asesora a muchas bodegas y en su flamante Mariflor se dedica a jugar al borgoñón con un Pinot Noir, son su Yacochuya y su Val de Flores sus tintos nacionales de bandera.
Otro que llegó aquí hace muchos años fue Paul Hobbs, aunque el Malbec no estaba en sus planes originales. Tampoco en los de Nicolás Catena, quien lo contrató por su know how en barricas y por elaborar Chardonnay y Cabernet Sauvignon. Pero el destino quiso que conociera el Malbec y hace más de una década fundara Viña Cobos. Hoy su sello respalda muchos de los Malbec más prestigiosos del país. Algo que también ocurre con Alberto Antonini, quien primero se despachó como copropietario de Altos Las Hormigas. Triunfó, sobre todo en los Estados Unidos, con su Malbec, y desde ese entonces no paró de recibir solicitudes de asesoramiento de bodegas colegas. Otro que más que asesor es hacedor y propietario es Roby Cipresso (italiano), quien deslumbra desde siempre con sus Malbec icónicos mendocinos. Por último, en este grupo no podemos dejar de nombrar a Pierre Lurton, quien si bien es el actual presidente de dos de los châteaux más famosos del mundo (Cheval Blanc y D’Yquem), también preside Cheval des Andes, del grupo Moët Hennessy Argentina. Alguien tan reconocido y que pertenece a una de las familias más importantes del mundo del vino le aporta mucho a la fama de nuestro cepaje emblemático. Sobre todo porque es un convencido de que la Argentina, con Mendoza a la cabeza, es el terruño que viene. Y si bien puede sonar a compromiso, al hablar con él uno percibe su humildad y gran criterio, y su poca necesidad de ser condescendiente. Para él, que elabora Cheval Blanc, los parámetros son fineza, elegancia y delicadeza. Y con el flamante Cheval des Andes 2006 en la mano y los Single Vineyard Malbec de Altamira y Las Compuertas de Terrazas de los Andes que se vienen, no duda en posicionar al Malbec como el próximo gran cepaje.