Francamente, no entiendo

#Vinos

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Hace tiempo que sigo de cerca a los vinos argentinos, y me siento el hincha número uno (aunque debemos ser miles). Es decir que soy testigo privilegiado de todo lo que pasa y siempre deseo lo mejor. Pero cuando algo no me cierra, lo digo. Me pasó dudar del Syrah en el pleno de su auge sanjuanino, por citar sólo un ejemplo. Hoy, muchos se llenan la boca con el Cabernet Franc. Los que lo hacen, muy entusiasmados con sus primeros grandes vinos logrados con dicho cepaje. Los que vienen de afuera, porque captan tal entusiasmo. Y muchos de los que están acá, porque se hacen eco de los que lo hacen y de los que vienen de afuera, más allá de sus opiniones y visiones.

Personalmente el Cabernet Franc me encanta, y desde hace varios años. Claro que primero me enamoré de los extranjeros, porque si bien acá existían algunos exponentes, no llegaban a formar una masa crítica como para uno poder formarse una idea más genérica que vaya más allá de tal o cual etiqueta. Primero fueron los vinos de Chinon, una pequeña denominación de origen del amplio Valle del Loire francés. Sus vinos (tintos y rosados) suelen ser de cuerpo medio pero con muy buena acidez y agarre. Más frescos que afrutados. Lo que me llamó la atención en aquel entonces fue su plasticidad y expresión para ir muy bien en la mesa, incluso con sardinas a la parrilla. Sí, un tinto con taninos (al menos como ese) va muy bien con pescados. Pasaron algunos años, y mientras aquí seguía siendo protagonista de pocas etiquetas, me lo volví a cruzar en Burdeos, más precisamente en Saint Emilion y Pomerol. Es cierto que allí se los suele mezclar con Merlot, pero dos de los vinos que más me llamaban la atención, cada vez que los degustaba, tenían mayor predominio del Franc. Y los conocedores y hacedores le adjudicaban el éxito a dicho cepaje.

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Hoy, veo, leo y escucho hablar mucho más del Cabernet Franc argentino. Y no es que eso me disguste, por el contrario. Pero sí noto una desproporcionalidad en función a la masa crítica; es decir a la cantidad de vinos que hay en el mercado. Y sinceramente no me gustaría que todo lo escrito hoy, se borre con el codo mañana, tal como pasó con el Syrah sanjuanino (y con tantos otros vinos). Por eso mi visión del Cabernet Franc es mucho más medida y menos auspiciosa.

Hace tiempo que existen exponentes con pretensiones en el mercado, tales como el Pasionado (Andeluna), el Angélica Zapata (Catena Zapata), el Marcus Gran Reserva (Humberto Canale) o el Henry (Lagarde), entre otros. En realidad estamos hablando de vinos que existen hace aproximadamente diez años (aunque no en todas las cosechas). Algo que en vinos no es tanto tiempo, pero que para nosotros significa un siglo, ya que nuestra evolución va muy rápido. Ahora bien, en diez años no varió mucho la oferta. Tampoco es que se empezó a utilizar mucho más en blends, ya que como bien afirmaba el otro día Alejandro (Pepe) Martínez Rosell en la presentación de su flamante Casa Boher Cabernet Franc 2012 ($120), se utiliza hace muchos años. El tema es que hasta los 80 ´ no estaba bien identificado y se lo solía  confundir con su primo Cabernet Sauvignon. Es decir que durante años disfrutamos vinos con Sauvignon que en realidad tenían Franc. Pero ese problema ya quedó atrás. Hoy, no hay más de 1000 hectáreas plantadas en todo el país, y cualquiera sea el potencial de dicho varietal, llegar a plasmarlo como industria, puede llevar entre diez y veinte años. Claro, siempre y cuando aparezcan los inversores dispuestos a implantar o reconvertir viñas y a esperar. Algo muy poco probable en la Argentina de hoy.

0000002096_1Claro que esto no le quita mérito alguno a los vinos actuales, y mucho menos a los éxitos alcanzados por ellos. El más resonante es el alcanzado por el Gran Enemigo Cabernet Franc, un vino de $400 aproximadamente. El cual en sus versiones 2009 y 2010 fue el vino mejor calificado por The Wine Advocate. Y si bien esto es un gran empujón; no sólo para los vinos de la bodega Aleanna, sino también para todos los que están haciendo (y los que quieran comenzar a elaborar) Cabernet Franc; yo lo tomo como un llamado de atención. Primero porque no considero que nuestros mejores vinos estén concebidos a partir de este cepaje. Segundo, porque el trabajo de terruño que se viene realizando con el Malbec no es comparable a ningún otro (salvo al del Chardonnay que hace Catena Zapata). Pero hablo en general. Los resultados de los Malbec de terruño no son de una o dos bodegas, son el logro de toda una industria. Y esto ha permitido convencer a los referentes del mundo; y lo que es mucho mejor aún, a los clientes y consumidores. Por eso, es necesario ser muy cautos y consistentes a la hora de comunicar y difundir un vino. Porque un error puede derivar en lo que le sucedió al Merlot; quedar olvidado no por falta de atributos sino porque el “consumidor global” ya no lo elige, culpa de un modismo impuesto por una película (Entre Copas).

Me gusta el Cabernet Franc argentino, me divierte, me parece un tinto entretenido en la boca, con frescura, gracia, agradable expresión y taninos incipientes. Y celebro su uso en blends, ya que es evidente que aporta lo suyo, contribuyendo hoy a muchas de las etiquetas nacionales más destacadas. Y sí lo entiendo como vino. Pero no como tendencia. Porque aún lo veo lejos de los Chinon que se lucen en las mesas cotidianas y tan bien van con los pescados grillados, o de la inimaginables delicadeza y longevidad de un La Fleur (Pomerol) o Ch Ausone (1er Grand Cru Classé, Saint Emilion). No me caben dudas del gran potencial que muestra este cepaje, pero por favor no creamos que es nuestro mejor vino y no lo pongamos a la altura de los Malbec, tiene mucho que demostrar aún. El mundo recién está empezando a creernos; no abdiquemos. Pensemos, trabajemos y disfrutemos a largo plazo. El Franc se puede sentar a la mesa del rey, se ganó un lugar. Pero para reinar, entiendo que hace falta mucho más.

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