Por: Fabricio Portelli
Está claro que a la mayoría de los que disfrutan del vino a diario, los puntajes les importan poco y nada. Sin embargo, a los que lo hacen, a los que lo venden y/o promueven, y a los enófilos, sí. Además, sigue siendo uno de los temas más polémicos por donde se lo mire. Ya sea por quien los otorga, o en donde sale publicado, o si el degustador de turno cató los vinos a ciegas, etc. Lo cierto es que lo importante no es el numerito al final del comentario de un vino, sino la consistencia que dichos dígitos pueden mostrar. Ya que de esa forma, ese dato pasa a ser confiable. Y convengamos que el puntaje de un vino, en todo caso, es una excusa más para adquirir una etiqueta determinada.
Es entendible el revuelo que se arma cada vez que sale publicado un puntaje, más allá del prestigio o dimensión del medio. Pero el problema no es ese, sino la falta de un criterio general. Porque un puntaje o una medalla, supone una calificación. Y sin importar la escala empleada, un vino con medalla de oro, equivale a un vino con más de 90 puntos o con 9 puntos, acá, en los Estados Unidos y en China. Pero lamentablemente no es así, y esto genera confusión en el consumidor.
Yo a esto le llamo falta de consistencia. Básicamente porque las personas que degustamos y calificamos, somos eso, personas. Los profesionales del vino no tienen un lugar específico donde capacitarse, ya que no existe la Universidad de la Cata. Entonces, todo se basa en la intensión, combinado con la experiencia de cada uno. Y si a eso le sumamos lugar, compañía, estado de ánimo (por no decir de salud); las variables se multiplican, y la tan necesaria consistencia general se aleja, al nivel de lo imposible.
Encima está la polémica de degustar o no a ciegas. Sinceramente, la considero necesaria para algunas cuestiones más técnicas y comparativas. Pero si yo tengo que dejar mi huella, necesito información. En todo caso si el degustador “elige” dejarse influenciar por el nombre, el enólogo o el precio, es su problema. Y el más perjudicado, seguramente será el. ¿Por qué? Simple. Porque el consumidor, tarde o temprano, se dará cuenta de “sus preferencias”, y seguramente lo tomará como una traición. Es por ello que al degustador no le queda otra que ser consistente y fiel al principio de ser un transmisor de la calidad, del mensaje y de las intensiones de cada vino, y no de su gusto personal.
Y aquí yace otro foco polémico. Porque siendo humanos, la opinión será subjetiva. Es cierto. Pero se entrena para ser los más objetivo en un mundo subjetivo. Porque en definitiva eso es lo que espera el consumidor; un análisis objetivo que lo ayude a tomar una decisión. Y no una apología del gusto o preferencia, ya que la idea no es que el consumidor se copie y le guste lo mismo, sino que forme su propio paladar. Digo esto porque hay periodistas que promueven sus gustos, y otros que; aún calificando; descreen en los 100 puntos, por considerar que no existe el vino perfecto.
No es necesario dar nombres, porque lo importante aquí es la moraleja o la conclusión que el lector (amante del vino) pueda sacar.
Pero si un vino queda como el mejor de todos en un medio referente a nivel mundial, y al mismo tiempo saca una medalla de bronce en un concurso internacional, el mensaje al consumidor termina siendo confuso. Y lo que es peor, todos los puntajes se relativizan y pierden sustento.
Hace poco un vino argentino obtuvo 100 puntos en la web de un prestigioso wine writer, que además es el principal columnista de la revista de vinos más famosa. También puso un 99 y muchos buenos puntajes. Una tendencia que se está empezando a hacer costumbre y nos obliga a un nuevo análisis.
Según dichas calificaciones, ya estamos a la altura de los mejores. Es decir que ya alcanzamos el límite máximo de la escala. Cabe aclarar que una vez alcanzados los 100 puntos, no significa que sean perfectos, sino que son sobresalientes. Y seguramente entre todos los vinos sobresalientes que estén por llegar, habrá alguno mejor que otro, pero no se les puede poner 104 o 107, simplemente porque la escala no lo permite.
Ahora bien, me cuesta entender y aceptar; más allá de la falta de consistencia general; que realmente estamos tan cerca del techo. Porque si bien no tengo dudas que vamos genial, que aprendemos muy rápido y que estamos logrando muchos éxitos en poco tiempo. También veo que en el camino nos equivocamos, y que en muchos aspectos decisivos, recién estamos despegando; como ser en el conocimiento del terruño o el potencial del Malbec.
Por lo tanto, o somos los mejores y en breve tendremos más vinos 100 puntos que Francia en toda su historia, o nos mantendremos por muchos años más deambulando entre las inconsistencias.
En definitiva, para aquel que quiera disfrutar cada vez más, lo más importante para decidirse por un vino es la información. Por eso no se trata sólo de nombres (personajes o marcas) o números (puntajes o precios); ni de críticas. Sino del buen análisis que se haga de todos ellos.