Por: Fabricio Portelli
Se dicen tantas cosas del vino, pero por suerte no está todo dicho. Falta mucho para eso. Pero sigo sorprendido como aún al vino argentino le faltan amigos. Y con amigos me refiero a consumidores. Porque en los últimos años, el vino ha hecho mucho para acercarse a todos. Lejos quedaron los tiempos en los cuales sólo se lucían algunos pocos cuando se celebraba algo importante. O mejor dicho, se lucían todos y a diario en las mesas nacionales. Pero la evolución nos demostró que aquellos vinos omnipresentes no tenían los atributos de los actuales.
Hoy hay más diversidad y calidad, en todas las franjas de precio. Esto nos permite tener siempre a mano un vino para cada ocasión, sin importar cuánto tengamos en el bolsillo. Y esto antes no pasaba. Además hoy también se luce lo que rodea al vino. El que lo hace, el origen del cual proviene, la vinoteca que lo vende, el restaurante que lo sirve, el sommelier que lo recomienda; todo y todos sacan provecho del gran momento del vino argentino. Pero por qué se toma cada vez menos. Qué le falta para convencer a la amplia mayoría que es la mejor bebida para servir en la mesa. Por sus cualidades naturales, porque simboliza el compartir y porque además nos hace bien al espíritu y a la salud.
Si Roberto Carlos tenía un millón de amigos, el vino argentino debería tener miles de esos millones.
Fríamente podemos sacar algunas conclusiones. El precio es el principal factor de ahuyentamiento de amigos. Después, pará de contar. Porque el vino lo ha hecho todo bien. Hoy, son muy expresivos, y sus pretensiones están muy de acuerdo a sus exigencias. Los top, entendieron que deben ser más entendibles al paladar de los consumidores, y que la complejidad tiene que ver con una mayor expresión real que con una potencial. Porque para que el vino conquiste nuevos amigos, siempre debe gustar. Y luego ganarse el respeto y la admiración. Allí yace otro punto flojo del vino. Si hasta hace poco se servía vino en todas las mesas, pero la gran mayoría del mismo no podíamos mostrarla al mundo. Hoy, que evidentemente lo hacemos muy bien, y que nos enorgullece compartirlo con cualquiera, por qué falta en tantas mesas. ¿Antes se lo respetaba y ahora no? o ¿todavía no aprendimos a respetarlo?. Yo creo que ambas. Porque antes, se respetaba lo que teníamos. Luego le perdimos el rastro, y algo la industria tiene de culpa. Porque cuando abandonó la cantidad en pos de la calidad (gran acierto), salió a buscar y a conquistar a los beberos internacionales, y dejó de lado a toda una generación local. Esto incluye hacer vinos, durante varios años, a pedido. Es decir, de acuerdo a lo que el paladar del comprador de turno sugiriera. Así nacieron los vinos de “calidad de exportación” que llegaron a nuestras góndolas a principios de siglo.
Hoy, todo cambió. El vino es la bebida nacional por ley y eso hay que honrarlo. Los que lo hacen, ya empezaron. Porque se dieron cuenta que no hay que buscar lo que le guste al otro, sino hacer el mejor vino posible de acuerdo a las intensiones del bodeguero, pero por sobre todo al suelo donde nacen las vides. Ahora es el turno de los que lo tomamos, porque el vino nos necesita. Seguro que muchos tiene amigos que lo ven pasar de costado, o simplemente lo ignoran. Empecemos con ellos, compartiendo un vino. Y dejemos que el vino haga su trabajo, los contagie con su magia y los convierta en sus nuevos amigos.