Por: Mauro Gago
Si uno tuviera que destacar a aquellos seres de la Mitología Griega que poseían cuerpos con una combinación de anatomía animal y humana destacaría seguramente al Minotauro, a los sátiros, a las sirenas, a los centauros, entre otros. Pero en esa selección de personajes dejaría de lado al hombre lobo con justa razón, ya que el célebre mito del hombre que se transforma en lobo se caracteriza por la no convivencia de ambas humanidades a un mismo tiempo, es decir, o es hombre o es lobo según el momento de la metamorfosis, a pesar de que ese lobo esté completamente ergido. En ese sentido, la leyenda del hombre lobo ha estado relegada entre los mitos griegos y ha aparecido en otras fábulas más cercanas a la era moderna (y tal vez en la Edad Media), ligado principalmente a otros seres aterradores como Drácula y Frankestein, por citar algunos ejemplos. Sin embargo, como no podía ser de otra manera, la superstición tiene su recóndito origen en la Mitología Griega, a tal punto que la propia palabra licantropía (habilidad de un hombre de transformarse en lobo) proviene del nombre de un antiguo rey de la Arcadia, llamado Licaón.
La historia de este perverso rey tiene relación con el Diluvio Universal que, como vimos en otras publicaciones, tiene como héroes centrales a Noé para la mitología hebreo- cristiana y a Deucalión para la griega. Lo cierto es que Zeus (de la misma manera que Dios) venía pensando seriamente en destruir a la humanidad por sus crímenes atroces, pero antes de tomar semejante determinación, decidió bajar hasta la tierra para comprobar o darles una última chance a los hombres. Fue así como descendió hasta la Arcadia, famosa por sus crímenes, disfrazado de un hombre mayor simulando solicitar hospitalidad, gratitud inmensamente respetada entre los griegos de entonces. La sorpresa de Zeus llegó cuando aquellos inteligentes hombres se dieron cuenta de su verdadera identidad. Éstos ya se disponían a rendirle homenaje cuando el rey Licaón los llamó a una secreta conversación para contarles que él mismo comprobaría si ese hombre andrajoso era efectivamente un dios. En efecto, su idea era preparar un gran banquete en “honor” a ese mendigo en el que se serviría carne humana de un prisionero del reino y demasiado vino como para que el invitado se durmiera y poder así asesinarlo con el objetivo de corroborar o no su inmortalidad divina. Pero como dios que todo lo prevé, Zeus presintió los horrorosos planes de Licaón y de esta manera se convenció de la maldad de los hombres y ponerle un punto final a su existencia. En ese preciso instante, incendió el palacio y sus habitantes murieron incinerados, con la excepción del rey, al que el sumo dios tenía preparado un castigo especial: luego de que Zeus lo mirase fijamente a los ojos, lentamente fue convertido en lobo.
“Y, ¡oh prodigio! Sus vestidos se convirtieron en velluda piel, sus brazos y piernas en patas. Apareció el lobo de pupilas fosforescentes, de aspecto feroz, de maneras violentas” (Las Metamorfósis, Publio Ovidio, Libro I, Capítulo II)
A partir de los actos “inhumanos” de Licaón, Zeus decidió dar rienda suelta al Diluvio Universal, con lo cual la humanidad había visto durante esa nefasta jornada la última luna llena hasta el nacimiento de una nueva generación de hombres, que sería encarada por Deucalión. Hete aquí la credencial probatoria de que el hombre lobo adquiera su forma bestial durante las noches de luna llena…
De esta manera, el mito de Licaón representa metafóricamente la maldad de los hombres y su aspecto “feroz” cual lobo, mientras que su nombre sirvió para designar aquel acto fantástico de metamorfosis con la palabra “Lica-ntropía”. Asimismo, la leyenda de este rey de la Arcadia dio inicio a las distintas fabulas posteriores que hicieron, de este engendro aullador, un personaje tan famoso…