Nacemos siendo un manojo de impulsos desorden e inestabilidad. La cultura, la sociedad -encarnada en principio en esos primeros cuidadores que son los padres- nos va ordenando, “organizando” en ese caos que somos de origen. Así entran las normas y coordenadas de comportamiento, medio a la fuerza, que le vamos a hacer. Llegamos a un mundo que ya está traccionando, y nos tenemos que adaptar; mucho, no tanto: pero un grado de adaptación es necesario para la socialización. Después, bueno: es la suerte en dónde caemos, y “la forma” en que nuestros “cuidadores” intenten insertarnos en esas normas sociales.
No llegamos al mundo con autocontrol o regulación de esos impulsos, pero es un objetivo lograrlo ¿Por qué? Porque sin ello sufrimos mucho, pues la realidad, y funcionar en ella, precisa que tengamos un orden interno y una administración de nuestros pensamientos, actos y emociones. Funcionar pasando de los impulsos a los actos (si en el medio no metemos la razón, el pensamiento) en general, genera problemas. Y digo “en general” porque también es cierto que ciertas conductas valoradas por la gente, necesitan de un grado de impulsividad o arrojo. La sociedad gusta de la valentía, de personas con cierto nervio para hacer algunas cosas o actos. Pensar desmedidamente todo, y no accionar, es algo patológico también. Pero lo cierto es que tener cierta “estabilidad” y equilibro es un punto de llegada, habla de cierta madurez alcanzada.
Perder el control, ya sea retando a un hijo, o yendo demasiado lejos en una discusión de pareja, o con un jefe; o en una pelea de tránsito, produce daño a uno mismo y a la sociedad. Por supuesto que una “sobreadaptación” al mundo y sus normas (podemos llamar a eso “NORMOPATIA”( a una adaptación a las normas “patológica”, desmedida) tampoco es un buen camino: porque ese “estar tan aferrado” a la norma, nos priva de muchos disfrutes que están más asociados a cierta…-como decirlo- ¿desprolijidad? Y, por supuesto, que también nos reduce la capacidad de pensamiento: pues el verdadero pensamiento -el propio, el creativo- siempre es destituyente y un poco “anormal”. A ver: para ser libres (en el sentido amplio del término), hay que ser un poco anormales. Si pensamos permanente en esa tribuna que observa si estamos o no “en norma”…estamos fritos amigos. Ustedes fíjense: la acepción más interesante de la palabra “anormal” es: “raro, infrecuente…indeseable…” el tema es para quién lo es. Lo cierto que “la normalidad” puede transformarse en una seria amenaza para la salud mental, nos reduce, nos encapsula la subjetividad, puede ser “el cepo” más lacerante para una persona.
Casualmente, son los Normopatas (los hay en diferentes grados) los que muchas veces de tanta adaptación, tanto acumular enojos y reacciones, un día, explotan, y generan grandes destrucciones internas o externas. Es sano tener enojos, incluso sentir odio alguna vez, no es algo que esté mal, pasan cosas, injusticias, descuidos de los otros para con uno y tenemos que poder marcar esas cosas que nos hacen mal. El tema es sacar esos enojos a cierto volumen, aprender a dosificar los estados emocionales; sino, ya estamos en la violencia, y eso destruye, a otros y a nosotros mismos, y no resuelve nada, no resuelve conflictos. Por supuesto que los que los inadaptados extremos, los sociópatas y psicópatas destruyen más, pero eso lo dejo para otro texto.
Por estos días se estrenó “Relatos Salvajes”, que habla de todo esto. El film carece absolutamente de originalidad y todos los personajes son estereotipados hasta la ceguera. Son decenas las películas que han planteado ese esquema. Puedo citar solo la inolvidable “Un Día de Furia”, con Michael Douglas. Pero de todas maneras la película tiene su valor (acaso el único, más alguna buena actuación) por el solo hecho de seguir mostrando el cómo la sociedad moderna fabrica sistemáticamente sujetos y reacciones de ese tipo. Hay mucho maltrato social, de las empresas hacia los usuarios, de la gente hacia la gente; del estado hacia los ciudadanos. Entonces, los grados de impotencia y las reacciones desmedidas empiezan a aumentar. Ante la mas mínima frustración, ¡bomba atómica! La gente se identifica con los personajes del film, hace catarsis, y la cosa funciona 10 puntos.
El punto es que es central tener las riendas de nuestras emociones conductas y pensamientos. Y esto nos hace más grandes en lo que hacemos, habla de cierta tolerancia a la frustración.
Hoy fui a hacer la verificación policial de mi auto. El hombre que mira con su linterna el número de motor y chasis anotó no una, sino dos veces mal los números. Tuve que volver- dos veces-… ¿Increíble verdad? El hombre que tiene que certificar que el coche está en regla, me lo estaba dejando “fuera de la ley”. Ya en la segunda vez, y ante la no disculpa e indiferencia y tedio del amigazo, y frente a su dejadez generaliza, estaba bastante enojado realmente. En mis fantasías ya había inventado un método de cómo meterlo en una licuadora. Pero no: expresé cierto enojo con el hombre -por supuesto- pero pensé sólo en lograr el objetivo y en irme. Escribí una queja y listo. Si yo me hubiera dejado llevar por la actitud casi violenta del sujeto y por mi indignación -que estaba justificadísima- la cosa hubiese terminado mal. Pero no: opté por el autocontrol y dejar la licuadora para los jugos de fruta y por no tomar el asunto como algo personal; dejar mi queja, decirle algo firme pero no violento, e irme.
En situaciones como estas se ponen en juego decenas de mecanismos de regulación de los pensamientos y los actos. La situación era: una frustración, enojo… y qué hacer con esa situación y con ese sano enojo. Eso mismo pasa con todo: en el amor, en el trabajo, en una actividad que nos gusta. Es “saber qué hacer” con las frustraciones. En todo esto que cuento, la familia primaria es central. De allí salimos con o sin autocontrol.
Estamos en la era del descontrol, vale todo, y todo ya. Por eso tanta adicción, depresión, y patologías del impulso. Faltan padres, instituciones y cuidadores que instalen bien las normas mínimas para la autorregulación individual y social. A padres con control de los impulsos y regulación de emociones, hijos igual. Aprendamos el arte de drenar las tensiones antes de que se acumulen, a sacar los enojos antes de que se transformen en ira. La sexualidad, el deporte, son vías más que aptas para regular las tensiones, entre otras. en cuanto a lo anterior: los chicos imitan, copian. Hay miedo a poner límites a los pibes, a los adultos, mucho miedo a confundir autoritarismo con autoridad. Los niños van recortando su personalidad a partir de ir tanteando y peleando con esos límites. Arranquemos pos allí, por ellos, son el futuro.