Niños atrapados en la irresponsabilidad adulta

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En el amor hay conflictos, siempre. Y ni hablar cuando hablamos del amor de pareja. Es lo más lindo de la vida, sí, pero allí donde se desatan pasiones, donde hay sexualidad directa, en donde hay proyectos, siempre va a haber dificultades; es inherente al ser humano. La unión de dos personas es el ensamble de dos historias, de dos tribus, con códigos diferentes, con valores y formas disímiles. Las tensiones aparecen. Pero casualmente, en ir superando esas tensiones y conflictos del amor, es que vamos aprendiendo a amar, comprendiendo que no es algo ideal todo ese mundo. Pero más allá de esto que digo, hay amores que son destructivos, enfermos, que se sostienen sólo en la complementariedad de lo peor de cada uno de los sujetos que integran esa pareja: vínculos que están “vivos” sólo por estar vibrando en el conflicto, en la  agresión y descalificación, en las idas y  vueltas… “Y bueno, cada uno hace lo que puede”, dicen por ahí. Es cierto, pero cuando hay hijos…

niñossss

Cuando hay hijos todo -pero absolutamente todo- tiene que repensarse, resinificarse; porque todo lo que hacemos o dejamos de hacer va a influir sobre esas personitas que están en proceso de construcción de su mundo biológico y anímico.

Ser padres responsables es entender que la salud mental de nuestros hijos está por sobre nuestro narcisismo, nuestros enojos, odios rencores, despechos. Somos humanos, naturalmente podemos experimentar esos sentimientos pero, casualmente, ser responsables como padres es entender que no podemos trasladar eso a nuestros hijos. Los niños están a nuestro cuidado, no pueden decidir por sí mismos dónde estar, qué escuchar, qué ver, qué modelos seguir… Siguen e imprimen en sus psiquismos lo que ven en nosotros.

Nuestra tarea es preservarlos de todas las pasiones que puedan desatarse en el territorio de una ruptura, de una separación, de un conflicto transitorio de pareja. Tenemos que hacer el mayor esfuerzo (el mayor) en cuidarlos de eso. Los niños no tienen y no deben ser un instrumento de nuestro odio, no tienen que tomar partido de uno u otro progenitor en un conflicto, no tienen que presenciar (o escuchar) el maltrato, la violencia y los límites que se puedan llegar cruzar producto del odio. Si hay niños, tenemos que hacer un esfuerzo desmedido por poder controlar esas pasiones y no trasladárselas a ellos. Esto es así, sin debate, no todo es relativo, esto tiene que ser así: hay que reducir lo más que se pueda todo eso, siempre. Hacer el mayor esfuerzo para que eso no ocurra por que produce daño, “corta la bocha”, como dicen por allí.

Los niños no tienen el capital simbólico ni la madurez emocional para metabolizar, significar y entender eso que ven o que sienten, todo eso no se va a poder inscribir sanamente ni entender y, por ende, va a ser traumático siempre. Porque los niños cuando ven violencia o reciben violencia directa (en cualquiera de sus formas), no pueden comprenderlo: se llenan de terror, no pueden defenderse, no quieren “traicionar” a ningunos de los dos padres,  sienten que tienen que tomar partido por el “aparentemente” más débil,  pero su la vez, quieren mantenerse neutrales, pues no quieren perder el amor de ninguno de los dos. Ni de los familiares implicados en las escenas familiares. En la mente infantil, esos debates generan enormes angustias y síntomas, es una situación realmente insoportable y confusa para ellos.

Entonces: los niños captan todo, desde bebes ya todo. Que no lo puedan poner en palabras, no significa que no “sepan” lo que ocurre. Lo expresan en síntomas, en sus dibujos, en sus juegos, lo saben,  por más que no lo puedan verbalizar. Aparte, y fundamentalmente, todo eso va a traer enormes dificultades en la vida adulta.

Por otro lado, no olvidemos: los niños tienen sus derechos, y ni hablar , por ejemplo, en cuestiones de identidad. Yo les aseguro, si ustedes le preguntan a un niño de uno, dos, cinco años, si quiere que se sepa públicamente  acerca de la incertidumbre que hay con respecto a saber de quién es hijo, el niño diría: -“no, prefiero que eso quede en el ámbito de lo familiar, de lo privado, y no que se haga público”. Sin duda que respondería eso. Por supuesto que también tiene derecho de saber quién es su padre biológico y del corazón, pero el derecho a que eso quede en el ámbito intrafamiliar es tan fundamental como el otro. Pero es más: tiene el derecho -lo digo en el territorio simbólico y legal- a que así sea; pero ese derecho lo tenemos que hacer valer los adultos que muchas veces somos, casualmente, quienes lo publicamos en todos lados.

Ese niño circula y seguirá circulando por un mundo muchas veces cruel con ese tipo de información, un mundo en donde todos van a saber algo de él que él no sabe o simplemente él no va a saber lo que la gente sabe de él. Y eso es injusto e inaceptable. Por amor, por los derechos civiles del niño, es un gran atropello de parte de los adultos dar a conocer ciertas cosas de una persona, un niño en este caso.

Una pavada para muchos quizá: hace mucho tiempo, estando con una gente amiga -éramos seis personas-, una mamá en un momento dice, delante de su hijo de ocho años: – Bueno, ahora estamos con el tema de que -y mira a su hijo- Miguel se está haciendo pis en la cama. El niño se puso colorado, se sentía avergonzado de que eso se diga públicamente. Fue sutil el asunto, pero el niño se incomodó. Bueno, es nada en relación a todas las cosas que veníamos mencionando, pero ¿saben qué? El niño tiene derecho de que eso quede en el territorio intrafamiliar, más los médicos o psicólogos tratantes si los hay. Uno puede contar eso a los amigos, a los seres queridos, uno habla de los hijos siempre, de lo que les pasa,  no hay cosa más linda; pero ese tipo de información, no delante del niño en público.

Pero volviendo al tema: los adultos podemos volver de ciertas cosas, hasta tenemos derecho a destruirnos la vida si queremos ¿Por qué no? pero ellos no pueden decidir, no pueden “hacer con eso” que sucede, no pueden defenderse. No naturalicemos la crueldad hacia los niños, somos humanos, podemos cometer un error tomados por el odio y los enojos, pero si es así, reparemos y apréndanos de la experiencia, y no repitamos conductas que los dañan.

No planteo una vida intrafamiliar en donde todo sea color de rosa, el mundo no es eso: los niños pueden presenciar esas peleas cotidianas e inofensivas del amor adulto, lo que taxativamente no pueden presenciar es el odio, la mala leche, la venganza… Esos sentimientos son la gran peste pandémica del mundo, no se los tenemos que enseñar, eso destruye, jamás construye.

Seamos cuidadosos. Los niños son ellos mismos, pero también son el futuro, son “nosotros en el mundo cuando ya no estemos”. Antes de trasladarles el odio, el rencor, de hacerles daño con relatos culpabilizadores,  “con todo lo que hice por vos y ahora apoyas a tu padre”, o de ponerlos como instrumentos del odio o ventilar algo sobre su intimidad, mirémoslos a los ojos, miremos la cara de nuestros hijos, la transparencia de su mirada, no saben qué carajo hacer con todo eso, con esa toxicidad que a veces tenemos los adultos, no lo pueden elaborar,  sólo enfermar y limitarse la vida. Despertemos, hay muchas formas de maltrato hacia ellos, los niños primero, siempre. Veo mucha violencia hacia la infancia últimamente, tema que debe preocuparnos de verdad.

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