No hace mucho tiempo, miles mujeres en el mundo empezaban a luchar por la igualdad entre los géneros. Peleaban por sus derechos, por nuevas leyes, en las diferentes instituciones por donde transitaban. Se ha logrado bastante, falta: aún tenemos muchos flagelos sociales que están sostenidos desde cuestiones de género: pero estamos mejor, la meta anhelada está cada vez más cerca. Las cosas llevan su tiempo en este tipo de transformaciones, son miles de años de desigualdad, eso no se da vuelta fácilmente. El mundo tracciona así. Nosotros mismos -pensemos- lo que nos cuesta hacer cambios, el tiempo que lleva, todo es muy lento.
Ahora bien, algunas de aquellas luchadoras, en su momento, tomaban caminos destructivos socialmente; pues consideraban que para lograr algo, tenían que ir “contra los hombres”, contra el género opuesto, contra el mundo: como lo hacen los adolescentes, que para diferenciarse y ser ellos mismos van “contra”… lo que sea. Pero lo importante es que así surgieron las versiones más violentas del feminismo, en donde todo era resentimiento y reacciones desmedidas. Para quien escribe, cualquier forma de feminismo o machismo -leve, moderado o severo- no aporta nada, como cualquier “ismo”; son posiciones dogmáticas, fundamentalistas: y todo eso limita el pensamiento, lo empobrece, y genera violencia social.
Con la cuestión de la identidad de género, mucha gente está volviendo a confundir el camino, como lo hicieron en su momento algunas feministas. A ver: considero que una parte importante de la población mundial ya acepta y entiende a las personas que han elegido un género diferente al que dicta su anatomía: la gente está empezando a comprender el sufrimiento, el maltrato, la discriminación, el hostigamiento y la crueldad que ha gatillado siempre “el diferente” en estas cuestiones , pero es más, extendamos esto a otras áreas; a personas que tienen prácticas sexuales no convencionales, o una religión diferente a la de uno, o color, nacionalidad, etc. ; los seres humanos somos heterofóbicos, rechazamos, agredimos, atacamos y tenemos cierta “fobia” a “todo lo hetero” (diferente): y considero que tenemos que rechazar siempre cualquier tipo de crueldad, de prejuicio, o mal trato, son la gran peste de la humanidad. Por eso a mí, a esta altura, ni siquiera me cabe ya hablar de violencia de género, de violencia infantil: prefiero hablar de violencia a secas, en cualquiera de sus formas, todo destructivo para el tejido social. Por supuesto, los movimientos en la historia siempre tienen algo de pendular, fueron muchos años de discriminación, maltrato y exclusión; pero nada justifica la violencia ni la falta de razón para abordar estos temas.
En general somos naturalmente violentos, hacia el planeta, con los animales, con el otro. Es así, lo regulamos vía contrato social, pero “eso letal”…está dentro nuestro; como también -por supuesto- podemos amar y bien tratar, ser solidarios, ser generosos, compartir amistad…y decenas de cosas buenas. Es una lucha de fuerzas el asunto, a nivel social e individual. En función de cómo cada uno haya sido criado, y de las posibilidades que a cada quien le hayan tocado, es que somos más destructivos que constructivos, y viceversa.
Volviendo a nuestro tema: tengo la impresión de que muchos de los que están luchando por esos derechos, están tornándose personas intolerantes, con reacciones muy desmedidas ante cualquier situación. La ansiedad, las malas maneras, la falta de grandeza para entender que los procesos sociales (lo muestra la historia) llevan su tiempo, la prisa: el querer que sea “todo ya”…no suma y es, por sobre todo, una posición infantil, o por lo menos, inmadura: nada es “todo ya”. Los niños quieren “todo ya”, sí, pero los padres vamos educando en que eso no es posible en el mundo real. Porque toda esta frecuencia espantosa de escraches públicos, de ataques, de cyberbullyn a personas que se equivocan en un artículo o palabra; o las reacciones violentas cuando alguien dice algo que no es lo que los fanáticos quieren escuchar…sólo está destruyendo la fuerza transformadora de una sociedad, y se están empobreciendo todos los debates públicos sobre este tema. No se está pensando.
Cierta vez, una chica travesti me dijo algunas cosas piolas que me terminaron de confirmar en mis posiciones: que lo anatómico no determine la identidad de género, no significa que la anatomía no exista. Esta paciente me decía que ella estaba orgullosa de sus genitales masculinos, y de poder usarlos como lo que eran más allá de que ella siempre había respirado la realidad desde una posición femenina, como mujer; y que se sentía mujer, ¿se entiende? Ella también me comentaba que la ley ya le permitía ser, decirse, circular por las instituciones y tener derecho a ser nombrada y a presentarse como mujer, pero (textual) – Gervasio, no soy tonta, no puedo tener hijos por vía biológica, no tengo ovarios, mis pechos son de goma, si no me hago “la definitiva” soy un oso, soy un “como sí”, me siento mujer, y ahora, con la ley, soy más feliz, ahora soy yo-. Esto me lo decía con humor, era una persona muy inteligente y de una gran lucidez; muy sufrida: obviamente había sido objeto durante toda su infancia y adolescencia de muchísimo maltrato, nuestro trabajo estaba muy orientado a curarla de ese pasado de tormento. Pero lo más interesante es que quizá, otra persona, de sus mismas características, nos podría decir otra cosa: como que quiere sacarse los genitales…o puede estar peleada con sus rasgos anatómicos masculinos, en fin, hay muchas variables en cómo cada quien vive estas cuestiones.
Lo que quiero decir es que hoy, los salvajes de la palabra, los escrachadores, los nuevos fundamentalistas, están haciendo lo que en su momento hicieron las feministas virulentas: reaccionar, agredir e ir…contra todo, y eso genera sólo ruptura, obturación de la palabra, violencia y resentimiento. Y, compañeros, querer ser políticamente correctos, “progres”, se nota, se ve: y les digo más, muchas personas, por sobre todos periodistas y gente del medio, están con miedo de criticar algún punto sobre todo esto; temen que las diferentes comunidades que luchan por estos temas les salten al cuello. La vez pasada, una persona me decía: – yo también considero que a un niño de seis años no se le puede dar un cambio de género, pero mirá: cada vez que hablo, me atacan, no toco más el tema puntual. Y así muchos: con las cuestiones de género decenas de personas están tomando ese camino, se los aseguro, o no hablan o dicen cosas que realmente no piensan ni sienten.
Intergénero, transgérero, intersexualidad, homosexualidad, gay, bisexualidad, lesbianismo, travesti, trasnsexualidad…gente: las diferencias, las formas correctas de ir nombrando las cosas; el hecho de que se está incorporando todo un nuevo mundo simbólico…lleva tiempo de metabolizar. Y, les digo, toda esa nueva “wikipedia” de rótulos y nombres nuevos”, a mí, me importan poco. Como psicólogo y comunicador de medios, lo tengo que aprender, si claro: uno tiene que informar, pero son nada para mí. Yo no pienso la realidad con rótulos, ni tampoco las personas que son “diferentes” se hacen tanto problema por eso. Viven su vida y listo. La ley está, sí, ya llegó: pero si ustedes ven la historia del hombre sobre la tierra, primero viene y se instala la norma, y luego nos vamos adaptando a ella.
Paciencia, no pasa nada, es poca la gente que va en contra de los cambios de paradigma. El mundo está cambiando, la institución familia está mutando, se está metamorfoseando. Ya hay variables. Pero no podemos seguir con este grado de violencia ante estos asuntos, desde allí, no se construye, nada. Yo trabajo y he trabajado los últimos 15 años con decenas de personas con diversas identidades, cerradas, mixtas, homo, trans… lo que se les ocurra. Me considero un estudioso de lo que pasa por la cabeza las personas (de hecho es mi vocación) y, desde mi práctica profesional, me dedico a dar herramientas para que estas personas superen la “mirada del otro” y tengan una vida como la de cualquiera; y creo, realmente, que no tengo ningún prejuicio. Pero, por ejemplo, estoy taxativamente en contra de que se le cambie un DNI a un nene de seis años. Me parece un acto de profunda violencia hacia un niño, hacia la infancia en general, y de un profundo desconocimiento de lo que son las capacidades, las posibilidades emocionales, cognitivas y subjetivas que puede tener un niño de, por ejemplo, cinco años. Hacer algo así, es pensar a un niño desde una lógica de adulto. ¿Eso me hace retrogrado? ¿Cerrado? ¿Homofóbico? No, eso me hace pensante, y tengo al menos, trescientas razones (teóricas y prácticas) para argumentar el por qué considero que eso es un acto casi infanticida.
Por supuesto que no lo puedo explicar en un minuto en un programa de tv, pero lo intento cada vez que surge el tema. Y lo digo, en los medios, en las charlas de café, en mi consultorio cuando he tenido algún caso. Y sí, vienen agresiones, que por supuesto siguen de largo, porque la infancia, queridos, es sagrada, y siempre tenemos que tomar posición cuando consideramos que se la daña. Brevemente: en esos casos, deciden los padres, o el estado, que da el cambio de identidad, pero nunca el niño, pues no está en condiciones para hacerlo. Pero, sin embargo, un grupo de personas, en teoría pensantes, ha dado ese DNI. ¿Por qué ocurrió esto? Por el fanatismo, por la pasión desmedida que nubla siempre la razón y genera excesos destructivos, por un puñado de militantes que se dogmatizaron y se olvidaron de lo que es un niño. Y así las cosas. Seamos libres, lo demás nada importa… decía San Martin. Si claro, pero ser libres es cuidar las formas, es hablarnos bien, es decir el contenido de nuestro mensaje de buena manera, porque si no, lo que queda, es la mala forma, el mal modo, y no el contenido de lo que decimos. Y considero que todo este clima de tensión y crispación, está haciendo retroceder este sano debate y los avances de la sociedad en estos temas. Así es nuestro querido país, siempre pirotecnia, siempre una lucha feroz entre “la razón” y “la pasión”. Eso está bueno algunas veces, pero es lo mejor y, muchas veces (como en este caso) lo peor de los argentinos.
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