Recordar es el mejor modo de olvidar. (Sigmund Freud)
Hoy vamos a hablar del duelo. Pensar este tema es tocar la cuestión del fin de la vida, cosa que no es muy placentera para nadie; pero bueno, tenemos que poder abrir estas temáticas pues -nos guste o no- son parte de esta experiencia de existir. A los psicólogos, a veces, nos tocan la puerta seres desgarrados por ese estado; personas a las que se les hace demasiado duro todo este asunto, gente que ha sido superada por ese dolor y pide una ayuda.
Hoy Intentaré explicarles qué es el duelo, qué veo yo en todo esto. Entonces: entendemos por duelo a la reacción emocional, yo diría casi física, que experimentamos ante la muerte de un ser amado. Aclaro que hay tipos diferentes de duelos, por separaciones, pérdidas de trabajo, de ideales; pero hoy voy a tomar únicamente aquellos en donde lo que se pone en juego es la muerte de un ser querido.
Duelo viene de la palabra dolor, es una obviedad, pero es importante subrayarlo, pues la reacción afectiva que se pone en juego allí es casi física. Es decir, es un tipo de estado más asociado a los dolores del cuerpo que a sensaciones como la tristeza o la angustia o cualquier otro tipo de estado de ánimo en donde el asunto pasa más por lo mental o lo psíquico. Entonces: ciertos estados emocionales -a veces- nos superan; los seres humanos podemos metabolizar lo traumático, los acontecimientos intensos e fuertes hasta cierto punto, pasado determinado umbral, y cuando lo que duele es “el alma”, (así me decía una persona, desconsoladamente, en estado de duelo: “es el alma lo que me duele, licenciado, ¡el alma!”), es así. No hay modo de explicarlo, de simbolizar algunas cosas de la vida. Era la única palabra que encontraba para expresar ese inmenso e inconmensurable dolor. Pensemos por un minuto lo siguiente: el otro, al que se quiso tanto, se va; no existe más dentro del mundo de lo material. Ya no está aquel con el que, hasta ayer, compartíamos nuestra vida cotidiana, nuestras alegrías, nuestras angustias, nuestro entorno social, nuestra historia; simplemente, un día, no está a nuestro lado.
Es fundamental que podamos comprender que lo que se produce realmente es un desgarro. Sí, cuando el otro se va es como si arrastrara una parte de nosotros. Y no cualquier parte: casualmente aquella asociada al mundo de los afectos, el más intenso y real de todos los mundos. Por supuesto que los vínculos humanos son muy complejos y que muchas relaciones afectivas tienen componentes de bronca o de sentimientos inconscientes cruzados; todo esto también puede despertarse en un duelo. Pero me interesa pensar con ustedes aquellos en donde el afecto “predominante” hacia el que se ha ido, es de auténtico amor humano.
Cada persona los “vivencia” de maneras diferentes, y es central respetarse en la forma que cada uno hace su propio duelo. Pero se pueden establecer ciertas coordenadas comunes. Lo primero que ocurre es que el mundo, con todo lo que hay en él, se vacía un poco de sentido; el sujeto retrae toda su energía- libido- sobre sí mismo; se genera una desconexión de la realidad, como si lo que estuviese sucediendo fuera un sueño en donde eso…no ha pasado. Es un mecanismo de defensa útil y necesario en un primer momento, el impacto es muy grande, es muy “increíble” ( J. L Borges trabajó mucho lo “increíble” de la muerte) . Esta reacción, es una suerte de desmentida del acontecimiento. Esa desconexión de la realidad y la negación de la pérdida son naturales y hasta cierto nivel normales. Casi en simultáneo a ese primer momento, puede empezar (a veces no, cada cual reacciona a su forma) el dolor en sí mismo, el estallido de ese dolor, con sus modalidades de descarga: llanto, bronca, impotencia, quizá odio, ternura, o hasta lo humorístico, etc. Luego se va atenuando, con el paso del tiempo y va apareciendo un sentimiento de tristeza y nostalgia un poco más suave.
Ahí empieza todo el trabajo interno que se pone en juego en los duelos. El otro que se va, que deja ese espacio vacío, nos impone la tarea de recordar. Momentos, imágenes, vivencias: ahí es donde pensamos permanentemente en el que se fue. Vamos reconstruyendo esa historia vincular y así nos vamos aliviando e interiorizando a ese otro que ya no está… en nosotros mismos; en ese punto aquel siempre sigue con nosotros, y eso no es malo o patológico. El que no está puede seguir acompañándonos desde un lugar positivo, toda la vida. Llantos, fantasías, sueños, hasta podemos reír por un recuerdo. Son varios los mecanismos de reparación que se ponen en juego para ir aliviándonos en nuestro dolor. Luego vendría como una última etapa en donde volvemos a conectarnos con la realidad, ya sin el que no está y empieza el trabajo de aceptación. Que puede no llegar, es ahí en donde aparecen los duelos patológicos que se eternizan en la gente. También puede pasar que personas se quedan congeladas en ese primer momento defensivo en donde se niega la perdida, reprimen el acontecimiento y el dolor asociado a esa perdida, y es ahí en donde a veces hablamos o decimos “vos no hiciste el duelo por tal persona”.
Pero más allá de esos casos particulares, lo importante es que podamos entender que las pérdidas forman parte de la vida y que tenemos que poder transitar los duelos. Pero ojo: también tenemos derecho a hundirnos, ¿por qué no? a hundirse un poco para luego emerger fortalecidos. Ustedes vieron que a veces muchas personas empujan al duelante a seguir para delante, pero sin entender que eso lleva su tiempo. Vivir es -también- pasar estos momentos. Hay que trabajar mucho la aceptación de que es así. Se puede pedir ayuda si realmente sentimos que no podemos solos con ese auténtico, sabio y necesario estado afectivo que es el duelo. Lo que yo veo, luego de muchos años de acompañar personas en estas situaciones, es que los seres humanos tenemos una gran capacidad para reponernos de los acontecimientos duros o traumáticos y seguir viviendo, disfrutando todo lo lindo -que es muchísimo- que nos da este juego que llamamos vida.