Semana del Prematuro

#MamáPor2

Tuve la suerte de que mis hijos nacieran casi a término. Digamos que zafé de la incubadora por un pelito. Gracias a Dios y a los médicos (especialmente a mi obstetra, Federico Del Giudice),  mis mellizos aguantaron en la panza hasta que tuvieron la maduración necesaria para ver la luz.

No fue fácil. Desde el cuarto mes ya querían salir y me tuvieron que hacer un cerclaje de urgencia (unos puntos en el cuello del útero). Además, estuve  internada dos meses y medio  porque desde la semana 26 las contracciones eran cada vez más frecuentes y sólo se calmaban con medicación intravenosa (léase, estuve infinitos días con suero). Finalmente mis bebés nacieron en la semana 36, pesando 2.500 y 2.800 y, cuatro días más tarde, me los llevé a casa. Un final muy pero muy feliz.

Durante mis eternos días de sanatorio conocí historias  estremecedoras. En la misma cama donde pasé 70 días casi sin moverme estuvo también postrada la mamá de Enriquito, un bebé que nació con seis meses de gestación y que estuvo más de tres meses en incubadora.

“Mínimo, como mi mano”, lo describía la enfermera, quien me contaba cómo esta frágil personita de medio kilo padeció infecciones y operaciones varias hasta que un finalmente un día recibió el alta “con una capita de Superman” que le puso su mamá.

A veces, cuando estar acostada ya era insostenible,  dejaba la puerta abierta del cuarto y veía el mundo pasar. Todos los días a la misma hora veía a la misma chica. Me enteré que su hijita se había adelantado diez semanas y estaba internada en Neonatolgía. Terminé entablando con ella una amistad casual pero muy intensa.  Hablamos mucho del martirio que significaba tener a su bebita internada, entubada y llena de cables, tan vulnerable. Lloraba cada noche cuando se despedía de su pequeña, festejaba cada gramo que sumaba a su cuerpito. Fue un proceso durísimo. Hoy, con un año y meses, pesa casi quince kilos, todo un milagro. Como tantos otros bebés prematuros que salieron adelante convirtiéndose en auténticos toritos.

Todas estas historias se me vienen a la cabeza porque estamos en plena Semana del Prematuro (del 1 al 7 de octubre), que este año se centra en hacer valer el séptimo derecho de los niños que nacen antes de tiempo a acceder, cuando sale del hospital, a programas especiales de seguimiento.

Alrededor del 60 por ciento de los recién nacidos prematuros que  pesaron 1.500 gramos, sobrevivirán sin ninguna consecuencia, aunque 4 de cada 10 sufrirán, junto a sus familias, algún tipo de secuelas que en muchos casos podrían haberse evitado  (dificultades en el crecimiento, en el desarrollo, en el aprendizaje, en el movimiento, en la visión o en la audición).

Hoy, más que nunca,  luchemos para que los bebés que nacen antes de tiempo puedan crecer saludablemente, sin secuelas.