Por: Constanza Crotto
El sábado pasado tuve un casamiento. Con bastante anticipación contraté una niñera, de siete de la tarde a siete de la mañana, para que se hiciera cargo de mis bebes que, con un año y monedas, siguen despertándose para tomar una mamadera (no logro sacárselas, ¿cómo hicieron?).
Durante la previa hice malabares y tuve tiempo para hacerme manos, pies, pelo y ¡si hasta pude maquillarme como una puerta como antes de ser mamá! Como en nuestros años mozos partimos con mi marido, dispuestos a romper la noche. Y así fue: charlamos, comimos, tomamos.
Juro que bailé y me divertí como hace rato no lo hacía. Tan bien la pasé, que nunca me di cuenta que el cielo había empezado a aclararse y que los pajaritos habían comenzado a cantar.
“¿Vamos?”, me decía mi marido, bastante más sensato que yo. “Cinco minutos más”, le respondía mientras trataba de corear estribillos que no conozco ni de casualidad (estoy tan out, me impresiona).
No es que me haya olvidado de mis hijos ni mucho menos, simplemente estaba tan divertida que no vi las drásticas consecuencias de seguir dilatando la vuelta. Y se hicieron las cinco, cinco y media, seis, y recién a eso de las seis y media emprendimos el regreso.
¡Cómo me arrepentí de no haberme vuelto antes! Llegamos a casa siete en punto y, entre que me saqué las infinitas horquillas del peinado y los vestigios del make up escucho el primer “buaa”. “No puede ser, ¿será mi imaginación?”, me preguntaba una vez en la cama, cansada, agotada, con los pies latiendo, casi sin poder moverme.
Sí, estaban amaneciendo. Los pequeños se habían acostado a las ocho y habían dormido once horas, lo suficiente para estar relucientes y encarar el día a pura pila. Yo, en cambio, un trapo de piso, sin exagerar, intentando de todas las maneras posibles de no quedarme dormida.
La mañana se pasó con cuentagotas. Para mí, con poca paciencia y de pésimo humor y para ellos, que se tuvieron que aguantar una mañana de encierro y, lo peor, aguantarme a mí. Por suerte una abuela se apiadó de nosotros y pasó a sacarlos un rato que fue la gloria.
Mi pregunta es: ¿Son la maternidad y la noche compatibles? ¿Algún tip de papás trasnocheros?